El año de las avionetas

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En sus primeros cursos, el camino hacia la escuela de Las Mercedes lo hacia de la mano de su abuela. Les gustaba pararse cerca de la gran Ceiba que presidiendo la loma parecía una gran dama vigilante de los campos y huertas de los alrededores. Rita anudaba sus manos con las de la abuela y así juntas, podían abarcar la Ceiba. Pero antes tenían que pedir permiso para abrazarla, -¿Permiso al árbol? – Sí, Rita, no querrás ofenderla ¿no? Y dime ¿sientes su energía?

Con Rita más crecida, sus brazos ya casi rodeaban a la ceiba. – Envuélvela, acaricia su espalda, huele su piel de madera, percibe su tacto suave, como de mujer, le decía la abuela. Y Rita, con los ojos cerrados, sentía la savia de la Ceiba correr en sus venas y resonar en sus oídos.

El año de las avionetas la Ceiba enfermó como la abuela. –Nos echan venenos para matarnos como malas hierbas. Ya murió Silvano, el pequeño de los Talavera, y madre no deja de ahogarse. A la Iglesia llegaron unos doctores y nos explicaron. Las avionetas riegan roundup que lo mata todo menos la soja. La empresa que vendió las semillas de la soja es la misma que fabrica y vende éste herbicida. Que no salgamos de casa hasta las diez que es cuando dejan de regar, que del canal no bebamos y ni regar se me ocurra. Marchemos de aquí, -zanjó Lucas, el padre de Rita.

El dinero que les dio la compañía sojera les pagó los pasajes del ómnibus a Asunción, dos mensualidades del chamizo en los Bañados y el sepelio de la abuela, bien lejos de su loma.

-¿Madre, mira que encontré? Correteando por la cocina, mientras Rita freía unas empanadas de mandioca, Lucasito presumía de su hallazgo con una antigua libreta escolar en sus manos. –Ven gurisito que te leo.

–Abrió Rita al azar el cuaderno escolar por donde decía Ciencias Naturales, redacción sobre los servicios de los árboles:

Los quebrachos de Argentina, las ceibas de Paraguay, los baobabs en la sabana africana, el olivo manchego, las araucarias en Australia, en Canadá las secuoyas, los robles que viven en China…. Todos, colectivamente, anudando sus raíces como en un gran abrazo, aseguran, engarzan, amarran todos los pedacitos de tierra, que así, sin escaparse por los cielos cósmicos, forman nuestro Planeta Tierra.

-Lucasito, tenemos que hacer un viaje.

Gustavo Duch Guillot

 

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