El desafío teórico de la izquierda latinoamericana

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Emir Sader*

La orfandad de la estrategia: 
América Latina, un continente de revoluciones y contrarrevoluciones, carece de pensamientos estratégicos que orienten procesos políticos ricos y diversificados que estén a la altura de los desafíos que enfrenta. A pesar de contar con una fuerte capacidad analítica, importantes procesos de transformación y dirigentes revolucionarios emblemáticos, el continente no produjo la teoría de su propia práctica.

Las tres estrategias históricas de la izquierda contaron con fuerzas vigorosas en su liderazgo -partidos socialistas y comunistas, movimientos nacionalistas, grupos guerrilleros- y condujeron experiencias de profunda significación política: la Revolución Cubana, el gobierno de Allende, la victoria sandinista, los gobiernos posneoliberales en Venezuela, Bolivia y Ecuador, la construcción de poderes locales, como en Chiapas, y prácticas de presupuestos participativos, de las cuales la más importante ocurrió en la ciudad de Porto Alegre. Sin embargo, no contamos con grandes síntesis estratégicas que nos permitan usar los balances de cada una de esas estrategias, ni tampoco con un conjunto de reflexiones que favorezca la formulación de nuevas propuestas.

El hecho mismo de que esas tres estrategias hayan sido desarrolladas por fuerzas políticas distintas hace que no ocurran procesos comunes de acumulación, reflexión y síntesis. Mientras los partidos comunistas tuvieron una existencia realmente concreta, promovieron procesos de reflexión sobre sus propias prácticas. Mientras existió, la OLAS hizo lo mismo con los procesos de lucha armada. Los movimientos nacionalistas, en cambio, no establecieron entre sí intercambios suficientes para fomentar algo similar. Hoy, las nuevas prácticas no estimulan la elaboración teórica ni la problematización crítica de las nuevas realidades.

Las estrategias adoptadas en el continente, sobre todo en sus primeros tiempos, sufrieron el peso de los vínculos internacionales de la izquierda latinoamericana con los partidos comunistas en especial, pero también con los socialdemócratas. La línea de "clase contra clase", por ejemplo, implantada en la segunda mitad de los años veinte y que dificultó la comprensión de las formas políticas concretas de respuesta a la crisis de 1929 -de las cuales el gobierno de Getúlio Vargas en Brasil es sólo una de las excepciones, al lado del efímero gobierno socialista de doce días en Chile y de manifestaciones similares en Cuba-, fue una importación directa de la crisis de aislamiento de la Unión Soviética en relación con los gobiernos de Europa occidental, y no una inducción a partir de las condiciones concretas vigentes en el continente.

Las movilizaciones lideradas por Farabundo Martí y por Augusto Sandino nacieron de condiciones concretas de resistencia a la ocupación estadounidense y expresaron formas directas de nacionalismo antiimperialista. Los procesos de industrialización en Argentina, Brasil y México surgieron como respuestas a la crisis de 1929. No se asentaron, por lo menos inicialmente, en estrategias articuladas. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) teorizó situaciones cuando, ya al comenzar la segunda posguerra, se abocó a elaborar la teoría de la industrialización sustitutiva de importaciones e, incluso así, era una estrategia económica. Tampoco la revolución boliviana de 1952 diseñó una línea de acción estratégica propia, sólo puso en práctica ciertas reivindicaciones, como la universalización del voto, la reforma agraria y la nacionalización de las minas.

Así, ni el nacionalismo ni el reformismo tradicional asentaron su acción en estrategias, sino que respondieron a demandas económicas, sociales y políticas. Cuando la Internacional Comunista definió su posición de Frentes Antifascistas, en 1935, la aplicación de la nueva orientación se topó con las condiciones concretas vividas por los países de la región. Si la línea de "clase contra clase" respondía a las condiciones particulares de la Unión Soviética, la nueva orientación respondía a la expansión de los regímenes fascistas en Europa. Ninguna de ellas tenía en cuenta las condiciones de América Latina, asimilada a la periferia colonial, sin una identidad particular.

Esa inadecuación tuvo varios efectos concretos. El movimiento liderado por Luís Carlos Prestes en 1935 se mantuvo a horcajadas entre dos líneas: por un lado, organizaba una sublevación centrada en tenientes; por otro lado, no pregonaba un gobierno obrero-campesino sino un frente de liberación nacional, en respuesta a la línea más amplia de la Internacional Comunista. La forma de lucha correspondía a la línea radical de "clase contra clase", y el objetivo político, al frente democrático. El resultado fue que el movimiento se aisló de la "Revolución del 30" dirigida por Getúlio Vargas, de carácter nacionalista y popular.

El Frente Popular en Chile importó el lema "antifascista" sin que el fascismo se hubiera expandido por el continente. Lo que hubo fue una transposición mecánica del fascismo europeo hacia América Latina, con todos los correlatos de equívocos posibles. Allí, el fascismo se identificó con el nacionalismo y el antiliberalismo, sin ningún sentido antiimperialista. El nacionalismo europeo estuvo marcado por el chauvinismo, por la supuesta superioridad de un Estado nacional sobre los otros y por el antiliberalismo, incluso la democracia liberal. La burguesía ascendente asumió la ideología liberal como instrumento para destrabar la libre circulación del capital de los límites feudales.

En América Latina, el nacionalismo reprodujo el antiliberalismo político y económico, pero asumió una posición antiimperialista por la inserción misma de la región en la periferia -en nuestro caso, estadounidense, lo que nos situó en el campo de la izquierda-. Sin embargo, las transposiciones mecánicas de los esquemas europeos llevaron a algunos partidos comunistas de aquel período (en Brasil y la Argentina, por ejemplo) a caracterizar a Juan Domingo Perón y a Getúlio Vargas, en ciertos momentos, como reproductores del fascismo en América Latina.

Las dificultades para desarrollar una teoría a partir de la práctica que hoy enfrenta la izquierda latinoamericana se deben a varios factores. Entre ellos, podemos resaltar la dinámica asumida por la práctica teórica, esencialmente concentrada en las universidades, que sufrió los efectos del cambio de período en el plano académico: ofensiva ideológica del liberalismo; reclusión en la división del trabajo interno de las universidades, en particular por la especialización; refugio en posiciones poco críticas, que tienden a ser doctrinarias y no dan lugar a las alternativas.

Por otro lado, los procesos de superación real del neoliberalismo introdujeron temas alejados de la dinámica de la reflexión académica, como el de los pueblos originarios y los Estados plurinacionales, la nacionalización de los recursos naturales, la integración regional, el nuevo nacionalismo y el posneoliberalismo, que están muy alejados de los que suelen abordarse en los cursos universitarios y de aquellos privilegiados por las instituciones de fomento e investigación. Éstas privilegiaron las propuestas definidas por las matrices fragmentadas de las realidades sociales, desvalorizando interpretaciones históricas globales, y a la vez acentuaron la fragmentación entre las distintas esferas -económica, social, política y cultural- de la realidad concreta.

Además, no debemos olvidar los efectos de la crisis ideológica que afectó las prácticas teóricas en la transición del período histórico anterior al actual, con la descalificación de los llamados megarrelatos y la utilización generalizada de la idea de crisis de los paradigmas. A raíz de eso, se abandonaron los modelos analíticos generales y se adhirió al posmodernismo, con las consecuencias señaladas por Perry Anderson: estructuras sin historia, historia sin sujeto, teorías sin verdad, un verdadero suicidio de la teoría y de cualquier intento de explicación racional del mundo y de las relaciones sociales.

Temas esenciales para las estrategias de poder, como el poder mismo, el Estado, las alianzas, la construcción de bloques alternativos de fuerzas, el imperialismo, las alianzas externas, los análisis de las correlaciones de fuerzas, los procesos de acumulación de fuerzas, el bloque hegemónico, entre otros, quedaron desplazados o prácticamente desaparecieron, en especial a medida que los movimientos sociales pasaron a ocupar un lugar protagónico en las luchas antineoliberales. El pasaje de la fase defensiva a la fase de disputa hegemónica ha de significar -como significa en los textos del grupo Comuna y en los discursos de Hugo Chávez y Rafael Correa- una recuperación de esas temáticas, una actualización para el período histórico de la hegemonía neoliberal y la lucha desmercantilizadora. Refugiarse en la óptica de simple denuncia, sin compromiso con la formulación y la construcción de alternativas políticas concretas, tiende a distanciar a una parte importante de la intelectualidad de los procesos históricos concretos que el movimiento popular enfrenta en el continente, y de ese modo lo condena a intentos empíricos de ensayo y error, en la medida en que no cuenta con el apoyo de una reflexión teórica comprometida con los procesos de transformación existentes.

La tentación contraria es grande. Dado que Fidel Castro no es Lenin, el Che no es Trotsky, Hugo Chávez no es Mao Tsé-Tung, Evo Morales no es Ho Chi Minh y Rafael Correa no es Gramsci, sería más fácil rechazar los procesos históricos reales, porque no corresponden a los sueños de revolución construidos con el impulso de otras eras, que intentar descifrar la historia contemporánea con sus enigmas específicos. En fin, intentar reconocer los signos del nuevo topo latinoamericano o quedar relegado a los compendios a los que son reducidos los textos clásicos por las manos poderosas y sectarias de quienes tienen miedo de la historia.

Refugiarse en las formulaciones de los textos clásicos es el camino más cómodo, pero también el más seguro para la derrota. Las derrotas no se explican por razones políticas, sino morales -y la "traición" es la más común-. La falta de respuesta política lleva a visiones infrapolíticas, morales. El diagnóstico de Trotsky sobre la Unión Soviética es el modelo opuesto: se trata de la explicación política, ideológica y social de los caminos abiertos por el poder bolchevique. Por eso pasó de la tesis de la revolución "traicionada" a la afirmación sustancial del Estado bajo la hegemonía de la burocracia.

La defensa de los principios supuestamente contenidos en los textos de los clásicos parece explicarse por sí misma, pero no da cuenta de lo esencial: ¿por qué las visiones de la ultraizquierda, doctrinarias, extremistas, nunca triunfan, nunca consiguen convencer a la mayoría de la población, nunca construyeron organizaciones que estén en condiciones de dirigir los procesos revolucionarios? Se identifican con los grandes balances de las derrotas, pero nunca conducen a procesos de construcción de fuerzas políticas revolucionarias. No es casual que su horizonte acostumbre ser la polémica en el interior de la ultraizquierda y las críticas a los otros sectores de izquierda, sin protagonizar grandes debates nacionales, sin enfrentar centralmente a la derecha o participar de la disputa hegemónica. Aquellos que sólo aparecen en los espacios públicos para criticar a los sectores de izquierda, muchas veces valiéndose de los espacios mediáticos de los órganos de la derecha, perdieron de vista a sus enemigos fundamentales, los grandes enfrentamientos con la derecha.

El desafío es encarar las contradicciones de la historia en las condiciones concretas de los países de la América Latina de hoy y desentrañar los puntos de apoyo para así construir el posneoliberalismo. El grupo Comuna supo hacerlo porque releyó la historia boliviana, en especial a partir de la revolución de 1952, descifró su significado, hizo las periodizaciones posteriores de la historia del país, comprendió los ciclos que llevaron al agotamiento de la fase neoliberal, consiguió deshacer los equívocos de la izquierda tradicional en relación con los sujetos históricos y realizó el trabajo teórico indispensable para concertar el casamiento entre el liderazgo de Evo Morales y el resurgimiento del movimiento indígena como protagonista histórico esencial del actual período boliviano. Pudo así recomponer la articulación entre la práctica teórica y la política, y ayudar al nuevo movimiento popular a abrir los caminos de lucha por las reivindicaciones económicas y sociales en los planos étnico y político.

Ese trabajo teórico es indispensable y sólo se puede hacer a partir de las realidades concretas de cada país, articuladas con la reflexión sobre las interpretaciones teóricas y las experiencias históricas acumuladas por el movimiento popular con el paso del tiempo. La realidad es implacable con los errores teóricos. La América Latina del siglo XXI requiere y merece una teoría a la altura de los desafíos presentes.

*Secretario Ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO

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