El peligro de Chernobyl está vigente

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 Zoltán Dujisin*
 
  Eran casi las seis de la mañana del 26 de abril de 1986 cuando Alexey Breus salió de su apartamento rumbo a su trabajo en el reactor cuatro de la planta nuclear de Chernobyl sin saber que hacía cinco horas que había comenzado el histórico desastre nuclear. "Cuando llegué en el autobús vi la destrucción", dijo. "Se me paró el pelo", recordó.
 
 
Alexey supo que había ocurrido algo horrible. Pero hasta entonces no se dio cuenta de su relativa suerte, 15 operadores y seis bomberos habían muerto.
 
"Pasé todo el día corriendo en la habitación de control tratando de tirar agua al reactor. Sentí náuseas, otros vomitaban mi alrededor", recordó.
 
A las cuatro de la tarde, su jefe decidió que los esfuerzos eran estériles y ordenó a abandonar el recinto. "Fui la última persona oprimiendo botones e interruptores para tratar de arreglar las cosas", apuntó. 
 
Cuando Alexey se cambió la ropa notó que su piel estaba como bronceada, pero hasta entonces desconocía la gravedad de la situación y se detuvo a comprar pan antes de regresar a su casa.
 
La explosión del reactor cuatro de la planta nuclear de Chernobyl liberó 200 veces más radiación que las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki y dejó 4.000 muertos, 40 por ciento del territorio europeo contaminado y más de 400.000 personas desalojadas.
 
El reactor fue enterrado bajo una estructura de concreto, conocida como sarcófago, que todavía contiene combustible altamente radiactivo y que será reemplazada por una nueva construcción.
 
La mayoría de los trabajadores de la planta y sus familiares residían en Prípiat, una ciudad de 50.000 habitantes que, al estar a un kilómetro de Chernobyl, debió ser evacuada en forma permanente.
 
Veinticinco años después Alexey regresa a buscar la calle Lenin donde vivía su amigo Konstantin Rudya, exingeniero de la planta nuclear, quien vivía allí con su esposa e hija Alina. 
La joven, quien ahora estudia fotografía en Berlín, regresó con él a Prípiat, de donde fue evacuada en brazos de su madre.
 
Konstantin falleció hace cinco años de un cáncer repentino e implacable a la columna vertebral con características inexplicables para los médicos.
 
En un mes pasó de tener un dolor en la espalda a no poder mover el torso que, según quienes estuvieron con él en sus últimos días, hacía un escalofriante ruido de vidrios rotos. La autopsia reveló que parte de su columna se había vuelto una esponja calcificada y había desaparecido el resto del hueso.
 
"En ese momento me di cuenta de lo que significa Chernobyl", señaló Alina, quien entonces estudiaba en Budapest.
 
 Prípiat fue devorada lentamente por una vegetación agresiva e indiferente, con árboles que crecen dentro de los edificios. Lo que fuera una ciudad futurista con jóvenes prometedores se convirtió en un doloroso monumento de la extinta era soviética.
 
Alina buscó nerviosa el apartamento familiar. Dejó atrás los buzones y las puertas entreabiertas del ascensor para subir las escaleras de madera, muy deterioradas tras años de infiltración de agua. Tuvo que entrar en varios antes de encontrar el suyo. 
 
No hay casi objetos en muchos de los apartamentos. Prípiat perdió sus tesoros tras años de pillajes. Alina se dio cuenta de que estaba en su casa cuando cerca de una ventana del cuarto piso vio una fotografía suya de bebé en un viejo retrato dejado a propósito por su padre, quien falleció a los 47 años.
 
Su madre, Marina, no quiere regresar, pero todavía recuerda los días surrealistas que siguieron al accidente. Cuando Konstantine llegó a su casa, cerró las ventanas y le dio iodo a ella y a su hija. Todo el mundo sabía que algo andaba mal, pero la gente se seguía nadando en el río.
 
Las autoridades interrumpieron todas las formas de comunicación. Era imposible hacer llamadas telefónicas y salir o llegar a Prípiat hasta que se anunció por altoparlante la evacuación obligatoria. Habían pasado 36 horas de la explosión del reactor cuatro.
 
"Algunos amigos empacaron una pequeña maleta para una semana, nunca imaginé que no íbamos a regresar", dijo Marina a IPS. No quiere ni pensar en el riesgo que todavía corren por la exposición a altas dosis, potencialmente letales, de radiación. "Los que todo el tiempo piensan en la muerte, mueren primero", señaló.
 
Las dos deben hacerse análisis clínicos todos los años, pero Alina confesó que los evita porque tiene miedo.
 
El sufrimiento de la familia Rudya no modificó su opinión favorable a la energía nuclear, la que comparten la mayoría de los ucranianos y el gobierno, que prevé construir 22 nuevos reactores para 2030.
 
En el apartamento de Marina en Kiev, hay muchas fotografías de Konstantin sonriendo dentro de la planta nuclear de Chernobyl. Él recibió muchas ofertas de trabajo del exterior, pero siempre quiso quedarse en Ucrania. Su trabajo le implicó realizar frecuentes incursiones al sarcófago mortal.
 
"Nunca pensó irse de Ucrania, era un patriota, quería quedarse en Kiev y por eso siguió trabajando en Chernobyl", dijo Marina.
 
*Periodista de IPS
 
 

 

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