Estamos sembrando tempestades

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La voracidad en la que está inmersa la humanidad actual parece tener un trágico destino, si no corrige su rumbo. Van dos muestras de lo dicho.

Dengue, su relación con la soja y el glifosato

La Organización Mundial de la Salud (OMS) acaba de anunciar que “el dengue es la única enfermedad tropical que se ha expandido en la última década y su incidencia se multiplicó por 30 en los últimos 50 años”. Es sabido que el dengue, al igual que la mayoría de las enfermedades, afecta principalmente a aquellas personas con bajas defensas y mala alimentación, por lo que se ven mayormente afectados aquellos que viven en la pobreza.

En todos nuestros países la propaganda oficial cierra el circuito haciendo responsable a los propios pobres por la difusión de esta enfermedad. El agua de macetas, recipientes y otros enseres domésticos que acumulan agua, según esta óptica, permiten la reproducción de los mosquitos, la hembra del Aedes aegypti, que son sus trasmisores. Eso –al igual que la falta de repelentes- es cierto, pero hay algo más grave, de lo que no se habla. Nada se dice en el sentido que el mapa del dengue se corresponde con el mapa de la soja.

El glifosato, imprescindible para el cultivo de la soja transgénica, es tóxico para peces y anfibios. En nuestro país los 300 millones de litros anuales de glifosato (y otros herbicidas tóxicos) están matando a esos peces y anfibios, que son los que mantenían el equilibrio respecto a los mosquitos. La deforestación y erosión del suelo, por el avance de la soja, favorece inundaciones, con sus lagunas y aguas estancadas, todo lo cual contribuye a multiplicar ese desequilibrio ambiental.

Parece que hemos olvidado que somos parte de un todo conectado, agua, aire, tierra y fuego, animales y seres humanos, formamos parte de una única complejidad ambiental. Todo sistema económico o productivo que no lo tenga en cuenta debe ser repensado, para construir una humanidad hermanada con  el hogar común  que todos compartimos, el planeta tierra.

 Genocidios de pueblos originarios

La continuidad del genocidio respecto de los más antiguos pobladores de estas tierras debe motivar una seria y serena reflexión. Si no somos capaces de integrar esa cultura milenaria a la vida actual, en muchos casos aprendiendo de ella, nuestro destino será forcejear con las potencias que utilizan su aislamiento para crear las condiciones de reclamos y profundas divisiones futuras.

En una reciente carta, el Premio Nobel de La Paz, Adolfo Pérez Esquivel denuncia, respecto a la situación general y los crímenes que padecen los Quom en la provincia de Formosa, que “se quiere exterminar lentamente a estos pueblos y las mejores armas son la omisión, la indiferencia y la impunidad.  Qué lejos quedó la frase de San Martín, quien al referirse a estos pueblos dijo con respeto, “nuestros paisanos, los indios”.

En la provincia del Chaco, a unos 60 kilómetros de Pampa del Infierno, llamó la atención de los pobladores mocovíes la extraña muerte de 7 cerdos. Puestos a averiguar qué había pasado cayeron en la cuenta que esos animales habían bebido agua de un pozo cercano. Esa agua también la utilizan los pobladores de la reserva Raíz Chaqueña.

Allí estaba la clave. El agua había sido envenenada. Hay una empresa que arguye haber comprado esas tierras, los pobladores sostienen no haberlas vendido. Un juez de Sáenz Peña dictó sentencia a favor de la empresa. Según los vecinos del lugar, antes de la muerte de los cerdos anduvieron por el lugar dos empleados de esa empresa, desde una moto habrían arrojado ese veneno al pozo de agua.

Parece que hace falta más y más tierra para cultivar la soja “salvadora”. Los pobladores son un estorbo para el avance del “progreso”.

Juan Guahán/Question

 

 

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