Ecuador: «¡Pobre torito!»

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Alberto Maldonado S.*

Contaba el antiguo periodista taurino Paredes que la única vez en que lograron que el Presidente Velasco Ibarra, fuera a una primera corrida de feria, en la antigua Plaza Arenas, el Jefe de Estado, conocido por ser un político serio y de gran personalidad, se sentó en un palco especial, preparado parta tan célebre presencia; asistió, sin inmutarse, al primer toro de la tarde y, tan pronto como el “mataor” de turno despachó de una estocada a su burel, se levantó de su asiento, dijo"¡pobre torito!" y abandonó la plaza.

Esta expresión, dicha hace más de 70 años, cuando aún no aparecían en nuestras latitudes los defensores de los derechos, menos aún de los animales; y se tomaba esta práctica (las corridas de toros) como una costumbre y una diversión “muy sana y muy taurina” pues demuestra que desde hace muchos años, un sector de la sociedad, encontró “ese arte” como una de las barbaridades humanas que se cometían contra un indefenso toro; un toro bravo, es verdad, pero indefenso al fin, frente a un matador que también arriesgaba su vida frente a su “enemigo”.

Baste con citar el caso del gran Manolete, el torero de un “arte supremo” que supo morirse de pie, ante el “feroz astado”.

Son las épocas en que, en España y en algunas de sus ex colonias (Ecuador, Colombia, Venezuela, Perú) comienza de depurarse el “arte Cúchares” hasta convertirse en una enorme industria y un negocio descomunal. Tan descomunal que, hoy en día, media España está pendiente de las ferias taurinas que se desarrollan por doquier; y en la plazas iberoamericanas, en donde se ha conservado y se ha desarrollado esta tradición taurina (que se da, por lo general, una vez al año) no es menos verdad que deja ganancias para todo el año. Por lo menos, los empresarios taurinos así lo dicen y lo sienten.

Y los mataores, venidos los más de la “madre España”; y los menos, de México o de Colombia o de la propia cosecha, por su puesto hacían su agosto, aún cuando la feria se realiza, como en Quito, en diciembre. A los “monos sabios” y cuadrilleros y ganaderos, algunas entradas extras que les permitían sortear las exigencias de la vida,  algunos meses.

Confieso, de joven, yo también fui aficionado de los toros; pero de los toros de pueblo (capeas populares) que en Pujilí, anualmente, se daban por el aniversario cantonal (octubre 14, de cada año) o en la vecina hacienda de Isinche, en donde hasta hoy se adora y se implora al milagroso Niño de Isinche.

Pero, en estos toros de pueblo, en realidad, el toro tenía alguna ventaja frente a los aficionados populares; no era asesinado al final de la jornada, de una o varias estocadas, como en las ferias taurinas; y apenas si les ponían encima  del lomo unas lindas colchas bordadas a mano, que los jóvenes enamorados se daban modos, arriesgando sus vidas, para quitarlas al vuelo.

El objetivo principal de este desafío era quedar bien ante la chica de los sueños, que había bordado el trofeo y que asistía a la capea popular, desde la comodidad de un tablado y en medio de sus familiares; y de sus otros admiradores, que no se arriesgaban a bajar al ruedo. Y digo que el toro tenía alguna ventaja porque no era acribillado a banderillazos ni le metían puyazos criminales y regresaba sano y salvo a su corral, a exhibirse, como macho, ante las vacas. Los únicos que salían maltrechos eran los borrachos que pretendían lucirse con el saco en vez de muleta y que se despertaban del golpe en la misma plaza o en el hospital cercano.

En realidad, la industrialización de las ferias taurinas en España y las “españitas de América Latina” ha reducido el espectáculo a un desafío entre el o los mataores de turno apoyados por sus cuadrillas frente a un “enemigo” al que antes le han convertido en casi un inválido. La noche anterior, los encargados del ganado, les dan de costalazos, de manera que el pobre burel queda ya en inferioridad de condiciones. Y, según se ha sabido, por si acaso no sean suficientes los costalazos,  le cortan las puntas de los cachos, que es como que a un humano le lijaran las puntas de los dedos, antes de una pelea de box.

Pero, lo peor está por venirle al pobre toro, solo por ser de casta y bravo. Cuando sale para enfrentarse a su mataor, lo hace como despavorido, luego de un largo encierro. Dicen los que han hecho estudios sobre la materia, que es por esta estudiada claustrofobia que el animal, cuando salta al ruedo, lo primero que quiere es irse; y a veces salta la barrera con gran y susto y gritos de la parroquia. Después del primer cuarto (el toreo a capa) que cada vez es  más corto, viene el llamado picador, a caballo, con tremenda lanza puntona que la clava en los alto del lomo del burel. A veces falla y le da por la parte trasera; pero , como todo es toro, pasa. Y enseguida vienen las banderillas, que los mateares se lucen clavándolas en los alto del burel o en una pierna, especialmente cuando la faena se la encomienda a uno de los asistentes, llamados también cuadrilleros.

Con el toro, prácticamente sometido, el mataor se luce en el tercer cuarto, el de la muleta; y es aclamado cuando llegan los desplantes que, en apariencia, es de más riesgo que los que descubre Fundamedios, contra la sagrada libertad de expresión, cada vez que habla el Presidente Correa. Los mataores más audaces  se ponen de rodillas en medio de los cachos y el pobre animal, que ya está desorbitado, pues ni tal que se ofrecido.

Hasta que llega la “hora de la verdad”; hora de la verdad para el mataor y para  el pobre toro, si acierta a la primera estocada y lo mata inclusive sin puntillazo; es como si algún viejo enfermero (ra) le ayudara al anciano moribundo (da) a bien morir. O, como ocurre con frecuencia, el pobre toro sufre lo indecible hasta que el mataor acierta con la espada.  Y hay casos en que desde los tendidos, los malos de siempre (que si los hay) gritan a voz en cuello: “Dénle una ametralladora”

¿A qué viene este relato? A que el presidente Correa ha presentado a consideración de los y las ciudadanas un cuestionario de preguntas (que está en análisis de la Corte Constitucional) y, entre esas, hay una que dice que si los y las estamos de acuerdo con que haya espectáculos en los cuáles se mate a un animal.

Y no han tardado los interesados en salir a las calles, a expresar a viva voz su descontento aun cuando aún no se ha realizado la consulta. Desde luego, tienen argumentos (que es un arte, que es una costumbre muy arraigada que nos dejaron los españoles, que entonces no se debe matar a ningún buey en los mataderos municipales para que los humanos deshumanizados se los coman en sabrosos bistecs, etc.) Y el argumento que más pregonan es que es una fuente de trabajo de muchos ecuatorianos; y que, si se aprueba la pregunta, pues muchos van a quedar en la desocupación, precisamente cuando el Gobierno pregona que es época de buscar fuentes de trabajo para muchos que no los tienen.

Yo digo, siguiendo esta lógica: ¿por qué combatir y pedir a gritos la prisión para los sicarios, si ellos también están cumpliendo con un trabajo? ¿Por qué perseguir a los ladrones si ellos también están haciendo su trabajo? ¿Por qué combatir la inseguridad ciudadana si los ladrones, asaltantes, extorsionadores, asesinos y más, están también haciendo su trabajo? Y, si se les persigue y se les detiene, van a quedar en la desocupación.

Recordemos que el Ecuador es uno de los pocos países del mundo que ha proclamado, en su nueva Constitución, que la naturaleza también tiene derechos. Y las peleas de gallos, las peleas de perros (que en este pequeño país poco se dan) y las corridas taurinas ¿no son una agresión contra la sabia naturaleza?

En Francia (que siempre ha marcado una diferencia) mejor dicho en el sur de Francia, muy cerca de la frontera con España, se autorizan también las corridas taurinas y hay unos mataores pero que no matan a nadie. En esas corridas, está prohibido que se mate “al enemigo” y los toros regresan a sus rediles, sanos y salvos. Y no ha pasado nada. La parroquia goza de un espectáculo que siempre será estimulante y riesgoso; y los pobres toros pueden regresar a sus familias (las vacas) a seguir haciendo terneritos, pero bravos.

* Periodista.

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