El asunto del poder, el Estado, el arte y la cultura

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Américo Ochoa.*

Los cambios experimentados en América Latina durante los últimos años no han dado frutos contundentes en materia social; por ejemplo, en ninguno de los países se han eliminado totalmente la pobreza y la miseria. Resulta obvio que no podemos esperar que esos resultados sean inmediatos (entonces, ¿cuándo?), puesto que existe una historia y una maquinaria estructural para que la miseria, la desigualdad y la exclusión existan como derroteros de funcionamiento.

 

Las intenciones para ir desmontando las piezas del aparato no son suficientes, ya que los miserables no resuelven sus problemas de hambre con las buenas intenciones de los estrategas.

Sí, podemos decir que hay cambios evidentes en materia política —sin decir si son las más acertadas o no—. Basta con ver las conferencias de prensa, los discursos de los nuevos dirigentes, las declaraciones de los revolucionarios contra los que no lo son y viceversa. Hemos visto nacer el ALBA, los cambios en la OEA, las alianzas del Sur, etc.. Hay cambios en la política. El problema es que estos tampoco se traducen en soluciones contra la miseria.

Hay quienes consideran que un país es brioso cuando amasa grandes fortunas que se reflejan en maquillajes urbanos de acero y cristal, como "hiper-malls"; que un Estado es célebre si el capital brilla en las arcas inversionistas, aunque en los ojos de los miserables también brille, pero por su ausencia. En fin, con cambios o sin ellos, el diseño de la maquinaria para hacer dinero y ponerlo en las balanzas es función del Estado y sus jerarcas, sean quienes sean. Allá ellos y sus conciencias. El tema de la pobreza sigue siendo manoseado por la política y la demagogia sin que las correcciones urgentes sucedan.

En toda sociedad la solución de las necesidades materiales es vital, cada cual las resuelve a su manera. El caso con los cambios en nuestra América, es que hay otros ámbitos que no son materiales pero son de prima importancia, como la educación, la salud o la seguridad de los ciudadanos; y los Estados tienen que resolverlos. En este rubro de aspectos no tangibles se encuentra la cultura.

Obviamente, todos los problemas atañen a la generalidad de la población; el asunto es que el tema de la cultura no lo podemos ver bogar por la superficie y desdeñar todas sus honduras. La hecatombe de la llamada Conquista, la instauración de la colonia y su actual desenlace estructural, tiene a su base la anulación de nuestra cultura matriz. Se nos impone la occidentalización como única visión del mundo y forma de vida con todo y su descarga eurocentrista, obligándonos al olvido de nuestra cosmovisión originaria.

Por lo cual podemos entender que en toda América Latina hay complicaciones históricas irresueltas que tienen que ver directamente con el dilema cultural. La madeja que se teje en torno de la problemática no se puede orillar con la aplicación de la política o sustituyendo una ideología por otra; sobre todo, si el Estado asume una posición ideológica occidentalizante basada, también, en el eurocentrismo y en sus formas de hacer la sociedad; que excluyen de tajo la cosmovisión oriunda de nuestros pueblos. Asuntos como la autonomía (no el abandono) de comunidades indígenas, el respeto a su propia gobernabilidad, a sus formas de vida, la devolución de territorios, la imposición de uso de maíz transgénico y la desaparición del maíz criollo; por ejemplo, son sumarios que no se zanjan sólo declarando un Estado ideológicamente correcto.

Siendo nuestra América esencial, una maraña cultural sumamente compleja, podemos ver que tantos siglos de devastadora occidentalización no han torcido su esencialidad. Las formas de vivir, de vestir; de relacionarse, las comidas, las lenguas siguen vivas, pese a la imposición de la miseria, con la cual se ha pretendido hacerlas desaparecer. El vigor con que las culturas negras e indígenas se desarrollan, han estado siempre invisibilizadas en el ejercicio del poder de todos los Estados. La vitalidad ancestral ha sido exceptuada de las constituciones políticas, de las leyes, de los derechos humanos y toda estructura gubernativa.

El hecho de que culturas excluidas se hayan desarrollado sin el amparo estatal no significa que esto siga siendo así de por vida. Tampoco quiere decir que su impulso dependa sólo de la inclusión en la planificación de las directrices oficiales, puesto que el resultado de las políticas culturales no se puede planificar ni medir como se estima la producción de carne o de tomates, por quilos y por dólares. Acá estamos hablando de una esencialidad humana que está por sobre toda ideología que cualquier estado asuma.

Si un Estado que se hace llamar popular, revolucionario o democrático, pretende imponer, sutilmente, ideologías igualmente exógenas y anulantes, sigue siendo igualmente perverso. Debería saber que si no se están planteando las grandes soluciones necesarias, tomando en cuenta la cultura, sus cambios son sólo parches que no sanan los daños históricos anteriores.

La nueva institucionalidad, si no proporciona el oxígeno necesario para el robustecimiento e integralidad multicultural, por lo menos que no endose nuevos problemas. Tampoco podemos pretender la instauración en una institucionalidad viciada a las culturas que resisten desde su autenticidad, pero sí se puede establecer un equilibrio de relaciones. En eso debería consistir el reto. No se trata de cambiarse los ropajes ideológicos; sino, mínimamente, del respeto a la diversidad cultural, del cese inmediato a las agresiones de todo tipo.

Sobre la producción artística

Otro rubro de resultados intangibles es la producción artística. En este periodo de cambios sería muy sano retomar el análisis de lo que pasa con las relaciones actuales entre Arte-Cultura, Arte-Poder, Arte-Estado, Arte-Artista y sociedad. Porque, aunque no estamos en las férreas dictaduras militares del siglo pasado, podría suceder que no estemos de acuerdo con las formas de relacionarse el Arte y el Estado, puesto que estas ilaciones tienen repercusiones en la producción artística y cultural de las naciones.

En una Nación, de cualquier tipo, la producción artística no puede depender de la política estatal o sus directrices ideológicas. Al fin y al cabo la calidad y la esencialidad artística dependen de lo que los artistas produzcan y de la manera que asuman su conexión con la sociedad y sus entornos. Siendo que el arte, por su naturaleza liberadora y catalizadora del espíritu creador, no puede ser, forzosamente, comulgante de la acción coercitiva que el Estado realiza para ejercer “su función” en la sociedad; ya que, para ello, el Estado acude a la herramienta de la política y ésta no necesariamente resulta compatible con la creación artística.

El hecho de que la producción cultural y artística se pueda desarrollar de manera autónoma, desmarcada, no necesariamente significa que sea enemiga de las ocupaciones institucionales. Incluso puede haber producción artística desde la institucionalidad, en tanto que el Estado puede velar por la buena conservación de los patrimonios o administrar la producción infraestructural; como la construcción y mantenimiento de teatros, galerías, museos y estadios; pero nada de ello a cambio del clientelismo. De existir una producción artística desde el seno institucional, no tiene por qué ser presentada a la sociedad como única y absoluta. Suele suceder que la producción discográfica de música plenamente comercial, con la nulidad de valores artísticos, es mostrada como la panacea cultural. Igual sucede cuando al fútbol se le degrada a fenómeno de masas e industria, como si fuera el único deporte, excluyendo el esfuerzo del resto de los atletas.

Las funciones benignas del Estado pueden ser múltiples; por ejemplo, velar por la instrucción académica para el desarrollo del arte, la ciencia y el pensamiento, respetando las autonomías universitarias; al igual que la promoción literaria a través de la distribución de libros gratuitos desde las editoriales subsidiadas, promoción de espectáculos, festivales, distribución internacional de la producción, intercambios, becas, etc. De igual manera, los aspectos relacionados con legislaciones, como derechos de autor, arancelarios, exoneraciones de impuestos a los insumos. Sucede muchas veces que se hacen grandes festivales, lo cual no es malo, pero conjuntamente ocurre que las plazas y mercados de artesanos no tienen las mínimas condiciones, como servicios sanitarios y, los mismos productores no tienen condiciones sociales como seguros o acceso a crédito.

Perfectamente la producción artesanal podría tener un subsidio mínimo de agua, electricidad o transporte para sus talleres y la comercialización de su producto; pero con frecuencia la producción de artesanías es degradada a un nivel de subempleo, marginales y, a veces, hasta de indigencia.

En fin, los tópicos del arte, la cultura y la sociedad, son temas vigentes para el análisis y la discusión en todos los tiempos, principalmente en épocas de cambios, donde la sociedad entera puede ser partícipe de las directrices que tiene que seguir el Estado y no el Estado decidir las directrices que tiene que seguir la sociedad y sus diversas formas de hacer el arte y la cultura.

Escritor.
Publicado en Media Isla (http://mediaisla.net).

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