EEUU, mito: “Cañones y mantequilla para siempre”. Se acabó la mantequilla

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Saul Landau*

Durante el primer debate presidencial (26 de septiembre), el moderador Jim Lehrer no preguntó: “¿Cómo encontrará cualquiera de los dos candidatos el dinero para expandir la guerra en Afganistán (lo cual ambos quieren hacer), mantener el poderío militar norteamericano en todas partes (761 bases) e invadir Irán o Pakistán mientras disminuye los gastos (McCain) o repara destrozados sistemas educacionales y otras infraestructuras (Obama)? ¿Planean ustedes pedir prestado más dinero a los chinos o a los saudíes a medida que la tasa de crédito de EEUU cae casi hasta el nivel de los bonos inservibles, o solo van a imprimir dinero?”

"Aún gastamos como si no estuviéramos en guerra… No podemos tener cañones y mantequilla al mismo tiempo”.
Fred Thompson, haciendo campaña en Iowa, octubre de 2007.

Todos aprendimos –otra vez– que la verdad ocupa un espacio singular en la política norteamericana: la esquina del tabú. No me refiero a McCain con su “siempre pongo al país primero”, o su piadoso ataque a los intereses especiales; o el solemne juramente de Barack Obama de escalar la guerra en Afganistán y matar a Bin Laden.

¿La verdad? Es dolorosa. Pregunten al hombre que McCain se jacta de tener como asesor de política exterior. Cuando Kissinger reinaba como secretario de Estado y asesor de Seguridad Nacional bajo Nixon engañaba a la prensa, pero no pudo retirarse “con honor” de Viet Nam hasta 1975. Desde que Kissinger abandonara los asuntos del Departamento de Estado, su legado se ha enraizado firmemente.

A mediados de la década de 1970, los medios que asistían a las “sesiones de información” de Kissinger contrataron a un psiquiatra para que los ayudara a distinguir la mentira de la verdad. Haciéndose pasar por reportero, el psiquiatra asistió a varias sesiones. Luego citó a la prensa y les informó: “Cuando K juguetea con sus espejuelos, es una señal de veracidad. Cuando se frota los muslos y une las manos como un escolar, esperen veracidad. Cuando abre la boca para hablar, está mintiendo”.

La mentira se ha vuelto la norma. Incluso después de que Estados Unidos perdiera la guerra de Viet Nam, en la que mató hasta a 4 millones de vietnamitas mientras destruía grandes extensiones de tierra con el agente naranja y las bombas, algunos halcones resentidos mantuvieron que los victoriosos vietnamitas no habían jugado limpio.

Mientras Viet Nam trataba de contar sus muertos y reconstruir los daños producidos por bombardeos más masivos que los que experimentaron Alemania y Japón durante la II Guerra Mundial, Wáshington lloriqueaba que ellos no devolvían a los soldados norteamericanos perdidos en acción. Los medios y los políticos no preguntaron: ¿Qué hizo Viet Nam para que nosotros los invadiéramos y los bombardeáramos hasta destrozarlos? Hasta el día de hoy algunos recalcitrantes aún lloriquean que “ellos” no nos dejaron ganar.

Dos décadas antes, Eisenhower abandonó la pelea en Corea. Solo un general muy condecorado podía salirse con la suya en esto. Él comprendió que Estados Unidos no podría ganar una guerra asiática en tierra. ¡Una gran verdad!

Estados Unidos no puede ganar en Iraq o en Afganistán. En el mejor de los casos, puede dejar a un ejército y una fuerza de policía iraquíes cuya lealtad sea más cercana a Irán que a Wáshington. Irán ha ganado ya una prominencia regional gracias a la demolición que Bush hizo de Saddam Hussein y su dominio sunní.

Miren al “patio trasero” tradicional para encontrar un dramático ejemplo de la decadencia de la influencia norteamericana. Aunque su funeral oficial aún no se ha realizado, varios líderes latinoamericanos tratan a la Doctrina Monroe casi como un cadáver. El Presidente venezolano Hugo Chávez acepta con alegría a los asesores militares rusos y se refiere al gobierno de Estados Unidos como “yanquis de mierda”. (i) Wáshington alentó un fracasado golpe de estado en 2002, pero no lo ha castigado realmente. Es más, cada barril de petróleo venezolano comprado por Estados Unidos enriquece al gobierno de Chávez.

Cuando un seudo movimiento secesionista estalló en Bolivia en agosto, Estados Unidos, como era de esperar, respaldó a los ricos y blancos en contra de los pobres y los indios de piel oscura. Entonces, bajo el liderazgo chileno, las naciones latinoamericanas se reunieron y apoyaron al presidente Evo Morales en su esfuerzo por mantener la soberanía e integridad. Wáshington no participó.

En el verano, el presidente ecuatoriano Rafael Correa expulsó a una base militar norteamericana –supuestamente relacionada con la guerra contra las drogas–. Bush envió a la IV Flota a navegar hacia el Sur para demostrar poderío. Los editoriales latinoamericanos se burlaron y quejaron. Finalmente Bush explicó que sus esfuerzos estaban relacionados con preocupaciones humanitarias.

Uno de los barcos tenía unas pocas camas y unos pocos médicos para tratar a pacientes –un ridículo esfuerzo por competir con las decenas de miles de médicos cubanos que han tratado a grandes números de latinoamericanos pobres durante décadas y forma gratuitamente como médicos a jóvenes latinoamericanos.

Los diplomáticos de EEUU no lo hicieron mejor en Asia cuando los neoliberales con su rígida ideología trataron de que Corea del Norte se desnuclearizara. El gigantesco poder bajo Bush, dirigido por los neoconservadores, no logró un acuerdo en el Oriente Medio e incluso intervino de manera ponzoñosa en la batalla militar del presidente georgiano con Rusia en Osetia del Sur y Abjasia.

El resto del mundo ve al imperio de EEUU como un coloso fuera de control que trata de abarcar demasiado. Pero nuestros propios dirigentes políticos se niegan a reconocer que gobiernan un imperio.

Mientras los mercados mundiales tiemblan, de manera más dramática en Estados Unidos, los columnistas avizoran el fin del "Siglo Norteamericano", que comenzó en 1945.

“Habiendo creado las condiciones que produjeron la mayor burbuja de la historia, los líderes políticos norteamericanos parecen ser incapaces de comprender la magnitud de los peligros a los que se enfrenta ahora el país”, escribió John Gray. “Empantanados en sus rencorosas guerras culturales y peleando entre sí, parecen ignorar el hecho de que el liderazgo global norteamericano está decayendo rápidamente. Un nuevo mundo nace de manera casi inadvertida, en el que Estados Unidos es solo una de las grandes potencias, enfrentado a un futuro incierto que ya no puede conformar”. (The Guardian, 28 de septiembre de 2008.)

Gray se refiere a los dos pilares del neoliberalismo, el poder militar absoluto y la economía incondicional de libre mercado. Recordó a los lectores de cómo el presidente George “Libre Mercado” Bush atacó a la falta de disciplina de otros líderes nacionales al aplicar los modelos neoliberales. Bush ahora exige con urgencia que el Congreso autorice una masiva intervención gubernamental en la economía.

Por supuesto, la mayoría de los países del Tercer Mundo ya habían experimentado las desgracias de los modelos de libre mercado impuestos por el FMI. Los indignados estadounidenses pueden maldecir ahora a los banqueros, inversionistas y corredores. Ellos arruinaron la economía interna.

China, cuyo gobierno se rió de los modelos neoliberales, continuó comprando papel norteamericano. Ninguno de sus bancos más importantes ha colapsado. En su lugar, China celebra el regreso de sus astronautas de su viaje espacial. La inversión norteamericana en la investigación científica decrece.

Otrora dominadores y legisladores del mundo, los líderes norteamericanos han demostrado ser extremadamente no confiables. En 1945 Wáshington insistía en los juicios de Nüremberg en establecer reglas para comenzar guerras. Luego de haber establecido la absoluta ilegalidad de las guerras agresivas (preventivas), Washington se lanzo a realizar varias de ellas –incluyendo a Viet Nam e Iraq– Las leyes, como descubrieron todos los demás, se aplican a ellos, no a Estados Unidos.

En el frente económico, Wáshington exigió al mundo que aplicara su ortodoxia fiscal neoliberal. Luego, ignorando uno de los dictados clave de la ideología de “libre mercado”, comenzó a pedir prestadas sumas pasmosas. Los préstamos chinos y saudíes ayudaron a Bush a financiar las reducciones de impuestos. Los petro-Estados árabes y Japón contribuyeron con préstamos para que las tropas norteamericanas pudieran morir y matar en Afganistán e Iraq y ocupar bases en todas partes.

El candidato McCain culpa a la avaricia del colapso financiero. Él y Obama ofrecieron un tímido apoyo: un plan modificado de rescate. McCain quiere limitar al gobierno, pero expandir su papel en el rescate y en sus operaciones militares –al igual que Obama–. Esto significa pedir más préstamos al extranjero.

¡Qué caída desde la grandeza! Franklin D. Roosevelt creía que la ONU podría trazar un camino que aplicara sordina al comportamiento imperial agresivo. Al igual que Eisenhower, Roosevelt comprendió que una vez que se lanzara al militarismo global hasta la economía más poderosa decaería. La I Guerra Mundial dañó irrevocablemente a Inglaterra y a Francia. Alemania resurgió de la derrota para reafirmar sus ambiciones imperiales –y luego fue destruida y dividida durante más de cuatro décadas.

El Waterloo de la URSS llegó en Afganistán y en la carrera armamentista cuando no pudo gastar más que su rival. La guerra de Bush ya ha costado un billón de dólares o más. Un autodenominado conservador compasivo ha llevado con el gasto a la mayor economía del mundo a un pozo sin fondo de deudas. Bush aún promueve una dudosa defensa de misiles a medida que la autoridad se esfuma de Wáshington que está empantanado en dos guerras y corretea para salvar su mercado de créditos. Con sus tropas entrando en Georgia, Rusia demostró la impotencia de EE.UU.

Irónicamente los planes militares aún neoconservadores de Bush exigen cada vez más dinero y el Congreso aprobó sin debate un presupuesto militar que excede la cifra previa de $700.000 millones –además de los suplementos para Iraq y la "inteligencia".

Sorprendentemente, dada nuestra debilitada economía, ninguna figura política seria o experto de los medios ha sugerido aún que el compromiso militar norteamericano no tiene sentido: Iraq, Afganistán, planes para invadir Irán y Pakistán, el mantenimiento de 761 bases y el desarrollo de nuevas armas nucleares.

Los medios siguen aceptando el mito de la marea exitosa de Bush, que se traduce como sobornar a los suníes y alentar la limpieza étnica para disminuir el conflicto en parte de Iraq, no por medio del incremento de tropas.

La imagen de esta nación, promovida por todas las fuentes oficiales y no oficiales, se presenta como la número uno permanente. Gritar USA y cantar “Dios Salve a Estados Unidos” con el sombrero en la mano en los juegos de béisbol puede que siga haciendo sentirse bien a algunos de nosotros, siempre y cuando no se entrometa la verdad.

* Escritor y cineasta.
En http://progreso-semanal.com

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