Elecciones iraquíes 2010: clave para la evolución interna y regional

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Pedro Rojo Pérez
El quinto gobierno desde la caída del régimen de Saddam Husein en 2003 no sólo tendrá que gestionar la retirada de las tropas estadounidenses (el 1 de septiembre de 2010 quedarán 50.000 de las actuales 96.000, y a finales de 2011 tendrán que haber salido de Iraq todas las tropas de combate), sino crear “un Estado que no existe” en palabras del ex primer ministro Iyad Alawi en una entrevista realizada para la televisión iraquí al-Sharquiya el 22 de febrero.

Los cuatro gobiernos que han precedido al que se formará tras el 7 de marzo han rivalizado en corrupción, inoperancia y sectarismo. El clima en el que se van a celebrar estas elecciones no invita a ser optimista. Sólo el rechazo al discurso sectario de los votantes de las elecciones provinciales y locales del 31 de enero de 2009 da motivos para el optimismo.

Los comicios de 2009 fueron los primeros calificados de “completos”, tras el boicot suní a las elecciones legislativas de 2005. En esas elecciones no hubo un claro ganador, pero el que más rendimiento sacó a sus votos fue la Lista del Estado de Derecho del primer ministro Nuri al-Maliki. La conclusión unánime fue que se produjo un voto de castigo a los partidos de discurso sectario y federalista. Esta llamada de atención ha provocado la desaparición de estos dos aspectos de la discusión política, cuando hasta esas elecciones habían sido temas centrales, tal y como queda recogido en la Constitución aprobada en 2005.

Al-Maliki se dio cuenta a principios de 2008, cuando más baja era su popularidad, de la falta de calado de este concepto en el electorado, y cambió su discurso sectario por uno centralista e integrador, llegando a poner en marcha su propio programa de reconciliación nacional. En base a este programa, creado, según algunos analistas, bajo presión estadounidense, intentó sin éxito acercarse, a mediados de ese año, a algunos sectores del Partido Baaz para escenificar una reconciliación entre todos los sectores de la sociedad iraquí.

La fortaleza con la que Nuri al-Maliki salió de las elecciones de 2009 le permitió mantener su independencia del resto de las fuerzas chiíes ligadas a Irán cuando, en mayo de 2009, Teherán reunificó el campo político vinculado a sus postulados. Irán ha logrado recomponer la Alianza Iraquí Unida (siglas bajo las cuales se presentaron los partidos chiíes pro-iraníes en las elecciones de 2005) bajo el nombre de Alianza Nacional Iraquí con la vuelta de líderes y partidos que en estos cuatro años habían abandonado la formación. Esta disgregación empezó con la negativa del partido al-Fadila de formar parte del gobierno de al-Maliki por la negativa a renovarles la cartera de petróleo que ostentaron en el gobierno de al-Yaafari.

La ruptura llegó al enfrentamiento armado en la primavera de 2008 con la lucha entre el Ejército del Mahdi, comandado por Muqtada al-Sáder, y las fuerzas del orden, controladas por las milicias Báder, pertenecientes al Consejo Supremo Islámico de Iraq (CSII), liderado por la familia al-Hakim. No sólo Muqtada al-Sáder ha vuelto a esta lista, sino que también figuras como Ahmed Chalabi y el ex primer ministro Ibrahim al-Yaafari han abandonado su aventura en solitario que tan malos resultados les granjearon en las elecciones provinciales. El único político de peso de este espectro que decidió seguir con su propia lista fue al-Maliki.

Algunos analistas defienden la teoría de que los atentados de agosto, octubre y enero pasados (con más de 300 muertos) fueron orquestados por los servicios de inteligencia iraníes para que al-Maliki perdiese parte de su popularidad, basada en buena medida en la mejora de la seguridad, y aceptase volver a la Alianza chií. La reacción de al-Maliki tras los primeros atentados (19 de agosto de 2009 con 100 muertos) fue acusar a Siria de dar cobijo y entrenar a las células de baazistas que, en connivencia con grupos de al-Qaeda, se habían infiltrado desde territorio sirio.

Desde entonces, la combinación Baaz-al-Qaeda ha sido la coartada del gobierno respecto a todos los males de la seguridad iraquí, a pesar de que Mohamed al-Shawani, director de los servicios secretos iraquíes, intentó en agosto de 2009 exponer los datos que apuntaban a las milicias pro-iraníes. Al-Maliki le mandó callar y al-Shawani dimitió y se refugió en Londres. Los comunicados del Baaz y del resto de las fuerzas de la resistencia, condenando no sólo estos atentados sino sistemáticamente todos los ataques que tienen como objetivo los civiles iraquíes, tampoco han hecho cambiar la actual fijación del primer ministro iraquí por los baazistas. Este giro, tras su “acercamiento” a los baazistas de 2008, ha vuelto a colocar a al-Maliki en la órbita de Teherán.

El cambio más importante en el campo chií pro-iraní respecto a las elecciones de 2009 es, sin duda, esta concentración de fuerzas en torno a dos listas, así como la vuelta de al-Maliki al sectarismo y a la retórica del miedo. Si bien es cierto que la discusión sobre el federalismo ha desaparecido de la batalla política, al-Maliki tampoco ha mantenido públicamente sus demandas de revisión de la Constitución de cara a otorgar más poder al gobierno central, seguramente con vistas a una posible coalición poselectoral en la que necesite tanto a la lista de al-Hakim como a los partidos kurdos.

En el panorama kurdo, la Alianza Kurda de los dos partidos hegemónicos, Partido Democrático del Kurdistán (PDK) y Unión Patriótica del Kurdistán (UPK), van a enfrentarse por primera vez desde 2003 a un fuerte adversario interno: la Lista del Cambio. Este grupo de fuerzas políticas, liderado por Nushiruán Mustafa (antiguo miembro de la UPK), critica con dureza la corrupción y la ineficacia de los gobiernos de Masuud al-Barzani.

En las elecciones regionales del Kurdistán, celebradas en julio de 2009, ya se hicieron con el 22,5% de los votos a pesar de tener que hacer frente al aparato del gobierno kurdo, controlado desde hace décadas por los dos partidos mayoritarios. Los escaños que le reste la Lista del Cambio a la Alianza Kurda pueden ser determinantes para la formación del próximo Gobierno en Bagdad. En las elecciones de 2005 los dos partidos kurdos se hicieron con 53 escaños de los 275 del actual Parlamento. Todo indica que en estas elecciones no sólo la Lista del Cambio les va a restar escaños en las tres provincias del Kurdistán, sino que también perderá escaños de zonas donde los partidos suníes y laicos boicotearon los comicios de 2005, tales como Nínive y Diyala.

La experiencia, probada con éxito en las elecciones de 2009, de listas no sectarias, basadas en un programa político y no en una etnia o confesión, es el aspecto más novedoso de las elecciones de 2010. Esta fórmula, bien aplicada en Nínive por el Frente al-Habda, le llevó a lograr el 52% de los votos, convirtiéndose así en la única lista en alcanzar una mayoría absoluta en las elecciones provinciales. Este modelo es el que se ha intentado reproducir en el Movimiento Nacional Iraquí, conocido como al-Iraquiya. Liderada por el laico de origen chií Iyad Alawi y por el suní Saleh al-Mutlak, también participan miembros destacados del frente al-Habda, como Osama al-Nuyeifi, hermano del actual gobernador de Mosul, Izal al-Nuyeifi.

A pesar de las negociaciones auspiciadas por países árabes y EEUU, esta alianza no ha llegado a un acuerdo para presentarse de forma unificada con el otro gran bloque de semejantes características: la Alianza por la Unidad de Iraq del ministro del Interior Yawad al-Bulani (chií) y el jeque Ahmed Abu Risha (suní), presidente de los Consejos del Sahua (o del Despertar) de Iraq. Un tercer partido que está ganando importancia en este ámbito es Ahrar, del clérigo chií Ayad Yamaleddín, que acusa a Irán y a sus partidos de sectarismo chií y aboga por un Estado laico.

Estas listas no sectarias están apoyadas por EEUU y los países árabes, que las ven como una posibilidad real de hacer frente al control político y administrativo que actualmente ejerce Irán sobre Iraq. Este apoyo estadounidense es más frágil que la convicción iraní de que no se repitan los malos resultados que obtuvieron en las elecciones provinciales de 2009 sus partidos más cercanos (el CSII no gobierna en ninguna provincia de Iraq), aunque esto signifique poner en duda la transparencia y respeto a los procedimientos administrativos y judiciales iraquíes. La principal arma usada para este fin ha sido la Institución Responsabilidad y Justicia (IRJ), heredera del Órgano de Desclasificación creado, paradójicamente, por Paul Bremer, gobernador estadounidense de Iraq en 2003.

El escándalo producido en torno a este proceso de “desbaazificación” de las elecciones ha eclipsado el episodio de la gestación de la nueva ley electoral. A pesar de no ser más que una enmienda de la ley que rigió los comicios de 2005, los parlamentarios han tardado más de cinco meses en redactarla. Cinco meses en los que se ha visto de todo en el Parlamento iraquí: desde amagos de veto por parte del vicepresidente suní Tareq al-Hashemi, hasta amagos de boicot por parte del presidente de la Región Autónoma del Kurdistán, Masuud al-Barzani, si no se concedía a su región 53 escaños (finalmente lograron 41) o interpelaciones del embajador estadounidense para que los diputados entrasen en la sala a votar la ley.

Finalmente se aprobó una ley que mantiene los principios básicos impuestos por Paul Bremer y que benefician a los grandes bloques, otorgando a las minorías religiosas y étnicas con unos pocos escaños de compensación, y asumiendo a priori que los 18,9 millones de iraquíes que pueden votar lo harán en términos sectarios. También se acordó la utilización de la cartilla de aprovisionamiento alimentario —puesta en marcha por el gobierno depuesto— como censo electoral, a pesar de que el Ministerio de Comercio, responsable de la misma, ha reconocido graves problemas de falsificación de ellas, además de 100.000 casos de muertos cuyas cartillas no se han dado de baja. Pese a ello y debido al bloqueo político que ha sufrido la creación del nuevo censo previsto para 2009, se sigue usando la cartilla como método censal.

La lucha por la inclusión o exclusión de varios candidatos electorales en base a su posible filiación al Baaz colocó en primer plano la lucha entre Irán y EEUU en Iraq, y todos sus recursos de presión sobre la clase política y judicial. El 9 de enero, la IRJ dio a conocer una primera lista de 458 candidatos y partidos excluidos de las elecciones. Los más destacados de la lista fueron Saleh al-Mutlak y Dafer al-Ani, número dos y tres de la lista de al-Iraquiya, o el Frente al-Habda, que gobierna Nínive.

Las acusaciones de los generales estadounidenses David Petraeus y Ray Odierno señalando a los máximos responsables de IRJ –Ahmed Chalabi y Ali Feisal al-Lami– de tener estrechos vínculos con Irán (al-Lami fue detenido en agosto de 2008, acusado de colaborar con las Brigadas al-Quds iraníes, y pasó un año en las cárceles estadounidenses) y de falta de imparcialidad (pues ambos son candidatos electorales por la Alianza Unida Iraquí), la visita del vicepresidente de EEUU –Joe Biden– a Bagdad el 23 de enero y la creación de un comité de apelación ad hoc sólo han servido para cambiar varias veces el signo de la decisión para, finalmente, reafirmar la medida de excluir de la carrera electoral a dos personajes que han formado parte del proceso político iraquí desde 2003.

El precio de las elecciones para el pueblo iraquí

“¿No tienen derecho los ciudadanos iraquíes a preguntarse sobre el precio que están pagando por participar en las elecciones o simplemente por el mero hecho de que se vayan a celebrar? El panorama, a la espera de este acontecimiento ‘democrático’, es aterrador”. Estas palabras del reconocido columnista Fáteh Abdelsalam en al-Zamán fueron escritas el 31 de noviembre de 2009 tras los dos atentados de agosto y octubre de ese mismo año y ante la previsión de que la situación empeorase, como así ha sido.

El quirúrgico recuento de muertes que a diario hacen medios como la televisión al-Sharquiya y la agencia Reuters es demoledor. A modo de ejemplo, el informe de esta agencia del día 22 de febrero deja un balance de 24 muertos a mano de “hombres armados desconocidos”, entre ellos una madre y sus tres hijas, o los ocho miembros de una misma familia que recuerdan los peores momentos de los asesinatos sectarios de 2005 a 2007. La cifra que ese mismo día publica el periódico iraquí más vendido, al-Zamán, citando fuentes de la morgue es de 67 cadáveres, sólo en Bagdad.

La mejora de la seguridad sobre la que al-Maliki respalda su campaña electoral hay que relativizarla en el contexto iraquí: la situación es mejor que en 2006, cuando se asesinaba a cerca de 100 personas al día, pero si la situación se compara con datos internacionales, Iraq sigue siendo, según el Índice de Riesgo Terrorista que elabora Maplecroft, el país más peligroso del mundo. Por su parte, en su informe del 17 de noviembre de 2009, la organización Transparencia Internacional situaba a Iraq como el cuarto país más corrupto del mundo y lo incluía en la categoría de “Estados marcados por la guerra y el conflicto constante”.

Una de las razones del aumento de la violencia en los últimos meses es la reactivación del Ejército del Mahdi, responsable de buena parte de los asesinatos sectarios de los últimos años. A pesar de que teóricamente esta milicia comandada por el clérigo Muqtada al-Sáder, está disuelta o dedicada a obras pías y al estudio del Corán tras su derrota militar de 2008, nunca entregó las armas. La paulatina liberación de los presos custodiados por las tropas estadounidenses ha propiciado la vuelta a las milicias de muchos de sus cabecillas, lo que sumado a la cercanía de las elecciones habría propiciado en los últimos dos meses la reanudación de su actividad, como reconoce Said Husein Kamal, jefe de Inteligencia del Ministerio de Interior iraquí.

Otra milicia que ha vuelto a actuar sin contemplaciones en las zonas en disputa son los peshmergas kurdos. A pesar de que, tras perder el poder en las elecciones de 2009, la alcaldía de Mosul y el gobierno provincial de Nínive (provincia colindante con el Kurdistán), las milicias de la Alianza Kurda han vuelto a estar presentes en Mosul, deteniendo a personas ligadas a otros partidos políticos sin tener jurisdicción para ello. Un oficial de la policía de Mosul ha denunciado que todos los barrios de la ciudad situados en la orilla izquierda del Tigris están ocupados por los peshmergas.

para adaptarse a las nuevas amenazas, tales como el dominio iraní directo y, así, poder salir de la marginación del proceso político aprovechando la popularidad lograda por su lucha contra la ocupación militar”.

Esta reconversión política pasa por un apoyo discreto pero efectivo a las listas no sectarias, como ya hicieran a pequeña escala en las elecciones de 2009. Esta sería para ellos la solución menos mala de entre todas las posibles. A cambio de este apoyo de la resistencia, en caso de gobernar, estas listas se habrían comprometido a reconstruir los servicios de seguridad sobre bases profesionales, lo cual significaría la vuelta de muchos oficiales del antiguo Ejército, actualmente en la resistencia o en el exilio, y un menor acoso contra sus combatientes.

Si, por el contrario, el escenario fuese el primero, es decir, la formación de un gobierno para los cuatro próximos años más cercano aún si cabe a Irán, y una retirada real de las tropas estadounidenses, todo parece indicar que la resistencia rompería su compromiso de no atacar a los iraquíes y empezaría a luchar contra el Ejército iraquí por el control de ciudades. Esta posibilidad podría romper la gélida actitud árabe hacia Iraq, ya que, por una parte, observan con temor cómo Irán se hace fuerte en el país que históricamente ha sido el muro de contención de la influencia persa sobre el mundo árabe, pero al mismo tiempo cumplen las órdenes de Washington de asfixiar económicamente a la resistencia armada.

Esta falta de colaboración con grupos que podrían haber frenado el dominio iraní sobre Iraq se debe a dos factores: por un lado el mencionado compromiso con EEUU, pero también la prevención que les causa el éxito de un movimiento insurgente popular cuyo modelo se pueda extender a sus pueblos, ahogados por férreas dictaduras, además de las consecuencias que, para países como Siria y Jordania, podría tener este enfrentamiento en cuanto a la afluencia de nuevos refugiados. Sin embargo, la posibilidad de que EEUU permita a Irán aumentar su dominio sobre Iraq puede hacerles cambiar de opinión y empezar a apoyar a la resistencia como arma para luchar contra Irán, erigido en los últimos años como principal amenaza para los países árabes, para alivio de Israel.

Un futuro lúgubre

Los resultados finales de las elecciones del 7 de marzo pueden bien dar lugar a un cambio en el equilibrio de fuerzas, recuperando poder las facciones laicas apoyadas por Washington y los países árabes, bien generar un Parlamento controlado mayoritariamente por los partidos pro-iraníes. Este último escenario resultaría explosivo, pues podría hacer que el actual cerco árabe sobre la resistencia armada iraquí se levantase y empezase a recibir fondos y apoyo exterior para hacer frente al dominio iraní sobre Iraq.

Independientemente del resultado de las elecciones, el proceso preelectoral ha dejado claro que la ocupación estadounidense en Iraq ha fracasado en la creación de mecanismos que le aseguren el control del país en la etapa posterior a la ocupación militar, basada en la dependencia económica, administrativa y militar de la metrópoli. La errante política estadounidense no ha logrado ninguno de esos tres anclajes en Iraq, por lo que el futuro a corto plazo de su presencia allí y de la estabilidad en Iraq y la región es “lúgubre” y “aterrador”. Un futuro que aún está muy lejos de los deseos expresados por el presidente Obama de colaborar con los iraquíes en “promover la paz y la prosperidad en la región”.

*Arabista y director de Boletines de Prensa Árabe www.boletin.org.Texto escrito para el Real Instituto El Cano

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