Fronteras, balazos. – COLOMBIA – ECUADOR: ¿Y AHORA QUÉ?

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

No está en discusión que la escuadra de las FARC violó la frontera entre Colombia y Ecuador, y carece de importancia si lo hicieron en procura de descanso, para asistir a una reunión, ir al cine o en busca de alimentos. Las FARC no tienen reconocimiento como entidad beligerante, el Estado de Colombia se lo niega, y en consecuencia se trataba un grupo –de bandoleros, excursionistas perdidos, abigeos o incluso guerrilleros– que no cumplió con las formalidades de rigor para atravesarla.

Correspondía a Colombia, si los había identificado y conocía su ubicación, informar al gobierno del Ecuador y exigir su apresamiento; en vez de hacerlo disparó y bombardeó a un país vecino y luego también violó la línea demarcatoria para recoger los cadáveres. Después –fait acompli– se le comunicaron los hechos al presidente ecuatoriano. En los últimos años muchas veces ha protestado Ecuador por incursiones ilegales colombo-estadounidenses aquende su frontera, en especial por los vuelos que riegan glifosato para barrer con supuestas plantaciones de coca, pero también por tropas a la caza de guerrilleros.

(Sobre los vuelos ilegales en Ecuador entre otras notas puede leerse en esta revista aquí el artículo del catedrático ecuatoriano Guillermo Navarro sobre los efectos del Plan Colombia en su país).

No es posible esconder la cabeza para ignorar –ni un avestruz lo haría– que Colombia se ha convertido en la mayor cabeza de puente estadounidense en América del Sur, de hecho tiene el dudoso privilegio de haberse constituido en uno de los mayores receptáculos de la «ayuda» financiera y militar que aquel país reparte en el mundo; curiosamente es también el país de América donde son más frecuentes las violaciones a los derechos humanos y aquel que agrede con mayor ímpetu el ambiente natural. Ahí están los plantíos de palma importada para la producción de etanol.

(Puede leerse aquí en Piel de Leopardo un de suyo ineresante –y dramático– ensayo sobre los efectos del Plan Colombia, del médico y antropólogo Alberto Pinzón Sánchez).

No se juzgan las razones de los gobiernos colombianos que han trazado tan singular política de alianzas con la Casa Blanca. Lo señalado apunta a un hecho establecido: el país ha perdido capacidad de maniobra en todos los terrenos, convirtiéndose, en cada ejercicio gubernamental, más en una prefectura estadounidense. No es posible creer que el ejército colombiano pudo rastrear a la columna de las FARC hasta territorio del Ecuador en esta precisa ocasión, cuando le resulta imposible hacerlo en el 90% de los casos.

El destacamento colombiano maniobró, debe pensarse y así se sabrá antes de mucho, bajo instrucciones de los asesores militares estadounidenses; EEUU mantiene un constante espionaje tradicional, aéreo, electrónico y naval sobre el área. Las bases que mantiene en Ecuador, Paraguay y en la misma Colombia no son centros de recreo.

(Puede leerse en esta revista aquí el artículo del sacerdote José Mullighan sobre la presencia armada de EEUU en América Latina).

No se trata, empero, de juzgar los pactos militares entre Colombia y Estados Unidos, pero sí de que quede señalado que éstos, cualquiera fuere su razón y profundidad, amenazan de manera preocupante la soberanía los países latinoamericanos sobre sus territorios. La amenazan porque Colombia, la principal aliada de EEUU en el continente –algunos dirán la más entregada–, viene actuando con los mismos parámetros de su mentor.

Lo prueban sus incursiones en Ecuador, su política de enfrentamiento irracional con Caracas –descontando que el gobierno bolivariano puede ser un interlocutor complejo– y el hecho de que, para cumplir –lo que no ha logrado– los objetivos trazados en Wáshington para su guerra, de Wáshington, contra el terrorismo y el narcotráfico decenes y decenas de miles de personas son hoy día desplazados de sus lugares de origen, trabajo y residencia y convertidos en refugiados internos a los que no se les presta en verdad mayor atención.

La muerte de Raúl Reyes, integrante del estado mayor –o del comando supremo, como se prefiera– de las FARC sin duda es un serio traspié para esa organización, pero afirmar que es un golpe gravísimo o mortal no es sino una acción de propaganda que, vaya coincidencia, se publicita con un lenguaje muy parecido al que describe los «asesinatos selectivos» en Palestina, de supuestos dirigentes de la dudosamente existente Al-Qaeda y otros por el estilo.

Las FARC, es lo más probable, nunca podrán derrotar con las armas al Estado de Colombia, como contrapartida es muy difícil que sean derrotadas por éste. Es un impasse en el terreno militar que fatalmente deberá dirimirse en la mesa de conferencias –a menos que se quiera seguir ejemplo del napalm y la tierra arrasada en Viet Nam (que como se sabe fue, al final, un fiasco).

El interés anti terrorista y anti narco de los dirigentes políticos estadounidenses –los anteriores al señor Bush, el señor Bush y quienes le sucedan– bien puede encubrir otros propósitos. Amazonia, por ejemplo: Colombia es un país con extensos territorios amazónicos. Venezuela, por ejemplo: la une a Colombia una larga frontera. Y además otras razones estratégicas y económicas que se desprenden de las citadas o las complementan.

Estados Unidos está en el cénit de su poderío, lo que obliga a pensar que comenzará su ocaso –que acaso haya comenzado–. Una gran potencia intentará retrasar la oscuridad, en especial si dispone de un «patio trasero» complaciente.

Una cosa es clara y la enseña la historia de los conflictos mundiales: cuando un gobierno comete un acto ilegítimo e ilegal y no recibe castigo por ello, cometerá otro, y otro más. Hasta que de pronto todo acabe en una conflagración cuya magnitud nadie quiso prever.

Así son las cosas.

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* Editor de Piel de Leopardo.

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