Examen de conciencia. – EL COLOQUIO DE INTELECTUALES EN LA HABANA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Hace muchos años me enseñaron en la escuela algo fundamental, el examen de conciencia diario, que no es más que la revisión de nuestros actos de cada día. Este proceso de mirar nuestro interior también incluye la ausencia de actos, es decir las omisiones. Lo fundamental de este proceso reside en que su resultado obliga a mejorarnos y a reparar lo mal hecho. Años después conocí que a este hurgar en el área política, se le llama autocrítica.

Lo que vale esta revisión de vida para cada persona vale para el conjunto de la sociedad y de sus instituciones. Todos estamos obligados a bucearnos por dentro y asumir críticamente nuestros actos. Es un compromiso ético ineludible si deseamos mejorar como personas, pero también como sociedad. Si todos necesitamos ese proceso, que de asumirlo seriamente lleva a rectificaciones, hay grados de obligatoriedad. A mayor responsabilidad, mayor exigencia.

Los intelectuales y creadores culturales deben ejercitarse con denuedo en este empeño, porque ellos dieron pensamiento, crítica y poesía a lo que devino en la nación cubana, y deben continuar aportando en los tiempos actuales. Escarbarse la intimidad y ejercer la crítica hacia el conjunto de la realidad nacional es bueno y necesario. El discurso de Fidel Castro en la Universidad de La Habana, en octubre de 2005, es un ejemplo.

La autocrítica y la crítica son instrumentos para una mayor eficacia y ambos implican participación y análisis sin ataduras, pero creo que el proceso comienza por la persona, pasa por el mundo de nuestra actividad específica y después se expande a la realidad completa.

Así meditaba ante la Casa de las Américas el pasado día 30 de enero, mientras miraba entrar a la sede a numerosos artistas e intelectuales, muchos de ellos conocidos míos. Sin embargo, no vi entrar a ningún alto funcionario del aparato ideológico del Partido Comunista, lo que me hace pensar que las reflexiones debían discurrir entre el gobierno –Ministerio de Cultura– y los creadores.

La prensa no estaba invitada, pero pude conocer algunas de las intervenciones que allí se pronunciaron. Si no pongo nombres a fragmentos de algunos de los pronunciamientos es porque, si bien confío en mis fuentes, carezco de grabaciones que las avalen. Por lo tanto, las comillas indican una cita, pero aproximada. Prefiero poner el milagro, que es lo importante, y no al santo.

En la sala Ché Guevara de la Casa de las Américas

El caso es que esa tarde más de 400 intelectuales se reunieron para analizar el llamado Quinquenio gris, debido a que la aparición en la TV cubana de personas vinculadas a ese nefasto período les trajo el pasado de marginación, censura y despidos laborales. (Tiempo después el Tribunal Supremo de Justicia falló a favor de los excluidos y fueron repuestos en sus cargos y compensados económicamente).

“No hemos sabido –y tal vez nunca sabremos– si el disparate mediático respondía a una insidiosa operación de rescate, a una caprichosa expresión de amiguismo o a una simple muestra de irresponsabilidad”, dijo en su conferencia el ensayista Ambrosio Fornet, quien tuvo a su cargo la exposición del tema, refiriéndose a las apariciones televisivas.

La gente de la cultura no llegó gratuitamente a ese coloquio, que precedido por un sinnúmero de intercambios por correo electrónico que fueron unificando posiciones y reclamando un espacio para abordar el tema de conjunto. El sector cultural no creó el conflicto; respondió porque tiene memoria hipersensible y se aprestó a conjurar un retorno dañino. Fue una reacción absolutamente espontánea.

El espacio apareció bajo la sombrilla del Centro Criterios que dirige el ensayista y crítico Desiderio Navarro, Premio Nacional de Edición 2006. Pero dicho Centro es una institución autónoma y con escasos recursos, por lo que Casa de las Américas brindó la sala Che Guevara, de mayor espacio, y la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) se hizo cargo de cursar las invitaciones –a Criterios le era imposible desde el punto de vista logístico.

Mientras, el intercambio de opiniones crecía y el tema tocaba puntos importantes.

“(…) siento que el objeto último de este debate es volcar el análisis del pasado en la retorta del presente donde se está cocinando el futuro de nuestro país. Habrá una reunión que necesita romper el aislamiento público de este debate”, dijo Enrique Colina en un correo días antes del coloquio, y que en esencia ratificó durante su intervención. Colina, crítico de cine y realizador cinematográfico, condujo por 32 años el muy gustado pero desparecido programa 24 por Segundo.

En otro correo Reina María Rodríguez, conocida poetisa cubana, decía: “Si no existe un espacio público para la defensa de los artistas; para sus ideas, el lugar para una amplia polémica del espíritu, las diferencias, la crítica y la confrontación del pensamiento reactivado a cada momento, entonces, ¿qué nos protege?”

Tuvieron el espacio y evidentemente estas opiniones abordaban aspectos como las relaciones de la cultura con la sociedad y hacer llegar a ésta el tema en cuestión. Si las figuras del Quinquenio Gris aparecieron en la TV, ¿por qué no aparece el análisis? La pregunta se la hicieron muchos. La extensión del coloquio y su posible debate público, ¿no serviría al enemigo?, argumentaban otros.

“(…) Pero así como no debemos olvidar que en una plaza permanentemente sitiada, como lo es nuestro país, insistir sobre discrepancias y desacuerdos equivale a ‘darle armas al enemigo’…, tampoco conviene olvidar que los pactos de silencio suelen ser sumamente riesgosos, porque crean un clima de inmovilidad, un simulacro de unanimidad que nos impide medir la magnitud real de los peligros y la integridad de nuestras filas ( …) ”, dijo Fornet en su exposición, y agregó que en la URSS los obreros y militantes comunistas no salieron a defender a la revolución “porque no recibieron instrucciones de arriba”.

Para Fornet “la crítica y la autocrítica” es “el único ejercicio que puede librarnos del triunfalismo y preservarnos del deterioro ideológico”.

Ya en manos de la UNEAC y mediante la asistencia por invitaciones se lograba conciliar la mayor presencia posible de los interesados y el control necesario, a fin de evitar provocaciones. No las hubo y de haberse generado habrían servido a una mala causa.

Abel Prieto, Ministro de Cultura, quien habló después de Fornet, definió la postura oficial, la que según informes de asistentes puede resumirse así: primero compartió la preocupación del sector cultural ante las desatinadas presentaciones por televisión. Al respecto precisó que Raúl Castro, presidente en funciones, había ordenado una investigación a fondo de dichas presentaciones cuyo resultado sería informado a la comunidad cultural.

También, además de defender la declaración que al respecto hizo la UNEAC (ver Radar Cubano en Progreso Semanal, 25 de enero de 2007), el ministro manifestó que el tema debía ser discutido en el ámbito cultural y en cada una de las asociaciones especializadas que componen a la UNEAC (escritores, artistas plásticos, artes escénicas, radio y TV), para elevarlas al próximo congreso de la organización que se celebrará a finales de este año. Esta declaración vale por discutir dentro de las instituciones establecidas. Llamó a salvar la unidad desde el debate, a la vez que discrepó del contenido de algunos de los correos que han circulado porque, según él, no reflejaban la realidad completa.

Para muchos de los intelectuales, la declaración de la UNEAC publicada en el periódico Granma fue insuficiente y deja al lector ajeno al medio cultural sin saber qué sucedió, ignorante de los motivos de esa declaración publicada en los diarios nacionales. Cabría preguntarse qué hizo la prensa, ya que podría haber producido artículos que explicaran lo ocurrido, así como los objetivos de la reunión.

Por su parte varios de los asistentes al coloquio expresaron opiniones como las que a continuación cito, sin ser textuales y sin mencionar nombres. Insisto en el milagro.

“El debate debe pasar a la acción, materializarse en hechos concretos y crear espacios de participación donde todos encuentren su lugar, nos den sugerencias e ideas. (….) Debe seguir y expandirse. Siempre habrá alguien que se resista, porque el pensamiento dogmático está por todas partes, pero hay que salir adelante con ideas y reuniendo a la gente. Todos estamos de una forma u otra dentro de la revolución”.

Otro de los que expusieron sus ideas dijo no compartir “las miradas pesimistas sobre el pasado o el futuro. Es necesario el debate y la participación y evitar trazar límites acerca de lo que puede o no decirse, porque hay muchos que en diferentes lugares y niveles desgraciadamente trazan límites. (…) Hay miedos, pero debemos enfrentarlos con decisión, civismo y participación”.

Mientras esto sucedía en el interior del edificio, afuera, en las aceras, varias decenas de jóvenes estudiantes de Arte solicitaban entrar, participar, e inquirían por qué a ellos no se les había dado invitaciones.

“¿Cuántas invitaciones se destinaron a miembros de la Asociación Hermanos Saíz que no fueran del Consejo Nacional? ¿Por qué la UNEAC regenteó todo el proceso organizativo, llevándose una inmensa cantidad de cupos? ¿Y la Universidad de La Habana dónde queda?”, preguntaba Isbel Díaz Torres, escritor y miembro de la Asociación Hermanos Saiz, organización de los jóvenes creadores. En su correo, Díaz Torres agrega confiar en que para las próximas conferencias habrá espacios para ellos.

“Las explicaciones que les fueron dadas –ciertas, por cierto, las referidas al tamaño del local y a sus limitaciones arquitectónicas– no fueron recibidas con satisfacción, como tampoco, “hace veinte años, nos hubieran dejado satisfechos a nosotros razones semejantes”, afirmó posteriormente en correo electrónico el escritor Sigfredo Ariel, quien asistió al evento.

Momentos antes una de las participantes al coloquio durante su intervención decía: “Yo he tenido que dialogar con mi hijo de 19 años, para tratar de entenderlo, y también he tenido que cambiar. Los tiempos son otros y no podemos seguir demorando el debate de nuestros problemas”.

Uno de los más jóvenes presentes en el coloquio –el promedio de edad rebasaba los cuarenta– señaló que “Los jóvenes sobre todo tienen que tener un papel esencial en esto, pues ellos serán el futuro. ¿Les hemos preguntado si el socialismo que tenemos es el que ellos desean tener? ¿Sabemos realmente cuáles son sus inquietudes o su concepto de felicidad? Tal vez tengamos que replantearnos nuestro socialismo, hacerle cambios. Hay que entender y analizar los fenómenos sociales, pero hacerlo ahora, no mañana”.

Otra asistente, después de afirmar la necesidad de “abrir espacios al debate y a la polémica”, se preguntaba: “¿Qué le vamos a decir a los jóvenes cuando salgamos de aquí? ¿Qué les vamos a explicar?”

El ministro estimó necesario ir a la Universidad y hablar con los jóvenes. Pero no quedó ahí. Abel Prieto y el conjunto de los participantes coincidieron en algo esencial: el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), debía responder a la política cultural trazada, dejar de actuar como un ente ajeno y hasta contradictorio.

Desde el punto de vista de la efectividad de la política cultural, la incorporación del ICRT es tema medular. La cultura o la anticultura no la disemina un ministerio, sino un pequeño aparato que se llama televisor. “Ese es el verdadero ministerio de cultura”, afirmó un amigo hace años. Cierto. A través de la pantalla chica viajan cultura y valores o sus opuestos de acuerdo con la preparación, capacidad de quienes la hacen o deciden qué se transmite o qué no. Analizada a fondo, nuestra TV deja mucho que desear.

¿Será posible que entre por el carril de la cultura definida y trazada? No tengo respuesta sólida. Me gusta soñar, pero con los pies en la tierra.

Ahora, la pregunta: ¿qué significó este Coloquio?

Primero: Estamos ante un hecho inédito, no solo por el evento destinado a analizar un tema engavetado por años, sino que fue generado mediante correos electrónicos y convocado por una institución pobre, pero autónoma: el Centro Criterios.

Segundo: Anotaría que todas las opiniones fueron expresadas con absoluta libertad y no quedaron en el estricto marco cultural, sino que abarcaron temas sociales y políticos.

Tercero: Si para muchos mantener el debate en el ámbito cultural es insuficiente, se debe reconocer dos puntos esenciales a mi juicio. Uno, pensar, autocriticar y criticar desde la propia institución con esa unión de criterios bien registrada en declaraciones y correos, que fortalece a la institución y la obliga a ser más representativa y eficaz. Y segundo, como consecuencia de lo anterior, el fortalecimiento institucional sirve de palanca y soporte para que los cambios que haya que producir no caigan en terreno que niegue las esencias del proceso revolucionario. Las necesidades renovadoras, en mi opinión, deben partir de las propias instituciones, aunque sus consecuencias impliquen modificaciones de las mismas y del extrarradio.

Cuarto: fue prácticamente unánime la necesidad de abrir espacios para el debate y el ejercicio del criterio, y que estos de alguna manera sean reflejados en el conjunto de la sociedad.

Quinto: si bien muchos estudiantes no pudieron asistir, evidentemente surgió un compromiso tácito, en algunos casos, y expreso, en otros –como el del Ministro de Cultura de ir a la Universidad–, y llevar el tema a esas sedes. Por correos recibidos post-coloquio aprecio que algunas personas de las que participaron llevarán por sí mismas a sus respectivas aulas el tema del Quinquenio y otros análisis.

Sexto, y muy importante: lo acontecido es coherente con los llamados de Raúl Castro a debatir los problemas en el lugar adecuado.

Séptimo: La aspiración “anexionista y desintegradora”, como la calificó alguien, de algunos –no todos– que desde fuera del país intentaron participar oportunista y aviesamente en el debate fue conjurada. Pero desde el exterior hubo también voces de apoyo y de aliento a la discusión desde la perspectiva unificadora.

Esto parece ser solo el comienzo. La próxima Feria Internacional del Libro de La Habana, en la que cientos de narradores, poetas, ensayistas, críticos e instituciones culturales tienen un papel preponderante, hace que el coloquio y los debates tomen un respiro, para luego volver con las conferencias ya anunciadas y las nuevas discusiones. Según comentarios del ministro de Cultura y de ejecutivos de la UNEAC, es imprescindible incluir a los jóvenes creadores, conocer su perspectiva y opiniones. Pero sobre todo, discutir a fondo, analizar el pasado, rechazar las tendencias fallidas que en esencia son contrarias a la política cultural del país e inaugurar espacios permanentes de discusión. Porque ante la ausencia del debate y el análisis desde una perspectiva revolucionaria, el vacío sería llenado seguramente por quien siempre está a la espera.

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* Jefe de la corresponsalía de Radio Progreso Alternativa en La Habana y editor de la versión en español de Progreso Weekly/Semanal. Correo electrónico: maprogre@gmail.com.

www.progresosemanal.com.

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