Especias. – EL COMERCIO QUE CAMBIÓ PARA SIEMPRE AL MUNDO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

En las grandes superficies comerciales se muestran en estantes separados, con una presentación cuidada. Dentro de frascos de cristal atractivos a la vista las especias siguen seduciendo con sus colores vivos y su textura. El envasado al vacío imposibilita que su penetrante olor inunde con sus matices la aséptica atmósfera de los hipermercados.

Pocos de los que pasan a su vera empujando los carritos sospechan siquiera que dentro de esos trabajados recipientes se encuentra domesticado el motor de la primera globalización mundial y el impulso que determinó la exploración primero y después la colonización de extensas zonas de Asia, África y el Caribe.

En su afán por comercializar las especias y por conquistar los mercados que las monopolizaban, Europa exportó un incipiente capitalismo que, en un tiempo récord, cambió para siempre la faz del mundo fuera de las fronteras del viejo continente.

Su comercio propició la acumulación de fortunas legendarias y, en la misma medida desorbitada, llevó prepotencia, desolación, muerte y ruina a poblaciones enteras. Los capitales que propiciaron la primera revolución industrial en los países del norte de Europa salieron en gran parte de este lucrativo tráfico.

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Las especias han sido apreciadas en Europa desde tiempos clásicos. Plinio el Viejo en su Historia Natural, se queja de que el comercio de especias costaba a los romanos millones de sestercios anuales. La pimienta negra de Malabar, el jengibre, el cinamomo de Ceilán, el cálamo aromático, el palo de áloe se unieron al aceite de sésamo, al marfil y a las perlas para crear en la imaginación occidental la idea de un oriente fabuloso en sus riquezas.

La idea de las Indias míticas estaba ya en la mente europea desde los gloriosos tiempos de la república romana.

La Serenísima República

En los oscuros lustros de la Edad Media, en los que Europa se debatía en un túnel de oscurantismo y enfermedades, una pequeña república marinera sentaba las bases de su exclusiva prosperidad, en gran medida gracias al comercio de especias.

La Serenísima República de Venecia fundada en una zona de lagunas de compleja navegación obedeció en sus orígenes a la necesidad de sus pobladores de ocultarse de las hordas bárbaras que asolaban el norte de Italia. Muy pronto y haciendo de la necesidad virtud llegaron a ser consumados marinos y comerciantes. Los puertos del Adriático, Alejandría y el Mediterráneo oriental hasta Constantinopla fueron testigos de su incesante tráfico.

Las especias, llegadas a uña de camello desde las mesetas persas hasta los puertos orientales del Mare Nostrum, eran la mercancía más codiciada, la que más beneficios devolvía. En el siglo XII y posteriores las especias eran expresión de sofisticación y lujo y también parte básica, como el pimentón, de los preparados que conservaban los alimentos.

La aparición de la peste que periódicamente asolaba las ciudades de Europa fue también un revulsivo en este comercio especializado. En la desesperación por buscar un remedio a los espantosos bubones se utilizaron toda clase de especias y esencias aromáticas. Eran asimismo la base en la elaboración de tintes, cosméticos y ungüentos afines. De la noche a la mañana las especias pasaron a ser casi imprescindibles en la Europa solvente.

“Mors tua, vita mea”

Gracias a una escuadra operativa en todo el Mediterráneo y a una diplomacia sibilina y pragmática, que lo mismo pactaba con los otomanos que alquilaba su flota para trasladar a los cruzados a Tierra Santa, Venecia se convirtió en una república aristocrática dejando atrás a otras ciudades estado competidoras como Génova, Amalfi, Pisa o Bizancio.

El ocaso al poder de la Serenísima República llegó por el oeste. Las pujantes monarquías ibéricas hicieron de la búsqueda de las especias el motor que las lanzó a la exploración del mundo. Colón murió en Valladolid convencido que en sus cuatro viajes las carabelas habían tocado tierra en la costa oriental de la India.

Seis años después del histórico 1492 el navegante portugués Vasco de Gama llegaba, esta vez sí, a la costa occidental de la India después de circunvalar Africa. Por primera vez la ruta de las especias ya no atravesaba el Mediterráneo en su camino hacia Europa. Como consecuencia Venecia comenzó su progresiva pérdida de influencia en el mundo. Su prolongada decadencia desembocó, en 1797, en la pérdida de la soberanía bajo la bota de los soldados napoleónicos.

Las especias que hicieron de una tierra de aluvión insalubre una de las ciudades con mayor personalidad del mundo abandonaron Venecia, pero posibilitaron con su traslado el auge de nuevos puertos y civilizaciones. Lisboa inmediatamente y poco después Amsterdam y Londres recogieron con nuevos bríos el millonario comercio.

Los avances en instrumentos náuticos y en el diseño de los barcos, la cartografía, que cada día iba poniendo nombre y forma a los espacios en blanco de los mapas clásicos, posibilitaron la apertura de nuevas rutas comerciales. Por encima de todo se imponía la mentalidad ambiciosa y audaz de la sociedad renacentista que no dudó un instante en poner el mundo a su servicio.

Lisboa, Amsterdam, Londres

Los portugueses fueron fortificando puertos y ciudadelas en lugares estratégicos de la costa africana y de las islas del índico. Su objetivo pasaba por establecer sólidas bases en las que abastecer sus barcos y que sirvieran a la vez como almacenes de especias y otras mercancías exóticas en su largo camino de vuelta hacia la metrópoli.

Los súbditos de Enrique el navegante continuaron su obra haciendo de Goa la base india desde la que exportar especias hacia Europa. Al arrimo de los cuantiosos beneficios obtenidos y de su intercambio se crearon los primeros bancos y bolsas en el Viejo Continente. En los Países Bajos se instauraban las primeras letras de cambio, los cheques y el papel moneda.

Una nueva clase, la burguesía, comenzaba a abrirse paso con la fuerza de las ganancias obtenidas en estas transacciones internacionales. El mundo, sin adivinar siquiera sus implicaciones, se deslizaba ya por una pendiente de no retorno.

La Compañía Holandesa de las Indias Orientales se fundó en 1609. Expeditivos hasta la crueldad gratuita y dueños de una ambición poco común, incluso para los cánones de la época, en pocos años tuvieron bases permanentes en las Islas Molucas y en Java (Indonesia). Sus correrías por el sudeste asiático les hicieron chocar con los portugueses, predecesores suyos en el comercio de especias en esas aguas.

Las luchas se resolvieron a largo plazo a favor de la emergente potencia del norte de Europa y con ella llegó una nueva forma de entender la colonización. Se acabaron las tendencias intrusistas en materia de religión y administración. Nada de mezclas raciales, ni de levantar iglesias y cabildos. El comercio de especias y su beneficio era lo primero y lo último.

Surgió así un nuevo contacto entre Europa y Asia basado en la apertura de puertos francos y comunicaciones al servicio de la exportación y de los campos de cultivo. Los autóctonos podían organizarse como quisieran siempre y cuando no pusieran trabas al negocio. Si esto sucedía los neerlandeses se mostraban implacables.

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En 1621 deportaron a la inmensa mayoría de los pobladores del archipiélago de las Banda, en las Molucas. Sus tierras fueron entregadas a los «perkeniers», colonos holandeses. Con el trabajo de otros esclavos asiáticos introducidos junto a los nuevos dueños las fértiles tierras acogieron las primeras plantaciones intensivas de nuez moscada. Si los precios caían en la metrópoli los holandeses almacenaban su mercancía impidiendo su salida al mercado o bien arrasaban plantaciones rivales para crear las mejores condiciones para la venta de su mercancía.

La exploración del mundo se había completado en su casi totalidad y el único norte inmutable era el del beneficio.

Pronto los británicos demostraron que de alumnos aventajados habían dado el paso, sin mucho esfuerzo, a maestros sin rival. A fin de evitar encontronazos y reclamaciones con otras monarquías europeas la corona inglesa privatizó sus exploraciones y conquistas. Con el privilegio otorgado por el gobierno de Su Majestad Isabel I, una mezcla de aventureros, soldados y mercaderes constituyeron hacia el año 1.600 la Compañía de las Indias Orientales.

Su objetivo inmediato: competir en el mercado internacional de especias con portugueses y holandeses. En su apogeo la Compañía llegó a generar tantos ingresos como la totalidad de Gran Bretaña a la vez que regía los destinos de una quinta parte de la humanidad. Sus normas privadas se transformaban en leyes públicas gracias al impulso de un ejército privado de más de un cuarto de millón de hombres.

Explotó inmensas regiones, traficó con opio a cambio de té instalando la adicción y sus consecuencias en extensas franjas costeras de China, aunque para llevar a término sus planes tuviera que desencadenar dos guerras. Fue la primera empresa con accionistas y precursora de la globalización. Con el uso de su información privilegiada determinó un nuevo sistema de cambio, propició remodelaciones gubernamentales e interesadas convocatorias electorales.

Su poder fue inmenso. Los británicos buscaron por todos los medios disparar los beneficios de sus plantaciones. Cuando se enfrentaron a la resistencia cingalesa tampoco dudaron en deportar a buena parte de la población tamil del sur de la India para esclavizarla en las plantaciones de canela de Ceilán. Las trágicas consecuencias de aquella decisión siguen ensangrentando la actual Sri Lanka, sesenta años después del abandono de la India por parte de Inglaterra.

No fue una excepción. La deportación de grandes masas de población dócil para recolocarla en ásperos trabajos en régimen de semiesclavitud fue una práctica habitual en el Imperio Británico sustentado en sus principales columnas por el comercio de especias. Ante la insuperable indisciplina de los naturales del país, el ferrocarril de África Oriental, utilizado para transportar el café desde las tierras altas hasta la costa, fue posible gracias al trabajo esclavo de miles de chinos e indios llegados hasta allí hacinados en los barcos de Su Graciosa Majestad británica.

Contrabando y nuevas tecnologías

El espionaje entre las diferentes potencias que controlaban el tráfico de especias llegó a convertirse en los albores del siglo XIX en una verdadera obsesión. A pesar de que plantaciones y almacenes estaban blindados frente a cualquier intromisión ajena, mercaderes disfrazados, misioneros y aventureros arriesgaron vida y hacienda para conseguir los preciados esquejes y semillas.

Europa atesoraba una amplia experiencia en este arte desde que en los albores del Renacimiento los primeros gusanos de seda, en forma de capullos, fueran escondidos en cañas huecas de bambú y sacados de contrabando desde Oriente. El misionero francés Pierre Poivre, después de treinta años de esfuerzos, logró arrebatar los secretos del clavo y la nuez moscada a la Compañía Holandesa de las Indias Orientales en su santuario de las Molucas.

Desde entonces la isla Reunión, de bandera francesa, en el Índico, se convirtió en una referencia obligada en el mercado de las especias. Cuando en 1841 se logró en esta isla la polinización manual de una orquídea, bautizada por los colonos españoles en México como vainilla, las Reunión se convirtieron en líderes del mercado de especias.

El tráfico de especias ha estado controlado por los países más poderosos en cada momento histórico. Si en el siglo XIX Gran Bretaña fue la principal beneficiaria de este lucrativo negocio, en la actualidad el puerto de Nueva York o las oficinas de la U.S. Food & Drug Administration, la agencia gubernamental norteamericana que regula el tráfico de alimentos y derivados, son quienes, en gran medida, junto al puerto de Rotterdam, controlan el mayor volumen de negocio.

Nada ha cambiado, o lo ha hecho a la lampedusiana manera, es decir, modificar lo imprescindible para que todo siga igual. Hoy las especias cotizan en bolsa y su mercado se ve sometido a los avatares de la llamada ingeniería financiera. El lugar que antes ocuparan los rudos marinos y la soldadesca aventurera ha sido conquistado por encopetados ejecutivos armados con las últimas tecnologías.

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Estados Unidos se ha convertido en el mayor importador y consumidor de especias. Los países productores adaptan su producción a las necesidades de los consumidores. Uganda, por ejemplo, destina la totalidad de su producción de vainilla a endulzar los dos grandes refrescos de cola producidos en Norteamérica.

El auge de los sabores exóticos, la llegada a Occidente de amplios contingentes de inmigrantes o la «cocina fusión”, son algunos de los factores que se repiten cuando se quiere explicar por qué el consumo de especias se ha incrementado en más de un 125% desde 1961 hasta nuestros días.

El cardamomo es, en la actualidad, la reina de las especias. Muy utilizado en Oriente Próximo como aromatizante del café, el cardamomo es un ingrediente básico en buena parte de los platos de la emergente cocina oriental. En el año 2002 la tonelada de esta especia se pagó a más de dieciséis mil dólares en el mercado de Nueva York.

Lo habitual es que la fluctuación en el mercado de las especias sea muy elevada. Casi la totalidad de su producción se localiza en países en vías de desarrollo. Conflictos políticos, inundaciones o sequías pueden hacer variar considerablemente su precio.

En otras ocasiones el coste de las especias viene determinado por intereses estratégicos vinculados a la política de inversiones auspiciada por el FMI (Fondo Monetario Internacional) o el Banco Mundial. Otras agencias, como la USAID (Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional) pujan para hacerse con un mercado cautivo en la escena del mercado internacional de especias.

Mientras tanto y como si la humanidad las descubriera por primera vez sus derivados y los aceites esenciales obtenidos de su destilación industrial siguen utilizándose, como en la Edad Media, en la elaboración de perfumes y cosméticos así como en la preparación de ciertos medicamentos.

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* Periodista.

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