El hambre y la democracia

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Jorge Gómez Barata 

Quienes asocian el progreso a la democracia liberal y al mercado, tienen razón cuando se refieren a Europa y los Estados Unidos donde se jugó limpio y el sistema se desplegó sin interferencias. Cuando se aplica la misma lógica a las colonias, a sabiendas o no, se yerra o se falta a la verdad histórica.

El modo como historiadores e ideólogos europeos y norteamericanos presentan los procesos históricos hace recaer toda la culpa por las anómalas situaciones del Tercer Mundo sobre las víctimas. De ese modo, paradójicamente, los pueblos oscuros aparecen como inferiores, precisamente por no haber hecho aquello que se les impidió hacer y no transitar caminos que intencionalmente se le cerraron. Ningún tema ilustra mejor ese galimatías histórico que el subdesarrollo, la pobreza y el hambre.
 
Al irrumpir en el Nuevo Mundo y colonizar Africa y Asia, Europa alteró, violenta y definitivamente los cursos del desarrollo económico y social endógeno de los pueblos originarios, procesos que tuvieron sus peores consecuencias allí donde las comunidades se encontraban en niveles primarios de desarrollo como ocurrió en Iberoamerica y Africa, matizándose en las civilizaciones milenarias las culturas establecidas y los territorios enormes y densamente poblados, como ocurrió con la India y China.
 
Es insultante tratar de hacernos creer que el subdesarrollo y la pobreza que lo acompañan son flagelos propios de las sociedades primitivas, autoritarias y de las dictaduras y que jamás se presentan en las democracias. En realidad el subdesarrollo, la pobreza y el hambre no son hechos diferentes y que dependan unos de otros sino partes de un fenómeno único, total y multiforme.
 
Ninguno de los países hoy desarrollados fue colonia al estilo de Africa, el Indostán, Medio Oriente e Iberoamerica donde el colonialismo y el imperialismo introdujeron deformaciones estructurales que troncharon el desarrollo endógeno, esclavizaron y diezmaron a la población y saquearon los recursos, impidiendo el desarrollo tanto de la base económica como de la superestructura política y jurídica. En el Tercer Mundo no falta comida porque no haya democracia sino que faltan ambas cosas porque hubo colonialismo, neocolonialismo e imperialismo.
 
Es cierto que la India, la mayor de las democracias liberales existentes y que bajo el colonialismo y en las primeras décadas de vida independiente padeció las mayores hambrunas que se conozcan, logró avanzar en su desarrollo nacional, reducir la pobreza extrema y mitigar el hambre, cosa que no la convierte en una prueba de la relación entre democracia y alimentos ni en una excepción.
 
A diferencia de lo ocurrido en otras regiones, en los 449 años transcurridos desde 1498 cuando los portugueses establecieron contacto con la India y que incluyen 347 años de presencia inglesa, 89 de ellos de dominación colonial absoluta y 1947 cuando el país alcanzó su independencia, Europa saqueó a la India pero no pudo destruir su civilización. Aunque larga y penosa la dominación británica fue un interregno al que la cultura, la civilización y el pueblo indio sobrevivieron.
 
Las grandes civilizaciones de Sudamérica y México y Centro América y Africa, no tuvieron esas oportunidades, mientras otros pueblos, menos numerosos y en estadios de civilización inferiores, fueron exterminados o anulados. Es falso que el despegue de la India sea un milagro del liberalismo y del mercado, sino la más sólida evidencia de lo que pudo haber sido la humanidad de no haber existido el sistema colonial que durante más de 400 años aplicaron los europeos. No me hago ilusiones; en ese caso, tal vez la historia tampoco hubiera sido perfecta.
 
Las circunstancias culturales e históricas explican por qué, al obtener la independencia, no se creó en la India una oligarquía nativa que se apodera del poder y se doblegara ante el imperialismo mundial. Al no aceptar ninguna ayuda que fuera “tejida con hilos políticos”, los líderes de la India, especialmente Nehru, impidieron que el país fuera atrapado por la contradicción Este-Oeste.
 
Aunque en la India rige una dinámica economía de mercado y el neoliberalismo está presente, el sector público nacido después de la independencia, es uno de los pivotes del desarrollo nacional, empeño con el que el Estado mantiene un firme compromiso y que hace posible que con sus propios recursos y por sus propios caminos, el país avance en el desarrollo y la lucha contra la pobreza.
 
Se trata de una antítesis de las élites corruptas que en Iberoamerica y otras latitudes, asumieron las republicas como botín y entregaron nuestros países a la voracidad del capital extranjero. Algunas de ellas, todavía vigentes y que se resisten a promover el desarrollo, la independencia y la integración, conformándose con lamentarse por la pobreza, repartir donaciones de alimentos y administrar leoninos tratados de libre comercio.
 
La experiencia de la India evidencia que la lucha contra el hambre no será eficiente mientras no sea un esfuerzo integral del cual se derivará el desarrollo, el bienestar y naturalmente la democracia que, de una u otra forma es otra manera de llamar a la libertad y a la felicidad.

 

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