El país azteca y la inspiración literaria: México con otros ojos

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Juan Manuel Costoya.*

Escritores procedentes de países y ambientes muy distintos, desde Valle-Inclán a Don Winslow, han encontrado en México la inspiración para alumbrar alguna de sus obras más conocidas. Su extremada geografía pródiga en montañas, volcanes, selvas y desiertos, sigue siendo escenario de grandes convulsiones sociales, siempre atractivas para algunos creadores literarios. A los terratenientes y revolucionarios, líderes mesiánicos, indígenas y criollos, se han sumado en los últimos decenios dos nuevas fuerzas creadoras de un mundo paralelo al oficial.

Son los cárteles de la droga y la emigración de todo un continente agolpado en la frontera ansiando las oportunidades del norte. La mirada que muchos escritores posaron sobre México sirve para aproximarse a la realidad del país azteca y, a la vez, para explicar la trayectoria profesional y hasta la biografía personal de alguno de ellos.

Traven y el misterio

Ediciones Acantilado edita dos obras del novelista B. Traven: La nave de los muertos y El Tesoro de Sierra Madre. Originalmente escritas en un alemán plagado de anglicismos su éxito disparó las especulaciones sobre el desconocido autor que se ocultaba bajo el seudónimo con el que firmaba sus obras. De su personalidad se ha afirmado casi todo y con periodicidad aparecen nuevos datos que cuestionan lo que se creía seguro.

Entre las teorías más excéntricas aquellas que recogen su posible parentesco como hijo bastardo del káiser Guillermo II, o los que consideraron que detrás de la firma B. Traven se ocultaría Jack London quien habría fingido su suicidio para aparecer de nuevo y desde el anonimato como un escritor tan brillante como huidizo. Parece que los estudiosos y la crítica se ponen de acuerdo en atribuir el nombre de Res Marut como el del verdadero autor de las obras firmadas por Traven, presumiblemente un emigrante alemán que murió en México D.F. el 26 de marzo de 1969 a los ochenta y siete años.

Sus cenizas fueron esparcidas en el río Jataté, en la selva de Chiapas.
 

Su negativa a convertirse en una celebridad reconocida se basó, al parecer, en una filosofía particular según la cual la obra del literato vendría a ser la única prueba de su valía y hasta de su existencia. La vida privada carecía de interés.

Sin embargo y aunque no de forma explícita su obra La nave de los muertos bien pudiera considerarse de inspiración autobiográfica. Escrita en 1926 en ella se traslucen las particulares reflexiones de su protagonista, Gerard Gales, abocado por la fuerza de las circunstancias a formar parte de la tripulación del Yorikee, una embarcación de apátridas a la deriva que a día de  hoy pueden reconocerse en todas las esquinas donde el mundo opulento vuelve la espalda a los necesitados.

Una atmósfera similar es la que envuelve su obra más conocida ahora reeditada, El tesoro de Sierra Madre. Sus protagonistas son una combinación de buscavidas, pasiones primarias y avaricia enmarcados en los impresionantes escenarios naturales del país azteca.

En las obras firmadas por Traven subyace en sus personajes principales una suerte de anarquismo, entendido más como un posicionamiento moral y ético que como una elección política. Sus protagonistas son individualistas y cínicos, con grandes dosis de humor negro, seguramente un retrato inconsciente del propio autor más fidedigno que cualquier otra especulación sobre su verdadero carácter.

Graham Greene y la culpa

México ejerció una gran influencia en Graham Greene. Al país americano llegó el autor británico estrenado estado civil y espititual, recién casado y recién convertido al catolicismo, dos estados que contribuyeron a aumentar su zozobra íntima.

La miseria, la violencia y la tensión racial de México le empujaron a reforzar su fe en el dios de Roma y, en la misma medida, a cuestionarla. Allí ideó una de sus obras maestras El poder y la gloria y en su argumento vemos a Greene camuflado en la sombra del sacerdote católico que la protagoniza. La tensión moral del cura exacerbada por su alcoholismo y el voto de castidad son, en realidad, las dos grandes tensiones del Greene de la época.

En la religión católica a la manera mexicana Graham Greene buscaba sobre todo consuelo. Su alma estaba herida ya desde su adolescencia cuando su padre, director del colegio en el que estudiaba el futuro autor, le obligaba a hacer de confidente sobre las picardías realizadas por sus propios compañeros. Esa dualidad en su carácter le pesará como una losa reproduciéndola el resto de su vida en la que fue acusado de comunista y casi al mismo tiempo de trabajar como espía para el gobierno británico.

La búsqueda de la religión entendida como un bálsamo, práctica que singularizó en México, le acompañará hasta el final de sus días. En su lecho de muerte en Suiza le acompañaba Leopoldo Durán un viejo amigo. Este sacerdote gallego fue doctor en literatura inglesa por el King´s College londinense y también en teología por Roma y en Filosofía por la complutense madrileña. Leopoldo Durán fue también el modelo de otra de las obras de Greene, Monseñor Quijote, y, sobre todo, el compañero de degustación y confidencias entre tantas botellas de vino escanciadas en el orensano monasterio de Oseira.

Lowry y los excesos

Malcolm Lowry (1909-1957) es otro autor cuya obra va inextricablemente unida a México. Oscuro como la tumba en la que yace mi amigo y, sobre todo, Bajo el volcán son sus dos grandes testamentos aztecas.

Desde su juventud, cuando Lowry surcaba los mares del mundo en un carguero, el alcohol y la literatura fueron sus obsesiones. Como si de un argumento de folletín se tratara, México acogió a un Lowry desquiciado por sus adicciones y por un imposible matrimonio con la ex actriz californiana Jan Gabrial. Paseando sus peleas y borracheras de Cuernavaca a Oaxaca, Malcolm Lowry debe a aquella época aciaga, una más en su turbulenta vida, la inspiración para escribir Bajo el Volcán.

Su protagonista, Geoffrey Firmin, un trasunto del propio Lowry, desiste de conservar a su mujer, Yvonne, a su lado y dedica el Día de Muertos de 1938, espacio temporal de la novela, a un nihilismo mental sobre el que planea una lucidez amarga que es ahogada sistemáticamente en alcohol. Su vida de folletín alumbró una obra maestra. El manuscrito de la novela, mil veces reescrito, se salvó de la destrucción gracias a su amigo y editor Albert Erskine.

Su otra novela mexicana Oscuro como la tumba en la que yace mi amigo es en realidad un ajuste de cuentas con los fantasmas que pueblan Bajo el volcán. Como los protagonistas de sus novelas Lowry murió joven, 48 años, debido a la fatal combinación de alcohol y antidepresivos.

Los testigos Bolaño y Winslow

El rotativo mexicano El Universal lleva un macabro y diario recuento. En una de sus secciones consigna el número de asesinatos ligados al crimen organizado. Algunos estados como Chihuahua o Sinaloa están inmersos en una guerra civil en la que el narcotráfico y los corruptos poderes gubernamentales libran una lucha sin cuartel por imponer su ley. El omnipresente asesinato ha creado una nueva mitología con su siniestro panteón adorador de la “Santa Muerte”, por momentos la única patrona visible del país azteca.

Ni siquiera Malcolm Lowry con su talento para poner símbolos a los excesos pudo imaginar algo semejante. Con estos mimbres, nuevos en la forma y tradicionales en el fondo, se han publicado algunas novelas notables.

El chileno de origen gallego Roberto Bolaño incluyó en su novela 2.666 una pormenorizada e inmensa lista de las asesinadas en Ciudad Juárez. Quiso, quizás, explicar que detrás del siniestro apelativo feminicidio, como se ha bautizado a la interminable lista de mujeres violadas y asesinadas en la frontera, hay seres humanos con nombres y apellidos, con un pasado de esperanzas y temores individualizado antes de que la depravación más absoluta las hiciera a todas iguales.

No es el único escritor foráneo de talento que se ha ocupado de la realidad más visible del México actual. El norteamericano Don Winslow (1953) es el autor de El poder del perro, una novela en cuya documentación el autor invirtió seis años y que ha sido señalada como una de los ejemplos más conspicuos de la “narcoliteratura”. La maldad superlativa, aquella en la que el poder y la codicia se hacen uno solo, es en el fondo el verdadero argumento de la obra.

El tráfico humano y el de drogas han alcanzado unos límites que sólo pueden entenderse desde la óptica que contempla a un estado en descomposición que impulsa, que ampara y que silencia, los negocios más sórdidos y rentables. La única ley es la que impone el más feroz. En palabras del propio Winslow “México siempre supera mis expectativas para lo bueno y para lo malo”.

Valle-Inclán y Tirano Banderas, una novela de anticipación

Es conocido que el esperpento es un género literario creado por Ramón del Valle-Inclán. Su técnica narrativa se basaba en la deformación de la realidad hasta hacerla grotesca. Los espejos deformantes del madrileño Callejón del Gato, popularizados por el literato galaico, bien pudieran explicar la actual realidad del país azteca.

No acaban ahí las similitudes. Valle-Inclán es también el autor de Tirano Banderas, una novela adelantada a su tiempo en la que el escenario era una dictadura presidencialista inspirada en la realidad mexicana de finales del XIX y zurcida por la violencia y la explotación del menesteroso. El autor de las Sonatas no se limita a una descripción literaria de una república imaginaria. Da en el clavo cuando explica que la dictadura sanguinaria que asola la literaria Santa Fe de Tierra Firme no es posible sólo por el talante despótico del dictador sino que sus fundamentos están en la cobardía, la capacidad de adulación y la bajeza de buena parte de sus súbditos.

Valle Inclán cuenta además con una ventaja añadida a la hora de enjuiciar con realismo la cotidianeidad de los países al sur de Río Grande: la lengua y la experiencia propia. Valle no habla de oídas ya que vivió en primera persona la dictadura del caudillo mexicano Porfirio Díaz. Conocedor de la complejidad social en estos países sintetizó tres visiones distintas, la del indio, la del criollo y la del inmigrante, para describir una sola realidad.

Además el lenguaje de Tirano Banderas se enriquece y se matiza hasta convertir al castellano en una poderosa corriente en la que confluyen diferentes palabras y giros latinoamericanos. Mexicanismos y antillanismos refuerzan el lenguaje de Valle Inclán hasta el punto de justificar su afirmación “México me abrió los ojos y me hizo poeta. Hasta entonces yo no sabía qué rumbo tomar”.

* Periodista.

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