Estados Unidos, cine. – DESENMASCARAR CORPORACIONES

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Durante mi segundo año en la universidad hice sondeos de mercadeo para una compañía contratada por Pfizer Drug, la mayor compañía farmacéutica del mundo. Yo les hacía preguntas a granjeros relacionadas con una nueva medicina de Pfizer para el tratamiento de la mastitis, una enfermedad común en las vacas lecheras. Iba a las granjas en mi lista, me identificaba y escribía todo lo que los granjeros me decían.

Entonces yo «hurgaba,» es decir, invitaba al granjero a seguir hablando. Visitaba aproximadamente 50 granjeros por semana. Mi sondeo indicó que la mayoría de ellos utilizaba otro producto Pfizer para el tratamiento de la mastitis. Ya que ese producto daba resultados, ellos no veían por qué adoptar un nuevo medicamento.

En otras palabras, Pfizer fabricaba dos drogas para curar la misma enfermedad y después conducía una «investigación de mercado» para ver si podían recaudar ganancias por parte de ambas drogas. Más tarde, averigüé que Pfizer retiró la medicina para la cual yo hacía el sondeo, ya que no pudo sostener un nicho en el mercado.

Inocentemente, le pregunté a mi profesor de economía: «¿Por qué una compañía gasta tiempo y dinero en la manufactura de una droga que no es más efectiva que la que ya venden?»

–Bueno, para aumentar sus ganancias –me dijo, sonriendo. –Sus expertos en mercadeo sin duda vieron evidencia de que los granjeros podrían ser inducidos a comprar ambas drogas, si la compañía creara un plan de ventas imaginativo. Así es como la industria funciona.

Lo que no dijo fue que las corporaciones multinacionales a menudo utilizan métodos criminales, así como proyectos de mercadeo derrochadores, para amasar sus grandes ganancias. Los altos ejecutivos hacen cualquier cosa (y lo han hecho) que les sirva.

En 2004, los ejecutivos de Pfizer fueron atrapados cuando promovían usos no aprobados de una de sus drogas y se declararon culpables de violar la Ley de Alimentos y Cosméticos. Pagaron una multa «por un valor no revelado para dar por terminado el caso». (Associated Press, 13 de mayo de 2004.)

La multa ascendió a casi 500 millones de dólares.

En abril del 2005, la Administración de Alimentos y Medicinas (FDA) ordenó el retiro de Bextra, un producto Pfizer, porque ese analgésico aparentemente aumentaba el riesgo de un ataque cardiaco. Los rumores de que Pfizer utilizó «influencia» para obtener el vistobueno de la FDA circularon por todas partes antes de que la agencia federal decidiera –por un estrecho margen– que los beneficios de Bextra eran mayores que su amenaza potencial. Bextra también provocaba raras reacciones en la piel que ocasionalmente resultaban fatales. Más tarde, la FDA anunció que Bextra no poseía «ventajas demostrables» en comparación con otros analgésicos. (www.corporatenarc.com/bextrascandal.php).

En el mundo corporativo y legal, tal como aparece en la película de ficción Michael Clayton, la mera noción de conciencia desapareció hace rato.

En esa película, George Clooney interpreta el papel principal de un bien pagado «arreglador» en una firma legal neoyorquina (se describe a sí mismo como «el conserje»). Clayton deshace entuertos, paga sobornos y facilita la solución de los líos creados por clientes corporativos irresponsables y por los mismos abogados corporativos –tales como accidentes automovilísticos o el pago de sobornos a personas que deben permanecer mudas–. Se viste y vive como un millonario. Hay algo en esa vida acelerada, peligrosa y cara que aparentement seduce a personas inteligentes –a modernos Richard II o Yagos.

En la película, Laura (Tilda Swinton), la abogada principal de un enorme negocio de agricultura, es una Lady Macbeth corporativa que dedica su genio legal y criminal a la mantención de las ganancias corporativas y el crecimiento de los negocios. Si existiera una versión real de este personaje (la antítesis de Doris Day), ella hubiera obtenido un alto puesto en el gabinete de Bush –o de Bill Clinton.

Pero el filme no insinúa que las mujeres dominan el mundo de la villanía. ¡Todo lo contrario! La junta de directores y el abogado principal de esa corporación (que es dominada por los hombres) favorecen el dicho de que «el crimen paga.» El bufete legal de Michael Clayton prefiere pensar que «el crimen paga nuestras facturas».

Sidney Pollack, quien tiene el rol del abogado principal, es un lobo vestido de oveja. Toda esa gente –personas inteligentes y de amplio talento– han desarrollado el estilo de vida de los ultra-ricos. La ética, que antes valoraban, se ha disuelto bajo el peso de sus necesidades. «¿Sabes?» han dicho muchas personas adineradas, «ser rico cuesta un montón de dinero».

La vida sin dinero –después de haberlo poseído– suena imposible. De modo que los ricos abogados y ejecutivos encogen su mundo para perpetuar sus comodidades y privilegios, sin importarles la erosión de sus ya disminuídas conciencias.

En Michael Clayton la megacorporación ficticia –tal como las corporaciones reales– fabrica un producto carcenogénico y es enjuiciada. La firma de Clayton es contratada para negar la verdad de que el producto ha causado muertes y enfermedades. La compañía, que se parece a Archer Daniels Midland, se promueve con avisos comerciales que dicen que su producto es bueno y saludable, cuando en realidad es letal.

(Entre 1971 y 1980, Ford fabricó el Pinto. Los altos ejecutivos de Ford sabían que, debido a un mal diseño, los estanques de gasolina podían estallar fácilmente, pero en vez de retirar el modelo y corregir el defecto, los ejecutivos de Ford decidieron que sería más barato pagar las demandas de las víctimas de cualquier explosión. Finalmente, después de que el público averiguara de que Ford prefería ganancias en vez de proteger vidas humanas, Ford retiró los Pinto y reemplazó los estanques defectuosos.)

Cuando verdades como ésa son reveladas, los abogados corporativos sufren un «clong», palabra inventada por ellos que significa una descarga de heces en el corazón. En la película, el principal abogado del bufete (interpretado por Tom Wilkinson) sufre una combinación de epifanía y ataque de nervios. Rehúsa defender a las prácticas asesinas, cuando descubre que matan an ciudadanos ordinarios y simpáticos. Una vez «descontrolado», como lo describe Michael, el abogado rebelde se convierte en el enemigo número uno de la corporación que ha contratado al bufete.

En uno de los escándalos de Pfizer, Ashok S. Idnani, un ex ejecutivo de finanzas, acusó a la compañía de haber contratado a detectives para sobornar a funcionarios. Dijo que Pfizer empleaba a espías corporativos y que les pagaba «a los empleados de su competidor para que suministraran información confidencial». Produjo amplia documentación para dar prueba de sus acusaciones.

Después de trabajar por 28 años como subadministrador en el departamento de finanzas de Pfizer, Idnani acusó al principal ejecutivo de Pfizer, Jeff Kindler, de cometer actos ilegales. Como prueba de sus acusaciones, envió ciertos documentos al departamento de Conformidad y Auditoría Corporativa de Pfizer. Idnani fue despedido de inmediato.

(La información se puede enconrtrar aquí)

En vez de Pfizer diga usted Merck ó Johnson & Johnson. Todos han sido acusados de actos parecidos. Los gigantes de la agroindustria, que reciben millones de dólares en subsidios federales –como Cargill y Archer Daniels Midland– también han sido atrapados mientras fijaban precios y mercadeaban prematuramente productos fabricados con ingeniería genética.

Cuando las películas de Hollywood enfocan el crimen corporativo y exponen cómo los abogados bien asalariados encubren actos sucios, el público se da cuenta de la naturaleza del «big business». Gracias a los que defienden al sector «privado» y evitan la luz pública, los ejecutivos corporativos disfrazan sus actividades criminales como si facilitaran el progreso humano. Las campañas de relaciones públicas lidereadas por las mentiras santimoniosas de personajes como Ronald Reagan y George W. Bush son diseminadas por la National Public Radio, una cadena que se presta para esos trucos.

Tal como ErinBrockovich, Michael Clayton es divorciado y de vez en cuando se preocupa por su hijo, que va a una escuela básica. Clayton, hijo de un policía, proviene de una familia disfuncional. Su hermano, que es un drogadicto, le ha costado mucho dinero debido a que abrió un bar-restaurante que fracasó y que fue financiado por criminales que exigen la restitución de su dinero.

Michael vive en un infierno síquico; ve que sus valores, como la lealtad y amor a su familia, se oponen al modo en que se gana la vida –que es por amor al dinero, no importa cómo se obtenga–. Los sucesos obligan a Michael a analizar su vida y tomar una decisión. ¿Por cuánto tiempo debe sentirse como una persona hueca, adicto a los juegos de azar y trabajando en una labor asquerosa que paga bien?

Finalmente, con suma renuencia, Clayton decide actuar moralmente, pero sólo después de que se convierte en el blanco del sistema corporativo –que literalmente mata a sus enemigos.

La película no incentiva mucho a los espectadores a que se movilizen, como lo hizo Erin Brockovich. Pero sí enciende chispas de resentimiento en contra de los ladrones y asesinos corporativos tan queridos por George Bush y su pandilla, los tipos que nos dicen que el gobierno es ineficiente y malo y que el mundo corporativo goza de racionalidad y garbo.

En abril del 2007, Pfizer admitió que pagó «mordidas» (coimas) para aumentar la venta de su hormona de crecimiento humano, la Genotropina. En su sentencia, el Departamento de Justicia declaró que los ejecutivos de Pfizer «tenían conocimiento de, y daban su aprobación a» tales actos. El gigante farmacéutico fue defendido por un importante bufete legal de Wáshington, parecido al que se nos describe en Michael Clayton.

En la película, la policía arresta a «los malos». En la realidad, los criminales de la Genotropina consiguieron que su sentencia fuera postergada. Ésa es la diferencia entre las buenas películas de Hollywood y la mala realidad de Estados Unidos. ¿A quién le creerá usted? ¿Al guapo, honesto y sincero George Clooney, que prefiere la decencia y no el mal? O, vaya, todos conocemos la pinta y la voz de Bush.

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* Cineasta, escritor. Integrante del Instituto (estadounidense) para los estudios de la política.
Sus últimas producciones se pueden adquirir escribiendo a roundworldproductions@gmail.com.

Publicado en la revista Progreso semanal.

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