El aviso de Fukushima

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Vicent Boix*
 
En Fukushima se desconoce y se improvisa a mil por hora. Pese a quién pese, desconocimiento e improvisación son conceptos antagónicos a la razón y por lo tanto al método científico. Por eso ante tanto vacío técnico ciertos discursos se transforman en supercherías por muy catedráticos que sean los oradores. Y pese a quién pese y esto sí que les pesa a algunos y algunas, al final el tiempo acaba dando la razón -una vez más- a los colectivos sociales especialmente los ecologistas tantas veces tildados de iletrados y alarmistas.
 
Aquello que nunca pasaría ha pasado, pasa y pasará. Aquello que era fiable y seguro (energía nuclear, transgénicos, agroquímicos, etc.) acaba siendo un problema para las personas y el medio ambiente. Aquello que era vendido como el milagro de los peces y los panes con rango de utilidad pública y máxima necesidad, resulta ser en realidad un método de enriquecimiento para que cuatro cínicos se llenen los bolsillos.
 
En la otra punta, a 12.000 km. de distancia, se quedaron en ecos de la soledad los dicharachos pronucleares que meses atrás cogieron fuerza tras el “tarifazo” de Rodríguez Zapatero. La seguridad de estas plantas y las previsiones halagüeñas de sus expertos han sido ninguneadas, aunque algunos tecnócratas se afanen en proclamar que Fukushima resiste estoicamente y que la radiación emitida es comparable a la de una radiografía.
 
Lo cierto es que nos vendieron esta tecnología como la panacea de la seguridad tecnológica. Nos dijeron que los hechos en Chernóbil fueron fruto de la burocracia, la desorganización y la decadencia del régimen soviético. Pero la realidad es que ha vuelto a pasar en menor medida y no precisamente en Cuba. Además los hechos han vuelto a ser caprichosos y retorcidos con el crucial tema de la seguridad: falló el sistema eléctrico por un tsunami en el país de los tsunamis, los operarios de la central no disponen de suficientes medidores de radioactividad y se intenta frenar la catástrofe enfriando los núcleos con camiones de bomberos de los de toda la vida. Como se ve, tecnología punta y abundancia en el país capitalista de los tamagotchis mundialmente conocido por embobarnos con robots inútiles programados para hacer mil y una chorradas.
 
A ello, súmese ahora la falta de información sobre el asunto y el currículum manchado con mentiras y falsos informes de la empresa propietaria de la central de Fukushima. Agréguese el interrogante económico de cuánto costará reparar todo el desaguisado, aunque ya se sabe de qué manera se realizará: nacionalizando los costos de la tragedia, lo que originó que las acciones de la empresa propietaria ascendieran nuevamente mostrando las contradicciones, las miserias y la falta total de ética de los amos y señores del planeta.
 
El resultado del cóctel aleja esta energía de esa imagen limpia, segura y económica, situándola en la órbita hedionda de las grandes transnacionales y sus políticos y tecnólogos cómplices, que con los bolsillos llenos de dinero de las empresas eléctricas y dopados por la sobredosis de prepotencia innata al cargo, quieren que comulguemos con ruedas de molino mientras tachan de ignorante al que se opone a lo nuclear. Y ojo, no dudarán en seguir con su particular cruzada si Fukushima queda en un gran, duradero, caro y radioactivo susto.
 
Amén y ojala todo quede en un sobresalto de dimensiones planetarias, aunque sería estúpido traspapelar en el olvido el aviso que llegó desde Japón. Fukushima nos indica una vez más que ha colapsado el sistema económico desarrollista en el que vivimos. Podrá desaparecer su niebla radioactiva pero volverán a vislumbrarse en toda su magnitud el cambio climático, la crisis en los precios de los alimentos, 1000 millones de hambrientos, invasiones bélicas por petróleo, deforestación, pérdida de biodiversidad, contaminación atmosférica, desigualdad, “tarifazos”, “pensionazos”, reformas laborales regresivas, “euribors”, ex presidentes untados por transnacionales, crisis ecológica, económica, financiera, energética, agrícola, moral… y un largo etcétera que han hecho de vivir en este siglo un deporte de alto riesgo.
*Escritor, autor del libro El parque de las hamacas y responsable de Ecología Social de Belianís.
 
 

 

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