Grandes decisiones. – UNA SOLA EXPLOSIÓN DE CONSUMO GLORIOSO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Todos sabemos muy bien que hoy día formamos parte de una inundación humana de más de seis mil millones de seres, el equivalente a 250.000 millones de kilos de protoplasma que esta horadando la diversidad orgánica de este asombroso planeta. Sus efectos están por todas partes. Los océanos, tradicionalmente alejados de la acción humana, están perdiendo sus peces. La foresta, que hasta hace solo çun par de décadas atrás mostraba solo el sendero de los pies desnudos del indígena, hoy se puebla con las maquinas monstruosas del progreso.

Los lugares biológicamente «calientes» del planeta, tales como las selvas tropicales (Brasil, Ecuador, Africa Occidental, Madagascar, Sarawak, Irian Jaya) albergan el 50% de la diversidad orgánica. Pero, de la noche a la mañana, la población humana usurpa su hábitat eliminando especie tras especie a una velocidad sin precedentes.

De acuerdo con el biólogo social E. O. Wilson, un promedio de 140 especies se extinguen diariamente, mil veces mayor que la extinción meramente natural. En las próximas tres décadas habremos eliminado el 25 % de las especies del planeta. Es la economía de las ciudades y países a miles de kilómetros de distancia la que tala los árboles, explota los minerales, pesca en los océanos, transforma los bosques en tierra arable y, con ello, consume las arenas biológicamente más vitales.

Es esta insidiosa combinación de crecimiento acelerado de la especie humana y de la técnicamente poderosa economía global de consumo la que presenta el mayor peligro para todas las formas orgánicas del planeta.

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Como lemmings de ficción

Por cientos de miles de años nos contamos, escasamente, por millones. Es solo en la época de nuestros bisabuelos cuando sorpresivamente descubrimos que éramos miles de millones. En unas pocas generaciones la curva de crecimiento se eleva casi verticalmente. Mas de seis mil millones y, de acuerdo con los demógrafos de las Naciones Unidas, la verdadera explosión está todavía por venir.

Lo cierto es que doblaremos este número en los próximos cuarenta años.

Es este comienzo lento y termino rápido al que los demógrafos y ecologistas llaman crecimiento exponencial. El siempre vilipendiado Thomas Maltus, hace ya 200 años atrás, sugirió que la población humana se expande exponencialmente en tanto que los recuersos terrestres, de los cuales dependemos, permanecen fijos. Pero, hablar de Maltus y sus seguidores ha sido, por mucho tiempo, políticamente incorrecto y consistentemente se les ha desautorizado como alarmistas por sus prematuras predicciones de desastres.

Tal vez nos es difícil entender el crecimiento exponencial y no sería raro que, a la larga, esta incomprensión se convierta en nuestro punto ciego fatal. El ecologista canadiense Adrián Forsyth dice que en un corto tiempo ha sido testigo de como el flujo de colonos ha convertido las regiones biológicamente mas ricas del mundo en desiertos ecológicos. Lo que una vez existió como la foresta verde del occidente del Ecuador, por ejemplo, hoy ha sido reemplazada por el mono-cultivo del aceite de palma… Miles de especies destruidas para producir margarina y papas fritas baratas.

Pero, ¿es justo culpar simplemente a esta explosión demográfica por la devastación terrestre? Desde el mismo momento en que se planteo la pregunta de cuántos seres humanos los recursos naturales pueden sostener sin provocar daños irreparables, las respuestas han despertado ardientes discusiones. Por supuesto la sobre-población, como dice Forsyth, es parte de un conjunto de problemas relacionados no sólo con el numero de seres humanos, sino también, de cómo estos consumen, que tecnología usan, cuales son sus efectos ecológicos y como los sistemas económicos y sociales distribuyen sus recursos.

Pero incluso considerando todo ello, un factor predomina. No es el aumento de seres humanos, sino principalmente el consumo y la actividad humana lo que importan. Si pensamos que somos sólo una de aproximadamente 10 millones de especies, el impacto que causamos es impresionante.

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Comemos el tres por ciento de la producción agraria mundial, pero para cosechar esa cantidad, para producir alimento, fibra, maquinaria y ganancia tenemos que degradar biológicamente el 40% de toda la naturaleza. Desde una perspectiva ecológica, la sobrepoblación despliega un nivel de actividad que demanda la extinción de otras especies y a la perdida de la salud y productividad de los sistemas ecológicos.

La razón de ello se debe a que nuestra marca distintiva es el uso y dependencia de una amplia variedad de otras especies. Todo aquello que realza la cualidad de nuestras vidas (dieta diversificada, medicina, condimentos, fibras, etc.) deriva primariamente de otras formas orgánicas. Y sin embargo, a pesar de ello, continuamos eliminando especies que aun ni siquiera hemos descubierto, entendido o apreciado.

Una de las ventajas de ver a la sobrepoblación en relacion al impacto que produce, mas bien que a su número, es que ayuda a delimitar la responsabilidad ambiental de las naciones. Cerca del 80% de la población mundial, por ejemplo, viven en los países en desarrollo, en tanto que los países desarrollados con su hábito de consumo voraz son, mayormente, responsables por la tremenda degradación ecológica que hoy presenciamos. Es cuestión de fijarnos solo en América del Norte.

El número per capita de consumo de energía y su consecuente daño ambiental es equivalente al de 531 etíopes. En términos de impacto, por tanto, la población canadiense es el equivalente a 14 mil millones de etíopes (Forsyth,1995). La devastación que este número causa no es solamente en Canadá: la destrucción de las selvas del mundo para dar cabida a la cría de ganado y a las plantaciones de plátanos, es un ejemplo de ello.

Un asunto de política, esto es: de gobierno

Uno de los argumentos que constantemente escuchamos es el de que los problemas ecológicos que hoy nos afectan no son debido tanto al crecimiento demográfico sino a la desigualdad social en la distribución de tierras y recursos.

En América Latina el uno por ciento de la población controla el 40% de la tierra arable, lo que, obviamente, causa consecuencias sociales y ecológicas desastrosas. Y, sin embargo, a pesar de que una distribución agraria más igualitaria es una exigencia de justicia social imperiosa, desde una perspectiva ambiental tiene sus limitaciones ya que aliviaría solo ligeramente a la presión ecológica en lugares tales como El Salvador, Java o China, por ejemplo.

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En muchos de estos lugares la presión de la población sobrepasa la capacidad de la tierra para mantenerla. Es el caso de China en donde sólo existe una décima de hectárea arable por persona. La opinión predominante es la de que una redistribución de los recursos puede mantener varias Chinas.

Las razones que se han dado para aumentar la población son políticas, económicas o ideológicas. La iglesia católica, al defender su política en contra del aborto, los anticonceptivos y el control de la natalidad, afima que podemos alimentar hasta 40 mil millones de personas. Tal vez …¿Pero por cuánto tiempo? ¿A qué precio ecológico? ¿Y que tipo de vida humana?

La superficie del planeta convertida en tierra arable ha venido creciendo sin interrupción por los últimos 150 años. 900 millones de hectáreas en 1850 a 1.5 mil millones hoy día. La creencia de que podemos sostener una mayor población simplemente extendiendo nuestras prácticas es una visión ecológica infernal. Hoy sabemos muy bien esto. Y, sin embargo, continuamos haciéndolo.

¿Tenemos suficiente dinero y voluntad para comprar un futuro más saludable? Por mucho menos que los 12 mil millones de dólares que los norteamericanos gastan en barras de chocolates podríamos estabilizar la población mundial entre 8 a 12 mil millones de personas, según la Fundación de Planificación Familiar. Y con unos pocos millones más podríamos crear y administrar la conservación de sistemas naturales. Pero todo esto requiere el cambio de nuestros valores económicos, lo que no es fácil.

Consideramos sólo lo que el economista danés Bernard Gillard dice: «es muy probable que la existencia de la sociedad industrial de consumo sea un corto intermedio histórico, hecho posible por una bonanza mineralógica …pero esto no constituye razón para su desmantelamiento. ¿Por qué no continuar la carrera de producción y consumo mientras ella dure?»

¿Y por que no ? ¿Por qué no nos gastamos los recursos de la Tierra en una sola explosión de consumo glorioso? Después de todo, depende únicamente de los estándares que elijamos.

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* Escritores y docentes. Residen en Canadá.

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