El otro invierno de Santiago

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Año electoral este 2005: antes de que finalice se habrá elegido un nuevo presidente –hasta la fecha los sondeos señalan presidenta– y habrá cambios en la composición del Congreso. Con paciencia –a ratos impaciencia– profesoral Ricardo Lagos Escobar condujo los destinos de su país y la acción de su gobierno declaró concluida la transición democrática iniciada en 1990.

Chile goza de cierto prestigio en los centros mundiales del poder: es un país que “hace bien los deberes” y se insertó en el conglomerado mercantilista de la “globalización”. Pagó un precio: en esta tierra la discusión como método para lograr acuerdos y defender intereses mudó a la infinita búsqueda de consenso –eso sí, mientras no afecte el status quo logrado por las fuerzas políticas y económicas hace un decenio y medio.

En la vida política –peor: en la vida social– el disenso es mal visto; los que no están de acuerdo en modo como se administra y se ejerce el poder son “malos chilenos”; los que alzan la voz “no quieren entender lo que hemos avanzado”, los que protestan “son enemigos del progreso y de lo que se alcanzó”.

Como un músculo largamente maniatado –o anestesiado–, sin embargo, el caminar de la ciudadanía en estos años del gobierno del presidente Lagos –impecablemente democráticos en lo formal– comienza a desperezarse; está herido y profundamente dañado el tejido social: efecto último de la dictadura del procesado pinochet, pero se advierte que vuelven los reflejos.

La gente –es de mal gusto decir el pueblo– se agrupa en millares de pequeños grupos barriales, de trabajo y oficios, de cesantes, de pobladores, de profesionales, estudiantes, interesados en el deporte y en la cultura. Los partidos políticos –que nadie, por otra parte, agrede– importan poco. Sus dirigentes –les encanta que les digan líderes y así se autodefinen– no “calientan” a nadie.

Viven ocupados entre el mantenimiento de sus 4X4, los viajes, la dura ocupación de mantener el “nivel” de vida, el cabildeo. La gente no los conoce. Les da lo mismo lo que digan: son todos iguales; no se los distingue ni por sus conceptos ni por sus ropas ni por el acento con que hablan.

Los más jóvenes –y muchos mayores– optaron por no inscribirse en los registros electorales: no votarán. ¿Para qué, si no pueden distinguir unos de otros entre los que pueden ser elegidos? Los “comandos” de las diferentes candidaturas bregan para que la ciudadanía acuda a los registros, se inscriba y vote. La sensación es que pocos lo harán. Acaso no quieren ser cómplices de la larga siesta que han tomado las ideas en el país.

El Estado, representado por las autoridades de gobierno y los mandatarios del pueblo –perdón, de la gente– carece de reflejos, no se interroga, no le gusta que le pregunten, no se mueve. Duerme. Es el camarón comido por los sapos. Los sapos son la “clase” empresaria. Y el país parece una gigantesca alfombra debajo de cuyo tejido se acumula todo tipo de detritus y basura.

Los índices de corrupción en la función pública son, lejos, menores de los que son posibles de encontrar en otros países. Con insidia podría suponerse que probablemente sea por cobardía más que por integridad; o tal vez por mera tradición en eso del servicio público.

Nadie se pregunta de donde salieron las nuevas fortunas del país. Juntadas, cierto, cuando la dictadura resolvió formar una nueva elite económica, pero cuyos caudales no han, precisamente, decrecido en estos 15 años concertacionistas. Fortunas que ahora avanzan para copar el poder formal en el ámbito político de la administración del Estado.

A punto de iniciarse el invierno real, tres hechos conmueven las primeras planas de los diarios –que se leen poco– y los noticiarios “prime time” de esta California surera y coja: el asunto de los créditos estudiantiles, el escándalo de una planta de celulosa y el avance de una empresa minera que pretende mover glaciares para extraer oro, cobre y quién sabe qué más.

No son las únicas preocupaciones ciudadanas.

El problema del pueblo mapuche inquieta, aunque los “revoltosos” están presos gracias a normas de la dictadura (que sólo a ellos se aplican, por ahora). Inquieta el destino de los bosques nativos –que siguen talándose–. Inquieta la supervivencia de los pescadores y el estado de los recursos marinos. Inquieta el problema de un país partido al medio por una “reserva natural” en manos foráneas. Inquieta la pobreza y la cesantía. Inquieta el alcoholismo juvenil. Inquietan los sueldos miserables. Inquieta –o debe inquietar– la suma de las deudas personales, método para sobrevivir de los que trabajan y ganan apenas para el alquiler o la cuota de la vivienda. Inquieta que en diciembre se despierte con la conciencia de haber elegido poco más o poco menos de lo mismo. Inquieta la maternidad infanto-juvenil. Inquieta el abuso a menores (de ambos sexos). Inquieta la inexistencia de una política energética. Inquieta que a un año y pico del TLC con EEUU no se produzca la prometida caminata hacia el bienestar. Inquieta la obscena vulgaridad de la televisión. Inquieta que se haya partido por mitad a la capital del país. Inquieta que los ricos se hagan más ricos –y los pobres sigan ahí–. Inquieta el rebrote de la violencia represiva policial.

Inquietan muchas cosas.

LA EMPRESA QUE “AUTOCERRÓ”

Tal vez las opiniones del economista Marcel Claude sobre el “autocierre” de la planta de celulosa CELCO, acusada de ecocidio y protegida en primera instancia por las autoridades del ambiente encargadas de supervisar sus operaciones, puedan extrapolarse hasta constituir una radiografía del país tomada en este mes de junio de 2005.

Como maniobras comunicacionales, que sólo buscan distraer a la opinión pública, e intentar un lavado de imagen, igual que la renuncia de los abogados de la empresa, calificó Marcel Claude, Director Ejecutivo de Oceana, el anuncio de la empresa Celulosa Arauco. Añadió que “después de esto, CELCO sacará a sus trabajadores a las calles a protestar por el cierre de la planta, y así chantajear con los trabajos que entrega la celulosa. No creo en las auto penitencias, es el Gobierno el que debe tener el coraje político y decretar el cierre de la planta”.

El director agregó que en el caso de CELCO, se da una trilogía viciosa entre delito, cinismo e impunidad muy grave. El delito viene por parte de la empresa que “ha violado reiteradamente la ley ambiental, ha contaminado el Río Cruces y el Santuario de la Naturaleza, Carlos Adwanter y ha faltado a la verdad ante los tribunales de Justicia”.

Señaló que “el cinismo corre por cuenta del gobierno y del presidente de la República –responsable político de esta crisis– quien a través de la COREMA tiene todas las atribuciones para cerrar la planta y en cambio prefiere utilizar mediáticamente el caso para manifestarse conmovido y así, subir en las encuestas, al mismo tiempo que no incomoda ni pone en riesgo el funcionamiento del millonario negocio del señor Angelini”.

Por último, agregó Claude, “el broche de oro lo ha puesto la Corte Suprema, negándose a implementar justicia, sustentando sus fallos no en el derecho sino en informes falsos o inexistentes, eludiendo su responsabilidad de investigar, mostrándose negligente y mediocre hasta la médula, aduciendo argumentos que dan vergüenza ajena como la extemporaneidad de la presentación del recurso, exculpándose por el error adjudicándole la responsabilidad al abogado querellante por no haber hecho notar que se estaban presentando estudios falsos”.

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Las declaraciones del señor Claude se reproducen por gentileza de Océana.

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