Fútbol argentino: Ya no podemos hablar de mala suerte

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Juan Pablo Varsky*
Pasaron 20 años. Cuando algo se repite con frecuencia, podemos hablar de cualquier cosa menos de azar. Desde Italia 90 que el seleccionado no se mete entre los cuatro primeros de un Mundial y hace 17 años que no gana un título en mayores (Copa América 93). El equipo ha tenido entrenadores de diferentes estilos: Basile (1991-1994 y 2006-2008), Passarella (1994-1998), Bielsa (1998-2004), Pekerman (2004-2006) y Maradona (2008-2010).

Durante este período, se produjeron cambios muy importantes para el futbolista argentino. A partir de 1996, la llamada ley Bosman le abrió una gran oportunidad para jugar en Europa. Al declararse ilegales los cupos de extranjeros entre los estados miembros de la UE, el jugador sólo necesitó de un pasaporte comunitario para no ocupar una plaza de foráneo. La verificable descendencia española/italiana y, en algunos casos, la partida de nacimiento trucha les permitió llegar a un continente donde antes sólo había lugar para los buenos de verdad. El éxodo fue masivo y precoz. Muchos futbolistas salieron del país con menos de 21 años y apenas 20 partidos en Primera. Lionel Messi se fue a los 13, sin certeza alguna de cómo le iría. Con el paso del tiempo y el dinero de las cadenas televisoras, aparecieron nuevos mercados como Rusia, Portugal y Grecia, que ampliaron el mapa de destinos.

La oferta económica incluye la posibilidad de asegurarse su futuro y el de su familia. Comprensiblemente, este factor pesa mucho más que la competitividad del equipo y su madurez personal. Los clubes argentinos no pueden retenerlos y necesitan vender para que sus cuentas cierren. Y ocurre que un destacado del campeonato local es contratado por un club extranjero y de golpe se pierde en el rebaño. ¿Alguien recuerda dónde está Gonzalo Bergessio, por ejemplo? En el Saint-…tienne francés.

Según un completo informe del sitio web ticespor.com , hay 970 argentinos en el fútbol europeo entre profesionales y amateurs. Entre España e Italia, suman casi 650. El fútbol argentino ha profundizado su perfil exportador. La distancia entre el campeonato local y el equipo nacional es cada vez más grande. Desde hace quince años, los mejores están jugando fuera del país, más allá de alguna excepción. Con su mudanza a Europa, el jugador cambia costumbres, métodos de trabajo y relación con el entrenador. Valora la planificación, la organización y el conocimiento.

El criterio para elegir al seleccionador debería registrar este cambio cualitativo del futbolista. Ya no alcanza con salir campeón argentino ni un pasado importante con la camiseta nacional. Tras la salida de Pekerman en 2006, Grondona designó a Basile por su notable ciclo en Boca. Más allá de los errores de Coco y el poco compromiso de algunos jugadores, ¿qué chance de entendimiento había entre dos partes que vivían realidades casi opuestas? Diego, influyente en la vida de sus 23 elegidos, apuntó a la motivación y a la mística como principal factor aglutinante. No alcanzó.

Nadie puede reprocharles a estos jugadores su sentimiento de pertenencia. Tienen pasión por la camiseta y jugaron con coraje. Pero pretenden otro tipo de compromiso: con una idea que los potencie, con un mensaje que los convenza, con un proyecto que los involucre y con un sistema que los ordene. Jugar para el entrenador, pero no sólo por su carisma. Necesita sentirse respaldado desde el funcionamiento colectivo. Los códigos del vestuario no son los mismos que hace veinte años. El jugador se relaciona con la información y con los medios de otra manera. Se aferra al trabajo, no a las cábalas.

Hoy, el esoterismo les pertenece a los hinchas y a los DT. En Europa, todos los ejercicios incluyen la pelota y reproducen situaciones de partido, aun para trabajar fuerza y velocidad. Aquí se siguen haciendo pretemporadas de triple turno sin tocar el balón durante una semana entera. Son muy pocos los técnicos que viajan para comprar bibliografía, charlar con colegas y aprender mirando sus entrenamientos. No están en discusión ni su entendimiento del juego ni su pericia para armar un equipo. Todos saben del tema.

Muchos se han consagrado en América latina, como Tata Martino, de excelente gestión en la selección paraguaya. Pero en el DT argentino promedio no se percibe una actualización en su vínculo con los jugadores, cuestión fundamental. En su imprescindible libro Los colores del fútbol, el delantero y psicólogo social Facundo Sava dice: "La tarea del conductor es que el futbolista disfrute de lo que hace, que piense, que opine, que participe, que tenga la libertad para crear.

El desconocimiento y la omnipotencia son obstáculos para llevar adelante esta idea. El DT entiende que si el futbolista participa, en algún momento lo pasará por encima en sus decisiones. Al contrario. Si se sienten responsables, si se comprometen con el objetivo, dejarán todo para que el trabajo salga bien". En este contexto, ¿cuántos entrenadores argentinos llenan el formulario para ejercer de seleccionador nacional con esta generación de futbolistas, que, a partir de su experiencia en sus clubes europeos, demandan mucho más que un 4-3-3 o una arenga motivacional? Claro que hay, pero no abundan.

Al mismo tiempo, creo que nuestro fútbol no soportaría a un técnico extranjero, como por ejemplo, Manuel Pellegrini, idóneo y competente para el cargo. Inglaterra arrastra una serie de malos resultados con su selección, bastante similar a la de Argentina. Jugó por última vez una semifinal de Mundial en 1990 y una de Eurocopa en 1996. La Federación designó al sueco Eriksson primero y al italiano Capello después, con la ventaja de contar con todos sus futbolistas en la Premier League. No les funcionó. País importador de jugadores, la cantidad de foráneos distorsionó la calidad de sus nacionales, a los que no se les va la vida en el seleccionado. Es otra cultura.

Alemania, sí, aprovechó tener a todos sus jugadores en la Bundesliga para hacer su revolución. Con todos los recursos en su Liga, España apostó por una manera de jugar y no la cambió pese a la resonante derrota contra Francia en octavos del Mundial 2006. En aquel 1-3, jugaron Casillas, Xavi, Villa, Torres, Sergio Ramos, Puyol, Xabi Alonso y Cesc. Iniesta fue suplente.

No es casual que alemanes y españoles hayan disputado la final de la última Eurocopa 08 y ahora se enfrenten en una semifinal de Sudáfrica 2010. Cada uno con su proyecto, creyeron en una idea y respetaron los tiempos de su selección. Más allá de la multitudinaria recepción en Ezeiza, el fútbol argentino debe replantearse qué quiere para el equipo en términos de estilo y de conducción.

La tarea no es sencilla. A diferencia de aquella refundación de 1974, hoy los mejores jugadores compiten fuera del país. No hay tiempo para trabajar en el campo, salvo en la Copa América y en el Mundial. Durante las eliminatorias, los entrenamientos son regenerativos con prioridad para el descanso y la recuperación. Ante esta carencia estructural, la tarea del seleccionador se redefine. Para involucrar al futbolista en su proyecto, su mensaje debe incluir más que el conocimiento del juego.

No es desafío para una sola persona, sino para un equipo de trabajo con especialistas en diferentes áreas, desde la preparación física hasta la psicología. Jerarquizar y profesionalizar el cargo, de eso se trata. Ninguna fórmula te garantiza la Copa del Mundo. Pero se puede achicar el margen de azar que tiene este juego. Ya no podemos hablar de mala suerte. Pasaron 20 años.
 

*Periodista argentino. Publicado en  La Nación

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