EL PRÍNCIPE IDIOTA Y LOS AMORES DE ALLENDE

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

De repente uno recuerda. El frío y la Luna de Magallanes rodando más allá de Lautaro Navarro. Una cazuela también uno recuerda donde María Teresa, casa de putas como no hubo ni habrá otra, cazuela que uno zampó sin olvidar el buen tinto con su amigo José Bozic (que murió cuarenta años después esperando, quién sabe, sanar en Santiago, pese a que se sabe que Santiago no sana a nadie en tiempos de recuperada democracia; años, en todo caso, distantes de la isla Dawson, donde el Pepe fue mucho después confinado).

Uno se aloja en el Hotel France de Punta Arenas. Y uno llega tarde, demasiado tarde para una ciudad que no tiene vida nocturna. Pero uno llega al viejo hotel, baja del taxi, medio entumido. Y ¡zas! se detiene otro taxi. Baja Allende. «Compañero, silencio, no nos hemos visto». Uno tiene algo más de 20 años y él es el castigado que debe obtener la senaturía en próximas elecciones (que gana).

¿De dónde venía Allende?

Anécdota intrascendente. No es eso lo que él ya escribía en su temprano testamento al pueblo de Chile.

De repente uno también recuerda. Príncipe idiota le decíamos al «Guayo» Labarca en la Escuela de Derecho; no porque fuera idiota (tampoco por envidia a su inteligencia), sino porque nos parecía parecido al actor ruso que interpretó al personaje de Dostoievski en un filme de esos años (y no tengo ganas de buscar en la internet su nombre).

Quizá es cierto que la juventud es un don –el único que todos compartimos– y recordarla es una estupidez. Pero no quiero escribir sobre la juventud –ni sobre la estupidez.

Labarca tiene un techo en el «Camino de los Poetas», no demasiado lejos del que cobija a Nicanor Parra en Las Cruces, y no puedo dejar de pensar en el balazo que calló al viejo De Rokha y su estruendosa y maravillosa poesía. Don Pablo, el que nos enseñó a escribir desde la sangre propia y ajena, y a comer con vino tinto del Maule, y a mirar y tocar a las mujeres sin ningún respeto, porque el hálito de los dioses que encierran las caderas de una mujer no merece más respeto que la vida que se va y queda; don Pablo, el mayor de todos, sin desmedro de nadie, amén.

Escribo sobre el estímulo que brinda un libro que escandaliza a unos y encanta a otros: la vida sentimental de Salvador Allende. La tragedia, empero, la convocan los amigos que se descubren tales cuando mueren los que así no pueden testimoniar. Allende no era de palo, me dice un viejo que a veces bebe conmigo un potrillo del de Cauquenes en un bolichón no demasiado limpio. Y no. No era de palo.

Enrique Fernández comentó el libro de Eduardo Labarca. «Allende y la farándula», creo, se llama su comentario. Leamos:

En estos tiempos de “tele-basura”, es frecuente que usted reciba “noticias” sobre los romances, infidelidades y rupturas de los personajes que animan la farándula. Desde los tiempos de Elizabeth Taylor con sus ocho matrimonios y divorcios, este servicio informativo ha progresado una barbaridad.

Lo que nadie quiso imaginar, por respeto, es que un autor de textos de ficción utilizaría las mismas herramientas de estos informadores para mostrar las dotes de seductor que tuvo Salvador Allende. Eduardo Labarca, escritor y traductor chileno radicado en Viena, lo consiguió: Su libro “Salvador Allende, Biografía Sentimental” entró en circulación para regocijo de los amantes de la farándula y los enemigos que tuvo en vida el extinto presidente socialista (1970-1973).

Aún no se apagaban los ecos de la batalla final de Allende que culminó con su muerte, el 11 de septiembre de 1973, cuando la dictadura del general Augusto Pinochet comenzó a destruir su imagen: Allende, según las nuevas autoridades de Chile, era un frívolo, aficionado al buen whisky, los trajes elegantes, los encantos de la burguesía y, por supuesto, las mujeres.

Todo Chile sabe que el mandatario y líder de la Unidad Popular era un admirador de la belleza femenina. Belleza física e intelectual. La última historia se conoció hace seis meses, después que la colombiana Gloria Gaitán reveló a dos periodistas chilenos que esperaba un hijo de Allende cuando Pinochet encabezó el golpe que lo derrocó. Pero el embarazo no prosperó y el bebé nació muerto en Bogotá, en la versión de la hija del líder colombiano Jorge Eliécer Gaitán, asesinado en 1948.

Tras la revelación, la viuda del presidente, Hortensia Bussi, guardó un digno silencio. Tampoco formularon comentarios sus hijas Isabel y Carmen Paz. Cuando la diputada Isabel Allende fue consultada, en una entrevista con El Mercurio el pasado 13 de mayo, se limitó a responder:

–Yo digo que la vida privada se respeta. No tiene ningún sentido para mí decir ¡absolutamente nada! al respecto.

El libro de Labarca, editado seis meses después, no sólo evoca a Gloria Gaitán. También intenta desentrañar las relaciones íntimas de Allende con su secretaria privada Miria Contreras, la actriz Inés Moreno y otras mujeres, como Leonor Benavides, por cuyo amor se habría batido a duelo con el abogado y senador Raúl Rettig, en agosto de 1952. La versión de ese duelo conocida hasta ahora es bastante diferente y se basa en una discusión en el Parlamento, donde Allende calificó a su oponente como “tránsfuga” y “gestor”. El mismo Rettig admitió que aquel duelo fue “una estupidez”. Recuerda el cronista Hernán Millas en su libro “Habráse Visto”:

–¿Qué motivos tiene Labarca para justificar este arduo trabajo de investigación? ¿Por qué no viajó a Chile para presentarlo en la Feria Internacional del Libro de Santiago que permaneció abierta durante dos semanas en el Centro Cultural Estación Mapocho? ¿Tuvo temor de enfrentar la verdad histórica, como sucedió hace dos años?

A mediados de 2005 Eduardo Labarca viajó a Santiago y reconoció lo que era un secreto a voces entre algunos intelectuales de izquierda: que falsificó unas supuestas “Memorias” del general Carlos Prats, publicadas en México por el prestigioso Fondo de Cultura Económica. Esa autobiografía apareció firmada por el general Prats, ex comandante en jefe del Ejército, después que el 30 de septiembre de 1974 fuera asesinado en Buenos Aires junto a su esposa, Sofía Cuthbert. Los ejecutores del crimen fueron agentes del régimen de Pinochet. El autor de la falsificación fue el escritor Eduardo Labarca.

Descubierto el engaño, Labarca tuvo el valor de enfrentar a Sofía, Cecilia y Angélica, las tres hijas del matrimonio Prats, para explicarles por qué había escrito ese diario de vida atribuido al ex ministro de Allende.

–Al conocerlas me di cuenta de que el diario apócrifo las había herido profundamente, mucho más de lo que pude imaginar. Eran muchachas cuando asesinaron a su padre y su madre en Buenos Aires, han conocido momentos terribles, sus vidas han sido muy duras –reconoció entonces el escritor.

Pero ahora la situación es distinta.

Labarca no parece dispuesto a seguir dando explicaciones por aquello que escribe. Defiende su derecho a la libertad de expresión, aunque en su ejercicio mezcle la realidad con la fantasía. Esta vez no pensó ni en la viuda de Allende, ni en sus hijas, ni en los seguidores del presidente –entre los cuales estuvo cuando era un joven militante del Partido Comunista-.

–Si hubiera pensado en eso no habría podido escribir el libro –respondió desde Viena al diario La Tercera.

–Hay quienes desean –agregó el autor– que se nombre y haga justicia a su madre o abuela, que fue amada por Allende y le entregó parte de su vida.

Así de simple… Como en la tele…

(Enrique Fernández es periodista y –entendemos– profesor universitario).

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Se puede leer otro comentario sobre el texto en cuestión en el periódico Rebelión aquí, y otro más en el diario chileno www.lanacion.cl.

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