El país de los políticos corchos

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Juan Linares.*

Son hombres absueltos de antemano por la justicia. Ni siquiera cuando se los descubre en alguna pillería son culpables. Cualquier juicio por más espinoso que sea demostrará con pruebas “irrefutables” que son más inocentes que el Divino niño del 20 de julio. “Mi buen nombre y honor no se verán afectados por este proceso”, dirán a los medios de comunicación con total soltura. ¿Cómo puede un proceso afectar algo que no se tiene?

Son los afamados “políticos corchos” aptos para resistir ciclones diluvianos ¡jamás se hunden, nada los hunde! Allí donde cualquier infeliz ciudadano de a pie fracasa y paga cárcel hundido en el mar de la ignominia, del descrédito, de la desesperanza, ellos flotan, ¡flotan como un maldito corcho!

La sociedad indiferente y resignada ha aprendido a tolerarlos, a aguantar sus "pataletas" por los medios radiales, pero íntimamente los desprecia. Nadie ignora que los malandras, los traidores y los ladrones perfumados de cuello blanco tienen en nuestro país dos destinos posibles: la cárcel o el Congreso.

Los políticos corchos se mueven como pez en el agua en las esclusas del poder; flotan, crecen y se reproducen en medio de las aguas turbias del prevaricato, del peculado por apropiación, del abuso de poder, de la falsedad ideológica y del concierto para delinquir. Ante cualquier contrariedad apelan al manual de frases de bolsillo: ¡“no le permito a nadie que me llame ladrón”, “me someto a la justicia”, “la historia me absolverá”! Frases que por supuesto, ya no impresionan a la audiencia.

Son capaces de sobrevivir agazapados en un mar picado infectado de tiburones hasta agotar el stock de engaños prefabricados, de triquiñuelas legales, de sobornos oscuros. “Mientras hay duda hay esperanza y el pueblo tiene mala memoria”, es el soporte que los mantiene a flote, con vida pública. Es fácil distinguirlos entre la fauna de pícaros que pululan por nuestros organismos estatales: son los que siempre andan brindando explicaciones. Conocen todas las respuestas, porque conocen todas las preguntas, ¿verdad julito?

Caminan entre la muchedumbre, entre sus víctimas, porque “la Ley es grande” y con ellos a menudo, generosa. “No se le respetaron sus derechos” o “se violó el debido proceso, ¡se anula todo lo actuado!” gritan los jueces de la república. Ningún juez en sus enteros le niega a su amigo corcho una orden de libertad condicional o una casa por cárcel.

Ya en libertad se convierten en “ciudadanos jurídicos”, intocables, ilustres. En individuos peligrosos, vengativos, llenos de certificados judiciales y de águilas honrosas; en hombres ejemplares que exigen garantías al propio Estado que los nombró, al que "tumbaron". Sienten que el mundo ha sido injusto con ellos y ahora tenemos que controlarlos para que ellos no sean injustos con el mundo.

El Congreso les otorga a los políticos corchos un aire de inmunidad (léase impunidad), ganan peso entre sus colegas y fama ante sus “súbditos”. En una buena jornada de discusiones estériles, aburridas pueden sacar petróleo con leyes a la medida de los monopolios, entregar la soberanía o un nuevo impuestazo a pupitrazo limpio.

A veces gritan, se exaltan, gesticulan y se acusan mutuamente frente a las cámaras de la televisión, pero todos sabemos que esas actuaciones, esas pantomimas memorables, esos pataleos de utilería, esa esgrima verbal, son meras performances para obtener una mayor participación en la torta burocrática del alto gobierno. ¡Su voto es clave! Ningún político corcho resiste o rechaza un cañonazo de dos ministerios para su partido, una embajada o en últimas hasta una notaria. “Mas importante que el voto, es quién cuenta esos votos”, decía Stalin.

En tiempo de elecciones los políticos corchos son los primeros en candidatizarse “para lo que sea”, incluso para cambiar de caballo en medio del río y pasarse a la otra orilla ¡a la bancada enemiga! a veces patean a favor, a veces en contra, todo en un mismo partido. Cualquier color de camiseta les sienta bien para seguir flotando, para conseguir contratos del Estado, para superar sus propias estadísticas de corrupción.

¿Nombres? ¡Usted los conoce de sobra, los ve a diario en los noticieros! Hay ministros, legisladores, embajadores y alcaldes de la actual administración que son verdaderamente insumergibles.

Flotan entre la escoria como ¡un maldito corcho!

* En la revista colombiana Semana, edición del  23 de octubre de 2010.

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