Gisela Ortega / Promesas

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Quisiéramos afirmar que lo que prometimos de palabra, naturalmente lo cumpliremos por principio El motivo más frecuente por el que las personas quebrantan sus ofrecimientos no es, como se cree, la mala intención, porque casi siempre se trata de alguien bien intencionado, afanado en ayudar y prestar un servicio ¡la pena es que exagere su talento y capacidad de influencia!

A excepción de los charlatanes, que viven y se valen de eso, de no cumplir lo que convinieron, generalmente nos las tenemos que ver con personas amables, que empeñan la palabra.

Esto se da en política, sobre todo en las campañas electorales, sabiendo que cualquier cosa que se prometa sería imposible de cumplir, porque harían falta, por ejemplo, millones de dólares o voluntad hacer honor a la palabra empeñada, estos cuentos tienen como consecuencia que nadie cree ya en los dirigentes políticos.

Sus ofrecimientos se los lleva el viento, como: “Cumpliremos con lo que prometemos y la justicia social será el fin principal de nuestro mandato”. O, “acabaremos con las situaciones privilegiadas y el trafico de influencia, porque la honestidad y la transparencia son fundamentales para alcanzar nuestros ideales.”

Es una lástima que tengan que desviarse de sus propósitos, acaso seriamente concebidos en el momento de hacerlos.

Claro está, que existe mucha gente que no sabe en un principio si va a poder realizar lo que prometió. Y a pesar de todo, dan su palabra de honor de ayudar a otros que se encuentran en dificultades. Esto es, a mi juicio, un proceder enteramente necio. Si no estoy sinceramente convencida que puedo y quiero ayudar, no tengo ni la más mínima necesidad de hacerlo y menos de prometerlo.

Las relaciones humanas se basan en un dar y recibir constante. Nadie sobrevive sin la ayuda del otro y cada uno habrá tenido la ocasión de ayudar al amigo, al compañero de trabajo, a su pareja, a sus propios hijos.

Con los niños pequeños principalmente, se debería intentar por todos los medios de cumplir lo que se les prometió, porque ellos se modelan según sus padres y representantes y se comportarán más tarde como aquellos que observaron de pequeños.

Las promesas vanas, para mantenerlos de buen humor o para que se porten bien, son un tanto peligrosas. Aún cuando el niño no comprenda cómo pudo ser engañado, interpretará el quebrantamiento como una trampa con la que se puede conseguir algo y pronto comenzará a experimentar y tantear los límites él mismo.

Tal proceder debe evitarse a toda costa. Al niño se le hace mucho bien, diciéndole la verdad, reconociendo que se le ha prometido esto o eso otro, pero que ahora: “no se puede cumplir”. Y a la inversa, la actitud de los padres, cuando éstos esperan demasiado de sus niños, es también errónea, ya que en la mente y el universo infantil no hay cabida aún para conceptos como proposiciones, acuerdos y convenciones.

La expresión “dice mucho y no hace nada” refiriéndose a un tercero, nos es bien conocida a cada uno de nosotros y no se trata, en verdad, de un cumplido. El que asevere y garantice de palabra tantas cosas y a menudo, sin responder propiamente a todo lo que dice, que no se maraville cuando los amigos y conocidos emprenden la retirada.

 Ni las mejores amistades serán capaces de resistir tal incongruencia. Hay quienes cumplen sin necesidad de prometer y se puede confiar en ellos.

 Ser coherente, incluso en casos que pudieran ser engorrosos, demuestra una gran personalidad. Porque es la mas señera expresión de quienes hacen su tarea y logran lo que se han propuesto. Cuando por comodidad o falta de fuerza de voluntad, una no cumple o ejecuta lo acordado, pone en juego el respeto de sí mismo.

Si lo miramos detenidamente, deberíamos procurar no sobrecargar aún más el quehacer cotidiano con tantísimo convenios, condenados de antemano al fracaso por ser imposibles de realizar y sobre todo si no queremos perder velozmente la estima y el respeto de los que nos rodean.

Gisela Ortega es periodista. Reside en Caracas.

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