Entre la historia y la leyenda: Azucena Blanca

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L.N.

…Yuray-Amanjac en idioma original: una joven hermosa, hija de un gran guerrero que vivió el más grande amor en las callejas de Cusco. Nada es definitivo ni eterno, empero. Y el amor se trizó, no porque los amantes dejaran de amarse. Fue la guerra y las opciones que ésta siembra en el corazón de las personas. La historia termina mal, y un puñado de azucenas blancas son la pregunta y la respuesta.

Sojta-Orco, el que nació entre seis montañas, enfrentará su último combate; no imaginó, al tomar el hacha de mil victorias, quién iba a ser su rival. El viejo guerrero pidió por el viracocha más valiente, y lo enfrentó uno a quien había llegado a amar como a un hijo: el hombre por el que ella todavía suspiraba en silencio.

El combate fue feroz y prolongado ante los muros de la ciudad sitiada. Su verdadero desenlace lo conoceremos después, cuando los días se convirtieron en silencio …

Asociamos las leyendas a culturas lejanas y muertas; no conocemos  o no queremos saber de aquellas que, lejos de ser fragmentos de memoria perdida, viven todavía entre las gentes que habitan las alturas, valles, selvas y costas de nuestro entorno. Ésta es una de esas. La aprenden los niños en quechua y en ocasiones los ancianos vuelcan el relato al castellano.

Los pueblos mantienen, así, vivo su pasado y las eventuales lecciones que atraviesan las épocas. El cuento de Yuray-Amanjac, Azucena Blanca, no tiene autor conocido: es anónimo y cobra forma y estilo diferente según quién lo entregue a otros; ésta sólo es una versión. Llama la atención la ausencia de lo que podría caracterizarse como una "ideología del odio". Prima en esta leyenda –y en la mayor parte de otras del mismo período– un deseo común: el de libertad, las emociones y sentimientos negativos son, se diría, personales, inevitables.

Que el invasor se vaya; si no parte habrá que luchar. El triunfo no busca su aniquilamiento, sino su ausencia. Y significará el restablecimiento del orden, que es justicia y paz entre las personas, el orden que es solidaridad, no explotación ni muertes. Medio millar de años desde que las carabelas echaron por primera vez el ancla en el Mar Caribe –y desde que los jinetes hollaron el camino del inca– tienden a dar razón a los pùeblos originarios americanos.

Quizá sea hora de que los escuchemos. La tristeza pura de las azucenas, al fin y al cabo son un mensaje. No es mala idea que la conozcan los niños.

La leyenda de Yuray-Amanjac puede leerse y "bajarse" al ordenador aquí.

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