Estados Unidos: crónica de la recuperación económica

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Max J. Castro.*

Las últimas noticias de la economía son malas; es más, muy malas, al menos para la vasta mayoría de los estadounidenses —aunque no para las corporaciones y los ricos—. En vez de acelerarse, la recuperación económica que comenzó a finales de 2009, parece que se va apagando. En el último trimestre de 2009, el Producto Interno Bruto (PIB), la medida más abarcadora de la actividad económica, creció a un relativamente robusto 5 por ciento. Sin embargo, en el trimestre más reciente (abril-junio de 2010), el PIB creció en un anémico 2.4 por ciento.

Por tanto, decir que la economía está boca arriba es quedarse corto. Es más, estamos perdiendo terreno. La economía de EEUU necesita al menos 125.000 empleos cada mes solo para mantenerse al día con el crecimiento de la fuerza laboral como resultado del aumento de la población. Pero con un incremento de solo 2.4 por ciento, la economía probablemente cree menos de 100.000 empleos.

Por tanto la tasa de desempleo de 9.5 posiblemente aumente más, a no ser que un gran número de los desempleados a largo plazo se sientan lo suficientemente descorazonados como para abandonar las filas de la fuerza laboral. Individuos que no están buscando empleo de manera activa no se cuentan en la tasa de desempleo. Si se contaran a los trabajadores desanimados y a los que se han visto obligados a aceptar trabajo a tiempo parcial en contra de su voluntad, la tasa real de desempleo sería mucho mayor de 9.5 por ciento.

Entonces ¿por qué se muestra tan recalcitrante la "Gran Recesión"? El gasto del consumidor es el motor de la economía y significa aproximadamente el 70 por ciento del crecimiento económico. Y los consumidores no están gastando, principalmente porque no tienen dinero o temen perder su empleo y quieren ahorrar para esa eventualidad. Excepto los ricos, claro está, que tienen dinero, pero gastan una fracción menor de sus ingresos que los que están cerca de la bancarrota.

Las cifras lo demuestran: durante el último trimestre el consumo personal creció solo en 1.6 por ciento, una tasa demasiado baja como para motivar a los patronos a contratar más trabajadores.

La especulación financiera rampante provocó la actual crisis, pero la causa está en el aumento vertiginoso de la desigualdad económica en Estados Unidos durante las últimas décadas. Antes de la Gran Recesión, varios factores enmascaraban el problema de la desigualdad estructural. Los salarios para las clases media y obrera estuvieron estancados décadas, mientras que el 10 por ciento más rico en la distribución de los ingresos han cosechado todos los beneficios del crecimiento económico.

Sin embargo el crédito fácil y los precios inflados de las viviendas permitieron que los consumidores gastaran por encima de sus posibilidades. Durante la mayor parte de los años de Bush, la deuda de las tarjetas de crédito y los préstamos de capital para viviendas permitieron a los consumidores gastar lo suficiente como para que creciera la economía, aunque a una tasa nada impresionante en comparación con los 50 años anteriores.

Pero este pobre crecimiento se detuvo durante los últimos años de 2000 al 2009. Recientemente las cifras revisadas del gobierno muestran que entre 2006 y 2009, el PIB decreció a un ritmo promedio de 0.2 por ciento al año. Por tanto la economía norteamericana ya tenía problemas cuando finalmente estalló la burbuja del precio de las viviendas en 2008, el sistema financiero se vio al borde del desastre, comenzó la disminución del crédito y creció en flecha el desempleo. Pero hay más, como señala Bob Herbert en una reciente columna de The New York Times:

“Desde el cuarto trimestre de 2007 al cuarto trimestre de 2009, la producción agregada real en EE.UU., tal como se midió por el producto interno bruto, cayó en más o menos 2,5 por ciento. Pero los patronos redujeron sus nóminas en 6 por ciento.

El resultado del desbalance entre la disminución de producción y la disminución del empleo es que, mientras grandes números de trabajadores estaban perdiendo su empleo e ingreso y a muchos norteamericanos les ejecutaron la hipoteca de su vivienda, las ganancias corporativas crecieron.

Al final del cuarto trimestre de 2008, se ve que las ganancias corporativas comienzan a despegar, y crecen, para cuando se llega hasta el primer trimestre de 2010, en $572.000 millones de dólares. Y durante todo ese período, los jornales y pagos de salarios disminuyen en $122.000l millones”. De esa manera tenemos una recuperación muy especial, recuperación en la que los patronos cosechan grandes recompensas y los empleados no solo no comparten esas riquezas, sino que en realidad se encuentran peor que antes de la recuperación.

Como dijo Andrew Sum, profesor de economía y director del Centro para Estudios del Mercado Laboral en la Universidad del Nordeste, en Boston, esta recuperación económica “ha presenciado las ganancias más desiguales de nuestra historia en beneficios corporativos en relación con los salarios y jornales reales”. No es de extrañar que, a medida que se ha hundido la fortuna económica del norteamericano promedio, a la bolsa de valores le ha ido muy bien últimamente, muchas gracias.

Así, la tendencia hacia una sociedad cada vez más desigual, que ha estado presente por décadas, ha llegado ahora a un nuevo pico. Como resultado de esta bonanza para los negocios, en estos momentos las corporaciones no financieras están sentadas sobre un montón de efectivo: $1.84 billones. Eso es un incremento de 27 por ciento desde comienzos de 2007, el doble del paquete de estímulo de Obama.

Estamos hablando de dinero real, dinero que podría utilizarse para emplear a trabajadores desempleados y producir bienes y servicios, en vez de quedar ocioso en los cofres corporativos.

Muchos esperaban que la presidencia de Barack Obama comenzaría a invertir la tendencia hacia una mayor desigualdad. Aunque el paquete de estímulo, la reforma de los servicios de salud y permitir que caducaran las rebajas de impuestos a los ricos impulsada por Bush son medidas genuinamente progresistas, el presidente ni siquiera ha arañado el inmenso nivel de desigualdad. Ni tampoco ha identificado el tema como una prioridad. Es más, la desigualdad se ha elevado bajo su gobierno. Y siempre que ha tratado de lograr hasta las reformas más suaves que afectarían adversamente al sector corporativo, el obstruccionismo republicano en el Senado ha frustrado casi todos los intentos.

A pesar del hecho de que esta poca recuperación ha significado enormes ganancias para los patronos y menos que nada para los trabajadores, la consecuencia política más visible de la Gran Recesión no ha sido un movimiento populista anti corporativo. Ha sido el surgimiento de movimientos reaccionarios como el Tea Party y la resurrección de los republicanos como un partido aún más derechista.

La ascendencia de estos actores, que introducirían políticas para favorecer aún más al sector corporativo y a los adinerados, no es un buen augurio para cualquier esfuerzo por rescatar algún grado de balance socio-económico en esta sociedad. También, ante la ausencia de hechos no previstos, parece que lo peor está por llegar. Probablemente nos espere una larga y dura cuesta arriba.

* Periodista.
En http://progreso-semanal.com

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