España, Panamá, memoria… las tercas cicatrices de la historia

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Paco Gómez Nadal.*

La mayoría de los países vive atado a su historia por una conexión bruja que no permite miradas limpias ni juicios tranquilos. Las cicatrices que deja la historia, las vergüenzas propias, las malas jugadas ajenas se empeñan en supurar memoria de vez en cuando, ensuciando el presente, como una clara prueba de que no cerrar bien los capítulos tiene altos costos sociales y políticos aun décadas después.

En mi país de nacimiento, España, el fantasma del dictador Francisco Franco ha salido de los armarios de la transición 35 años después de ser oficialmente enterrado.

Solo hizo falta que un juez como Baltasar Garzón (abajo, der.) osara abrir una causa para investigar los crímenes del franquismo y que se comenzaran a abrir fosas comunes que llevaban 60 ó 70 años tapadas por el aluvión del presente para que la parte más oscura de ese país haya sacado las uñas y esté dispuesta a crucificar al juez y a todo el que lo defienda.

No es de extrañar, aún hoy, en España no ha habido un proceso revisionista de la historia de la llamada conquista de América y en los libros de historia aún se ofrece una versión descafeinada de lo ocurrido tratando de evitar el tono de gesta con el que se hablaba de la conquista hasta finales de los 70, pero esquivando de igual modo la realidad del genocidio y la rapiña que supuso la llegada de los españoles a las costas americanas.

Algo parecido, salvando las distancias, está ocurriendo en Panamá. El nombre de Noriega sigue generando sarpullidos en algunos y recuerdos peligrosos en otros. El último periodo de la dictadura militar, el comandado por Noriega, y la invasión son temas semitabús en Panamá, y después de muchos años acá son contadas las ocasiones en las que he podido tener una conversación abierta y franca sobre el asunto.

Una buena amiga me dijo hace tiempo, cuando se sospechaba que el dictador iba a quedar libre en septiembre de 2007, que se habla poco del tema entre la clase media influyente porque en el fondo todas las familias tenían miembros en bando y bando y que había como una amnesia consensuada, un no volver a hablar de aquellas cosas. No pasarse la factura.

Lo cierto es que se puede no pasar la factura pero, al tiempo, mirar de frente a nuestra historia para alejarnos de los mitos y las mentiras compartidas y construir sobre bases firmes. Al igual que en España, muchos de los protagonistas de aquellos años están vivos y son personajes activos de la sociedad.

En realidad yo solo he visto que se le pasa la cuenta a Balbina Herrera, que de vez en cuando se pone a pedir perdón en lugar de admitir lo ocurrido e interpretarlo como un momento histórico. No sé si porque es mujer o porque viene de un estrato bajo, pero lo cierto es que el director de la Policía , muchos de sus oficiales y algunos de los personajes que rodean al presidente de la República —igual que ocurría con el caso de Martín Torrijos— tienen una historia cercana al dictador y a sus desmanes.

Hay que cerrar ese capítulo, pero bien cerrado. Es decir, con verdad y reparación. Parece inconcebible que aún no esté claro cuántas personas murieron durante la invasión estadounidense y que la reparación haya sido esquiva.

Es inconcebible que los pedazos de la historia del país se vendan o se tumben como si no significaran nada —la vieja sede de la embajada gringa convertida en edificio de oficinas o el YMCA en supermercado—; que no haya debates serios sobre por qué los gobiernos de Panamá no han hecho ningún esfuerzo serio por traer a Noriega al país y juzgarlo por sus crímenes –¿o hay miedo a que prenda el abanico y que su mugre alcance a muchos?–; que los jóvenes ya no sepan ni qué pasó ni quién fue quién en aquellos años…

La experiencia de España es lamentable, con una transición a la democracia envuelta en el secretismo y en el “tratémonos pasito”, sin haber iluminado los hechos dramáticos de la posguerra civil ni haber hecho justicia con las víctimas de uno u otro bando, y mirando hacia delante de forma compulsiva como si su propio pasado no le perteneciera. Mi país de nacimiento va a pagar el costo, ojalá Panamá no cometa los mismos errores porque siempre, siempre, se terminan pagando.

* Periodista.
En www.panamaprofundo.org

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