El entendimiento

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Wilson Tapia Villalobos.*

Encomiable. No se me ocurre otro adjetivo para la actitud del presidente Sebastián Piñera llamando a mejorar la calidad de la política. Admirable, también, la respuesta de los dirigentes de los partidos políticos. Todos están de acuerdo en que esta guerrilla estéril —y además mentirosa, digo yo— no lleva a nada. El Jefe de Estado llegó a recordar que ya una vez nos pasó….y se vino la dictadura.

Dejando de lado la exageración presidencial, bien vale preguntarse ¿por qué no sincerar las cosas? ¿Hasta cuando seguir con esta pantomima de gobierno y oposición separados por diferencias insalvables? Las diferencias existentes no son ideológicas, al menos no en cuanto al modelo económico, que es lo determinantes en esta sociedad globalizada.

En realidad, la pugna es por quién manipula la manija del Estado. Eso significa dictar políticas que, sea quien sea que gobierne, beneficiará a los mismos; disponer de cargos para mantener un sistema de partidos que identifican a muy pocos chilenos.

Y he aquí otra arista de la declaración de Piñera. Es una frase que él ha repetido y repetido. Como le gusta hacerlo cuando cree que algo le ha salido bien —basta recordar el papelito de los mineros—. Desde que regresó de sus vacaciones en Europa, las segundas que se toma en el año, no se ha cansado de decir que “Mientras a Chile le va bien, la política está mal”. Y de allí ha sacado conclusiones admirables:

Tenemos que decidir, plantea, si mejoramos la política para que esté a la altura del país o echamos a perder el país para que esté a la altura de la política. Notable, casi una parábola.

¿Es cierto todo lo que dice el presidente? La política está mal, sí. Pero si el país está bien ¿por qué hay más de cincuenta colegios tomados? ¿Por qué los profesores anuncian un paro nacional? ¿Por qué los trabajadores contratistas de una de las Divisiones más importantes de la estatal Codelco se encuentran en huelga indefinida? ¿Por qué la ANEF prepara un paro nacional? ¿Por qué las protestas masivas contra el mega proyecto de Hidroaysén? ¿Por qué las demandas de un salario mínimo ético? ¿Por qué más de dos millones de chilenos viven en la pobreza? ¿Por qué los agricultores —¡los agricultores!— hacen paros de protesta?

Aceptemos que también es posible que el “país esté bien”, porque la política está mal. En otras palabras, el crecimiento económico ha beneficiado sólo a unos pocos. Y como Chile es laboratorio neoliberal, además tales recursos salen de áreas que no permiten pronosticar desarrollo. ¿Qué industrias posee el país? ¿Qué nos va quedando made in Chile? Productos industriales, prácticamente ninguno. Por eso hay que inventar que los servicios son industrias, como la educación, el transporte, la salud. Y todo ello en manos privadas.

O ufanarnos de que en materia de agroindustria estamos bien ubicados en el vino o en la celulosa y que ahora lo estaremos en semillas. Aunque ya la quinua no es de los pueblos andinos, que la han cultivado durante más de tres mil años, sino del padre de la vocera de gobierno, Erick von Baer. ¿Seremos capaces de sobrevivir y desarrollarnos dependiendo de la venta de materias primas y confiando en que la economía funcione gracias al comercio de productos ajenos como motor?

Y es aquí donde está equivocado el presidente y la clase política, en general. Parece que el ciudadano común comenzó a preguntarse por la democracia en que le dicen que vive. Y las respuestas prácticas que encontró no le gustaron.

Esa política es la que está mal. Y está mal a nivel global, porque la institucionalidad existente hasta hoy ha sido sobrepasada. Las naciones, los gobiernos, las fronteras, tienen un sentido casi alegórico. Lo que realmente manda es el mercado y a éste lo manipulan las transnacionales. Por eso es que no existen diferencias entre izquierda y derecha.

Es lo que explica que los españoles, agobiados por el desempleo —que supera el 20%— y la amenaza real de perder beneficios entregados por gobiernos socialistas, voten a la derecha. Aparentemente, un contrasentido. Pero es la forma de castigar a quienes no supieron sacarlos de la crisis que comenzó como financiera en EEUU, en el 2008.

¿Eso significa que la derecha está ganando terreno en el mundo? No, simplemente que ante la ausencia de alternativas, a falta de esperanzas, el castigo aparece como un paliativo.

Lo que ocurre en Chile no es extraño. La clase política no atina a encontrar las respuestas. Y el presidente Piñera parece creer —no se si realmente lo cree— que un gran acuerdo superestructural arreglará las cosas. No será así. Es esta forma de hacer política la que está sobrepasada.

En otras palabras, las dos coaliciones, la oficialista y la opositora, están fuera del tiempo. Y sus líderes, por muy juveniles que traten de parecer, son personajes del pasado.

El problema es que las respuestas adecuadas aún no surgen. Y por eso es que los indignados de Madrid comienzan a abandonar la Puerta del Sol. Y las acampadas de toda España se recogen para plantearse otro tipo de estrategia.

Es parecido a lo que ocurre en Chile. Las protestas ecologistas se agotan en sí mismas. Como la revolución de los pingüinos. Porque, entre otras cosas que trajo la posmodernidad, está la convicción de que la revolución tradicional, por la fuerza, no es posible. Ahora se está intentando recurrir a los mecanismos propios de la democracia. De allí las protestas callejeras masivas. Pero cuando éstas empiezan a ser traicionadas, como parece ocurrir en Egipto ¿qué pasará?

Las respuestas tendrán que venir con la nueva política. Y esa no está en los entendimientos entre superestructuras añejas. Porque a éstas la ciudadanía no les cree…y con razón.

* Periodista.

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