El Nobel y el eslabón perdido: ¡qué pena!, Herta no entiende

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La Premio Nobel de Literatura 2009 dijo, suelta de cuerpo y con el are de diva cinematográfica de los treintas que tan bien le sienta en las fotografías, que no entiende la leal amistad de don García Márquez por el monstruo Fidel Castro. Dijo también que tampoco entendía ese afán por los "deseos comunistas" de sus colegas latinoamericanos, ¡Pobre Herta! | LAGOS NILSSON.

Nació entre una minoría —a la que no querían mucho, o desconfiaban— en Rumania, una minoría de origen alemán; cuando su nacimiento, en 1953, probablemente muchas heridas, de esas que literalmente sembró el III Reich por Europa, estaban abiertas. Y sobre heridas, las propias, trata buena parte del empeño literario de Herta Müller.

Por eso quizá entre las razones suecas para otorgarle el Nobel, se consideró su capacidad para retratar "el paisaje de los desposeídos". Lo desposeídos, en este caso, extrapolando, podríamos decir son los enclaves, grupos de habla alemana enquistados en diferentes países europeos.

En estos tiempos de viajes —quienes pueden hacerlo son muchos y viajan por doquier— comienza a abrirse paso en América Latina una idea que suena insólita en oídos europeo-centristas: tras haber sido considerado por siglos este continente un lugar exótico y exóticos sus nativos, nos acercamos al descubrimiento de que realmente los exóticos son los del otro lado del Atlántico.

En efecto de Europa, territorio lejano, han venido habitualmente aquellos peregrinos o extranjeros; ellos son los que se han movido con sus costumbres y lenguas extravagantes y hábitos muchas veces chocantes. Y si de estos asuntos hablamos, tambien de Europa llegaron las bailarinas exóticas con plumas en el trasero. Lo que —nos apresuramos a dejar en claro— no es en absoluto el caso de la intelectual que no comprende a García Márquez.

Con un "timing" digno de aplauso, la señora Müller soltó lo suyo en Alemania —donde vive y trabaja— a la revista mexicana Proceso poco antes de embarcarse a México, para asistir la Feria internacional del libro de Guadalajara, donde este año Alemania es el país invitado.

Decíamos que la escritora rumana de habla alemana recuerda un poco a las estrellas del cine hollywoodense de los años treintas (¿o quizá de los veintes?, no: no de los veintes, era entonces mudo el cine). Solo que a esas actrices no les importaba mucho, en líneas generales, la literatura. Lo más infortunado para Müller es que ella —cuando joven suponemos— admiró la obra de don Gabo; en especial mencionó dos novelas: 100 años de soledad y El otoño del patriarca. Naturalmente —como todo el mundo sabe— en ninguna de ellas hay referencia alguna que permita suponer siquiera en el autor veleidades izquierdistas. O acaso doña Herta leyó "traducciones traidoras".

"García Márquez—dice Proceso que dijo la novelista— es otro caso que yo no comprendo. Como hombre político no lo comprendo. Esa lealtad a Fidel Castro, pase lo que pase en Cuba. Es una lástima". ¡Pobre creatura exótica! la pena es que ella no entienda nada; por lo menos debió haber lucido buenos modales germanos y no hablar de lo que no entiende. Ni conoce.

Pero no. Insiste, abre su boca —que no parece ser de fresa en las fotografías— como un pez a punto de tragar el anzuelo y espeta que los libros de GGM fueron importantes para ella por eso del lenguaje del realismo mágico ¡tan lleno de imágenes! Como dicen los argentinos: ¡Minga! Lo del realismo mágico es un invento europeo. GGM no hizo más seguir el consejo de Tolstoy: describió su aldea, lo hizo con sutileza y, sí, convengamos, con un poco de imaginación. Pero eso de la imaginación lo podrá juzgar Herta Müller —probablemente en unos pocos años— si llega a embarcarse en algún puerto donde haga de las suyas el cólera (si consigue, claro, un compañero de camarote).

En su momento ella —intelectual— asumió el compromiso que le dictó su conciencia: en la Rumanía de Ceacescu optó. Todo bien. Tuvo que hacerlo. Se la aplaude. En los distintos países americanos (¿cuáles habrá visitado, qué comarcas, por cuánto tiempo, con quienes habló?) afirma que tuvo fuertes discusiones con escritores que se definían —horror— como personas de izquierda. Al parecer éstos "tenían realmente deseos comunistas".

¡Cuánto y qué profundo los conoció! A juzgar por su interesante lección (o parábola aleccionadora: eso de que —¿qué cosa?— es el mismo par de zapatos. Uno derecho y otro izquierdo) debió creer estar reunida con literatos sin un pie, carentes, es decir, de un zapato.

Salamanca, solía decirse, no presta, quizá el Nobel a veces, acaso en 2009,  se regaló.

 

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