En Ecuador murió La Luna, ¿quién la mató?

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Alberto Maldonado S.*

Como siempre, el rumor precedió a su derrumbe de tal manera que cuando se derrumbó, lo único que quedaba por revelarse es ¿quién la mató? Como esos grandes crímenes, la desaparición de La Luna progresista quedará envuelta en un manto de misterio; y por más que sus autores y actores den versiones de lo que realmente pasó, siempre quedará la duda.

Dijo Perogrullo que en todo cuento hay que comenzar por el principio. Y el principio de Radio La Luna es un ensayo de una ONG que quiso auspiciar,  en este pequeño país, una radioemisora que fuera una voz diferente, que recogiera las preocupaciones de los pobres, de los que sueñan, de los que pelean por un mundo mejor. Es decir, una voz diferente; muy diferente de las radios del sistema, que trabajan en red y que están ligadas a esas directrices que les instruyen sobre lo que deben decir, cómo deben decir, qué es lo que no deben decir, a quiénes deben entrevistar, a quiénes no.

Desde luego, un proyecto semejante era de difícil aplicación y de más difícil ejecución. No hay que olvidar que este pequeño país (cerca de 14 millones de habitantes y 274.000 kilómetros cuadrados) ha sido muy generoso en esto de distribuir frecuencias radiales a quién se lo pida y a precio de huevo. Cuando la amplitud modulada (AM) estaba de moda, la dirección de frecuencias autorizó la concesión de cerca de 800 estaciones radiales; y cuando llegó la FM (frecuencia modulada) ya van por cerca de las 600 concesiones.

Y también desde luego había unos radiodifusores privilegiados, que coleccionaban frecuencias; y había otros que apenas  si podían mantener una estación radial,  como moledora de discos y como emisora de mensajes familiares, casi de antología.

Quizá, en un futuro no muy lejano, haya la oportunidad de recoger parte de semejante folclor; pero, como en este ensayo no tratamos de hablar de este tema, pues baste con decir que La Luna de Quito fue una estación diferente. Sus principales (desde hace años) abrieron sus micrófonos al público y ellos mismos tuvieron un discurso diferente; un discurso cuestionador, un discurso de izquierda, un discurso de riesgo. Y esa política fue posible porque un grupo de dirigentes decidió y se arriesgó a que La Luna sea diferente.

¿Qué pasó? Algo que es muy obvio, especialmente para una estación radial que se desenvolvía fuera del sistema imperante; y eso no se perdona.  La Luna tenía que pagar mensualmente arriendo, servicio de energía eléctrica, agua, guardianía. Y, sobre todo, los sueldos del personal a su servicio (que no eran muchos) Para ello, debía contar con ingresos mensuales permanentes o con la publicidad que le permitiera subsistir. No tenía ingresos propios y los espacios publicitarios no podían venir sino del gobierno que, en este caso, era uno de los principales beneficiarios de línea política del medio.

Según publicaciones que ha hecho El Comercio de Quito, al comienzo del Gobierno Correa como que se incrementa este rubro: pero en los últimos tiempos, baja notoriamente. Con seguridad porque para el Secretario de Comunicación de la Presidencia (que sigue contratando millones de dólares en la prensa sipiana) no debía ponerse en evidencia, financiando a La Luna.

Total, llegó un momento en que los empresarios “lunáticos” tenían que poner los pies en la tierra y encontrar caminos, formas, para por lo menos asegurar la subsistencia de la radio. La otra solución, era darse en quiebra, liquidar a su personal y devolver al Estado la frecuencia 99.3 FM.

¿Quiénes más perdieron en esta historia? Pues ese inmenso sector ciudadano que, de alguna manera, se sentía representado por la estación radial, aunque en los últimos tiempos se habían apoderado de sus micrófonos (vía telefónica, la mayor parte) un pequeño grupo de comentaristas de ocasión, que por lo menos decían y opinaban distinto de lo que se escuchaba (y se escucha) a través de la televisión y de otras estaciones radiales, cuyos promotores se han vuelto cada vez más “democráticos y libres”  pero al estilo sipiano: de la SIP

El “asesinato” de La Luna ciertamente democrática y libre, no es un asunto como para sentarse a llorar. Es una pérdida enorme de unos micrófonos que debatían, que discrepaban. Pero es de esperarse que en este proceso político-ideológico, más temprano que tarde, aparecerá no solo en el dial radial, una respuesta apropiada. Mientras, el sector privado de la comunicación se ha anotado un triunfo: un triunfo ciertamente barato  y, sobre todo, muy decidor: que este gobierno progresista no tiene una política de comunicación por lo menos consistente.

* Periodista.

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