“Dry cleaning”

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 Wilson Tapia Villalobos* 

En estos días se ha podido comprobar que el detergente más usado es la comunicación. No sé si será el más efectivo. Lo que sí sé es que su finalidad no es rescatar la blancura. Es más, creo que tal como los detergentes normales se venden porque, dicen, dejan olor a frescura y lozanía en la ropa, los medios de comunicación se ufanan de entregar conocimiento, de develar la verdad. Mientras unos limpian la mugre, los medios tratan como basura lo que la gente piensa o desconoce. Quitan eso, como si fuera suciedad, y dejan instaladas ideas preconcebidas y visiones ideologizadas.
 
 
Tal como los detergentes normales lavan la ropa, estos otros lavan el cerebro. Siempre hay ejemplos a los que recurrir, pero recientemente y por separado, dos jefes de Estado abordaron el tema.
 
El presidente del Ecuador, Rafael Correa, denunció la colusión entre los medios de comunicación y el gran capital. Y cómo intentan mantener el poder aún a costa de desestabilizar al gobierno. El presidente de Bolivia, Evo Morales, también reveló el papel que está jugando la prensa en el proceso político que vive su país. Subrayó las dificultades que crea una prensa desequilibrada. Los medios se ubican mayoritariamente en la oposición a su gobierno. Y pese a que recientemente Morales ganó un referendo con casi el 70% de aprobación, los opositores tratan de deslegitimar su mandato.
 
Ante reclamos de esta naturaleza, la respuesta más escuchada es que así es la democracia. El problema es que ambos presidentes representan modelos que privilegian los cambios sociales. Naturalmente, el poder establecido -que maneja los medios de comunicación y buena parte de la economía- se opone a ello. Si quienes sostienen el argumento de la democracia tienen razón, deberíamos concluir que vivimos en una democracia que no es el gobierno del pueblo, sino del dinero. Y allí estaría la razón de las graves dificultades que vive la civilización actual.
 
Pero sigamos. Los Juegos Olímpicos de Beijing fueron otro escenario en que la prensa mostró su mirada sesgada. Los medios chilenos -y buena parte de los occidentales que están bajo la órbita de los Estados Unidos- fueron unánimes. Las Olimpíadas 2008, a pocos días de iniciarse, estaban en dificultades. El smog de la capital china sería una amenaza para los atletas. Su salud se hallaba en juego. Las autoridades del olimpismo podrían suspender su realización, que había costado US$ 41.000 millones. Todo esto acompañado de imágenes muy similares a las que pueden observarse en día de preemergencia ambiental de Santiago de Chile.
           
Luego, la amenaza fue tecnológico-libertaria. No se podía usar internet. Los periodistas extranjeros tenían serios impedimentos. Como si eso fuera poco, la Plaza Tiananmen estaba cerrada para manifestaciones opositoras. No había indicio que éstas pudieran producirse. Pero si alguien tenía la intención, la famosa plaza estaba cerrada.
           
Comenzaron los juegos y el asombro fue mayúsculo. Los chinos habían sido capaces de hacer un espectáculo monumental. Así lo reflejó la prensa del mundo. Fue una demostración del desconocimiento de lo que es China. Peor aún, es el convencimiento de que la visión ideologizada que propalan refleja la realidad.
 
Fueron pocas horas de jolgorio y le tocó el turno al gran fraude. La hermosa Lin Miaoke, de siete años, cautivó a miles de millones de telespectadores mientras cantaba la Oda a la madre Patria. Todo era falso. La bella voz pertenecía a otra pequeña, también de siete años, Yang Peive. La razón de su reemplazo: tener la cara un poco gorda y los dientes torcidos. Como si eso fuera poco, se descubrió que algunas de las escenas de la sesión inaugural trasmitidas al mundo habían sido pregrabadas.
 
Lo que podía interpretarse como la demostración flagrante del apego a la virtualidad -por lo demás, atosigantemente de moda en Occidente- o a la estupidez funcionaria, ahora tuvo otra explicación. Era la mente torcida de los chinos. Finalmente siguen siendo comunistas y su despegue económico y creatividad puede ser parte de otro descomunal fraude.
 
Las denuncias continuaron. Los niños que salieron con trajes típicos representando las distintas etnias que pueblan china, formaban parte de una mentira más. Eran chicos que sólo habían sido vestidos para la ocasión. Chinos falsarios.
 
La edad de las y los gimnastas fue otro punto oscuro. Seguro que ahí había gato encerrado. Los chinos y chinas no podían ser tan eximios sin burlar las reglas de la edad. Posiblemente tenían menos del límite permitido. Por eso su flexibilidad, no por un trabajo adecuado, no por el esfuerzo y la preparación. Gracias al engaño.
 
Ahora se acerca la otra arremetida. Convencer al mundo que los chinos no ganaron las Olimpíadas, pese a que obtuvieron más medallas de oro que los Estados Unidos. Esta vez, el ganador sería el que junte más preseas de oro, plata o bronce.
           
No sé si el presidente Hu Jintao reclamará contra la prensa mundial. Seguramente no lo hará. Internamente él usa el mismo detergente.
 
 
* Periodista.

 

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