El código da Ratzinger – Y EL EVANGELIO SEGÚN WOJTYLA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Con cierta persistencia en estos años la literatura, el cine y la propia ciencia han sacudido la modorra hegemónica del Vaticano con sorprendentes escritos y descubrimientos, todos los cuales apuntan a poner en entredicho dogmas y pilares básicos de la Iglesia de Roma. Sólo por nombrar algunos, los más relevantes, citamos la sucesión de películas que tratan el tema de Jesús desde una perspectiva nueva, entre ellas El Cuerpo y La Ultima Tentación de Cristo.

Por su parte, la ciencia descubre los originales del Evangelio de Judas que, dicho sea de paso, defrauda por su contenido que carece de esa trascendencia que se le quiso dar al comienzo.

La literatura, con mayor o menor calidad, aporta también lo suyo sacudiendo al mundo católico con El Código Da Vinci, ficción del escritor Dan Brown. La película de igual título, estrenada recién en el mundo, amplificó las réplicas del libro al doble, provocando en ciertos sectores molestias, descalificaciones y alguna que otra amenazas inquisitoria ante tamaño sacrilegio.

El Parto de los Montes

En verdad estos episodios –a los que se les han querido dar alcances y consecuencias casi monumentales– analizados de manera profunda y realista no alcanzan a rasguñar la pétrea epidermis del rostro de la Iglesia ni a sacudir a la sociedad globalmente considerada. Y por una razón muy simple: todos ellos cuestionan el dogma, la base de la fe de una de las religiones del mundo, la cristiana, importante claro, pero que ni siquiera es la más numerosa de la humanidad.
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Los casos que enumeramos ocurridos en los últimos tiempos, apuntan a un mismo y persistente objetivo: Jesucristo. ¿Casualidad? Es dudoso, pero veámoslo.

La película El Cuerpo, que no tuvo una audiencia ni la prensa de El Código Da Vinci, cuestiona la resurrección de Jesús en cuerpo y alma ante el hallazgo de un esqueleto, a todas luces el del Mesías. El Código… –ya todo el mundo lo sabe– le adjudica a Jesús una vida terrenal, con esposa e hijos, lo que es, más menos, el argumento también de La Ultima Tentación de Cristo. Todo es ficción, naturalmente. Sólo uno de estos hitos es real, pero es el más débil: los vestigios, muy deteriorados, que se encontraron del Evangelio atribuido a Judas.
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Su principal valor es la reivindicación del supuesto traidor de todos los siglos que resulta ser el más leal y el mejor discípulo del Nazareno. Valga aquí, noblesse oblige, descubrirse ante Hermann Hesse y su premonitorio Demián, el del símbolo de los elegidos en la frente, escrito muchos años antes de la insólita resurrección de Judas ocurrida en estos días.

Un cuestionamiento sin destino

Este alboroto que se armó por la forma nueva como que se presenta la vida de Jesús es, no obstante, un asunto banal, una parafernalia sin trascendencia. Los que se tomaron en serio estas novedades del arte y la ciencia, acudieron a la lógica racional para tratar de desmantelar uno de los dogmas fundamentales del cristianismo: la vida de Jesús. Ello es tan absurdo como intentar un acucioso estudio biocriminalístico para refutar que el lobo pudiera comerse a la abuela de Caperucita sin botar el cuesco, y luego, para colmo, tomar su lugar con pañoleta y dientes postizos incluidos.

En las religiones, igual como los niños creen en los cuentos, el dogma se acepta así, a priori y no se duda de sus basamentos, o deja de ser entonces una religión. Quien lo ignore hoy y escarmene el dogma con ojo científico, a lo más sólo podrá conseguir una probable excomunión ya que, al menos en la forma, se acabaron las piras inquisitorias.
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Y de todas maneras su esfuerzo será vano pues no dañará en nada la fidelidad de los creyentes. La Iglesia lo sabe y, salvo algunas declaraciones formales censurando estas “salidas de madre” de querer ubicar al hijo de Dios entre los hermosos muslos de María Magdalena, el fastuoso barco del Vaticano continuará navegando sin inmutarse por las tranquilas aguas de la fe cándida de sus fieles.

Lo grave del asunto, es que estos publicitados y hasta farandulescos ataques al dogma católico, sirven de densa cortina de humo para ocultar la verdadera perversidad de este importante estamento de la superestructura social. El cuestionamiento básico a la Iglesia católica, el haber sido (y seguir siendo) el principal sostén del poder del dinero sobre las mayorías desposeídas de la tierra, permanece todavía bajo la alfombra. Por eso, ¿qué importancia puede tener para el infortunado destino de los pobres en este mundo si Jesús fue célibe o si además amó a una mujer con todo ese enorme bagaje de ternura contenida en su alma?

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No obstante, este hecho de importancia nimia adquiere ribetes de boom editorial, de éxito de taquilla extraordinario, de cobertura privilegiada, que llega hasta el más humilde ciudadano del planeta que ahora puede opinar sobre tan “trascendental” tema. Pero, ¿quién conoce al periodista e investigador español Pepe Rodríguez que ha desenmascarado la perfidia milenaria de la alta Curia romana en sus libros Mentiras Fundamentales de la Iglesia Católica y La Vida Sexual del Clero, sólo por nombrar sus ensayos más connotados?

¿Y en qué profusa cadena publicitaria se han difundido obras como La Iglesia Católica de Hans Küng (abajo der.), o El Papa de Hitler de John Cornwell, esta última desenmascarando el vergonzoso papel de Pío XII unciendo a la Iglesia Católica al nazifascismo? ¿Cuántos cristianos de fe y cuantos “opinólogos” conocen de la Taxa Camarae del Papa León X, que repartía perdones celestiales a criminales, pedófilos, depravados y ladrones a cambio de dinero para remozar la Basílica del Vaticano, una verdad negada por la Iglesia como muchos otros negros episodios de su historia?
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No vayamos tan lejos, empero. Detengámonos mejor en un hecho vergonzoso cuyas consecuencias están en pleno desarrollo, pero que se urdió y se gestó hace años entre el poder conservador que gobierna a la Iglesia en Roma, y los aparatos de inteligencia del imperio norteamericano de aquella época. Ya lo hemos dicho en otros artículos en este mismo sitio: la caída estrepitosa del sistema socialista de naciones en el mundo fue, en último término, obra de sus propios errores, de los tergiversadores de la ideología que la minaron por dentro. Pero ello no obsta para justificar el papel nefasto jugado por la Iglesia a favor de un imperio, el del capital agiotista, que hoy tiene sumido al mundo en un sistema económico sin precedentes por su deshumanización e injusticia.

¿Quiénes fueron los autores de esta nueva traición de la Iglesia a ese Jesucristo a quien es más importante negarle el privilegio del amor terrenal que reconocerle la esencia de su mensaje?

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Un nuevo santo para la curia romana

Juan Pablo II, Carol Wojtyla para los profanos, fue el primer papa no italiano elegido en… ¡500 años!, luego que el holandés Adriano VI reinara muy poco tiempo en 1522. Como ningún papa de la era moderna, ha concitado una enorme cantidad de elogios y glorificaciones sobre su persona y su pontificado. Las pocas voces que acá o acullá se han atrevido tímidamente a cuestionar a tan excelso santo, son acalladas con cajas destempladas por semejante osadía sacrílega y quizás si hasta demoníaca.

El reinado de Wojtila se inscribe en el devenir de la Iglesia como uno de los “pontificados más brillantes” habidos en la historia del papado romano. En todo caso, por si misma esta frase no es un gran elogio pues del mismo tenor han sido las alabanzas, cual más cual menos, para quienes ciñeron la corona papal en los dos mil años de la Iglesia. ¿Qué merito tuvieron? Dejemos la opinión a un filósofo cristiano, el alemán I. Jungman:

“La más repugnante historia es la de los papas, de la cual debemos avergonzarnos todos nosotros los católicos romanos. No existe ningún crimen, por abominable que sea, que no fuera llevado alguna vez al palacio de Su Santidad, sin exceptuar envenenamientos, fornicación o incesto».

Aún así, 77 de ellos ya han sido declarados santos, honor al que se encamina a pasos agigantados, el cardenal Wojtyla que muriera como el papa Juan Pablo II.

Una maniobra “non sancta”

La historia secreta de la connivencia entre el Vaticano y la CIA para elegir a Wojtyla como papa en octubre de 1978, está por verse. Sus detalles con toda seguridad serán conocidos en el futuro en esas inútiles y tardías “desclasificaciones” de los documentos de la CIA, que más que un mea culpa son una burla a la justicia de los hombres. La Iglesia hará lo mismo: pedirá un perdón tardío y también inútil, como lo ha hecho con todos los crímenes reales y morales que consigna su historia. Será también una burla a la justicia, ya no de los hombres sino divina.

Esta punta de lanza del capitalismo imperialista de los años 70 que representó la elección de Wojtyla, fue sin duda una maniobra genial entre el alto clero y Mr. Stanfield Turner, entonces director de la CIA. Se discute si la mirada arrobada, muy bien descrita por Saramago, que María Magdalena lanza a Jesucristo desde los pies de la cruz, era amor terrenal o divino. Pero, ¿cuántos conocen el comentario del primado de Polonia cardenal Wyszynski durante el Cónclave que eligió a Wojtyla como papa cuando se propuso su nombre?

A la consulta del arzobispo de Viena Franz Knig respondió: “…bueno, supondría un gran triunfo sobre los comunistas”.

Fue, en efecto, un gran triunfo de los que hoy manejan el mundo sin contrapeso, que invaden y asesinan pueblos con toda impunidad, que imponen un sistema económico que empobrece y arrastra a las grandes mayorías a un punto de quiebre de incalculables consecuencias y que, lo que es peor, no tiene hasta ahora alternativa.

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El verdadero Código Da Vinci

Lo que se puede esperar de Joseph Ratzinger, el sucesor de Juan Pablo II, con sus ochenta años ya no tiene importancia. Como él mismo ha dicho, Dios lo llamará pronto a su tribunal divino. Es una ley biológica que a veces juega a favor de la Humanidad. En todo caso, su misión ya la cumplió y con creces siendo el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe durante el reinado de Juan Pablo II. Fue su brazo derecho, su Gran Inquisidor, como lo llamara el teólogo Hans Küng.

Entre las muchas hitos de la carrera terrenal del futuro santo Wojtyla y su lugarteniente Joseph Ratzinger, está el cumplimiento de su primera gran misión encomendada por el Opus Dei, los Legionarios de Cristo y toda la cúpula reaccionaria a la que pertenecía: destruir el creciente movimiento de la Teología de la Liberación.

A sólo tres meses de ser elegido papa, en enero de 1979, hizo su primer viaje fuera de Italia para dirigirse expresamente a Puebla, en México, para presidir la II Conferencia Episcopal Latinoamericana con la clara misión de desmantelar los conatos de rebelión contra las dictaduras militares que habían teñido de pardo el continente. Prohibió entonces la enseñanza de la fe a más de cien representantes de la Teología de la Liberación, que predicaban el derecho de las masas empobrecidas de América Latina a la libertad y el progreso.

Más tarde, se alineó abiertamente con las satrapías latinoamericanas ante el avance de los movimientos de liberación en cada país, atacando duramente a Ernesto Cardenal en Nicaragua, respaldando a Pio Laghi, el nuncio destacado en Argentina durante la dictadura –que apoyara claramente a los militares corrompidos de ese régimen–, o legitimando a Pinochet en Chile y a otros dictadores amenazados por la rebelión popular.

Como colofón baste recordar que en 2004, George Bush, el mismo que ahora puede entrar a saco en cualquier país del mundo, entregó a Juan Pablo II, el cardenal polaco que junto a Lech Walesa, su compatriota, contribuyeron de manera fundamental a la destrucción del sistema socialista de naciones, la Medalla de la Libertad del Congreso de EEUU.

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Son, como dijimos, sólo algunas perlas de la biografía soterrada del dúo Wojtyla Ratzinger. La lista es larga, larguísima y de dramática vigencia. Frente a ella la historia que relata el Código Da Vinci, la Ultima Tentación y hasta la frustrada resurrección de Judas, son apenas rentables episodios de la ficción escrita por sus autores, que en poco tiempo se reducirán a simples recuerdos de la anécdota mundial.

La verdadera historia, la del papel jugado por los tergiversadores del legado de Jesucristo en la implantación de dictadura del capital, está todavía por escribirse.

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* Escritor y científico

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