El gran carnaval

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Álvaro Cuadra.*

En 1951, Billy Wilder presentó su filme Ace in the Hole —traducida al castellano como El gran Carnaval— protagonizada por Kirk Douglas, que fue candidata al Oscar como mejor historia y guión ese mismo año. La cinta se inscribe en el llamado cine negro, un drama descarnado que cuenta la historia de un minero indio atrapado en las entrañas de la roca en Nuevo México. Un suceso dramático en que se juega la vida y la muerte, un suceso capaz de conmover en lo más profundo a los lectores de periódicos

Charles Tatum es un periodista de Nueva York que tiene serios problemas con el alcohol, por lo cual ha sido desterrado a esta zona desértica. Cuando se entera del lamentable accidente, advierte de inmediato la posibilidad de llegar a ser alguien en el mundo mediático, instrumentalizando la noticia, dándole espectacularidad y alargando cada etapa del rescate con la complicidad del Sheriff del pueblo.

El protagonista resulta ser un antihéroe que despliega toda sus ansias de fama, dinero y poder en medio de una atmósfera de bajeza, corrupción y estupidez. De algún modo Wilder, coautor del guión, logró plasmar en esta producción una mirada crítica y descarnada de los medios de comunicación de mediados del siglo XX. La película exhibe cómo los medios son capaces de estimular el morbo de sus públicos, poniendo en primer lugar la calidad del espectáculo para satisfacer cierto egoísmo hedonista de las audiencias.

Ha transcurrido ya más de medio siglo y lo que fuera la poderosa industria de la prensa ha sido sustituida por poderosas cadenas de televisión, capaces de mostrar en tiempo real el dramatismo del mundo.

Podríamos afirmar que la hiperindustria cultural eleva a la enésima potencia su poder seductor y de manipulación de la información. En la actualidad, el despliegue mediático posee la fuerza para fabricar el presente de la humanidad, sea que se trate de levantar falsos profetas, demonizar pueblos enteros o simplemente arrancar lágrimas con algún drama en cualquier lugar del planeta.

La red mundial de medios ha hecho realidad aquella frase de Shakespeare, según la cual el mundo entero es un gran escenario y todos los hombres y mujeres son meros actores. El mundo entero, efectivamente, se nos muestra a diario en pantallas digitales como un espectáculo. La televisión es el ojo que todo lo ve, no hay lugar demasiado inaccesible: la superficie del planeta Marte o el fondo de una mina.

Esta misma híper-industrialización de la cultura nos permite recuperar algunas escenas de aquel filme que, paradojalmente, nos parece hoy tan próximo y familiar (aquí). La capacidad tecno-mediática en el presente no sólo ha hecho realidad aquella lúcida convicción que enunciara Shakespeare sino que ha multiplicado al infinito los apetitos de las grandes corporaciones mundiales por apropiarse de aquellas imágenes que nutren el imaginario mundial, desde la tragedia, la comedia o el melodrama.

Algo que ya nos mostró Billy Wilder con ácido humor, la complicidad entre los medios y el sheriff del pueblo.

* Doctor en semiología, Universidad de La Sorbona, Francia. Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados, Universidad ARCIS, Chile.

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