Haiti: ¿Donaciones para pagar una deuda odiosa?

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Eric Toussaint*,  Sophie Perchellet**
Una de las más grandes operaciones de ayuda de la historia podría resultar muy similar a la realizada después del tsunami de 2004, salvo que el modelo de reconstrucción adoptado sea radicalmente diferente. Haití ha quedado en parte destruido a consecuencia de un violento terremoto de magnitud 7.Todo el mundo gimotea y los medios de comunicación, ofreciéndonos imágenes apocalípticas, repiten los anuncios de ayuda financiera que los generosos Estados aportarán.

Escuchamos que hay que reconstruir Haití, ese país abatido por la pobreza y «el infortunio». Los comentarios no van más allá del terrible cataclismo. Nos recuerdan precipitadamente que es uno de los países más pobres del planeta pero sin explicar las causas de esa pobreza. Nos dejan creer que esa pobreza se abatió sobre Haití porque sí, que es un hecho irremediable: «Es la desgracia que los golpea.»

Es indiscutible que esta nueva catástrofe natural ha causado daños materiales y humanos tan enormes como imprevistos. Una ayuda de urgencia es por lo tanto necesaria y todo el mundo está de acuerdo con eso. Sin embargo, la pobreza y la miseria de Haití no provienen de ese terrible temblor de tierra. Es necesario reconstruir el país porque éste ya había sido despojado de los medios para construirse. Haití no es un país libre ni siquiera soberano. Durante los últimos años, la política interior es realizada por un gobierno que está constantemente bajo la presión de las órdenes llegadas del exterior y de las maniobras de los grupos de poder locales.
 
Haití ha sido tradicionalmente denigrado y a menudo descrito como un país violento, pobre y represivo en el mejor de los casos. Casi no hay comentarios que nos recuerden la independencia conquistada en 1804 tras una cruenta lucha contra las tropas francesas de Napoleón. En vez de subrayar la gestión humanitaria y el combate por los Derechos Humanos, serán el salvajismo y la violencia las características asignadas a los haitianos. Eduardo Galeano habla de la «maldición blanca»: «En la frontera donde termina la República Dominicana y empieza Haití, hay un gran cartel que advierte: El mal paso. Al otro lado está el infierno negro. Sangre y hambre, miseria, pestes.»[1]
 
Es indispensable recordar la lucha de emancipación llevada a cabo por el pueblo haitiano, porque en represalia a esa doble revolución, a la vez antiesclavista y anticolonial, el país heredó «el rescate francés de la independencia», correspondiente a 150 millones de francos oro (o sea, el presupuesto anual de Francia en esa época). En 1825, Francia decidió que «los habitantes actuales de la parte francesa de SantoDomingo pagarán a la caja federal de depósitos y consignas de Francia, en cinco plazos iguales, año a año, el primero expirando el 31 de diciembre de 1825, la suma de ciento cincuenta millones de francos, destinada a indemnizar a los antiguos colonos que reclamaron una indemnización.»[2] Esto equivaldría a cerca de 21.000 millones de dólares actuales. Desde el comienzo, Haití tiene que pagar un alto precio, la deuda sería el instrumento neocolonial para facilitar el acceso a los múltiples recursos naturales de este país.
 
El pago de este rescate fue por lo tanto un elemento fundador del Estado haitiano. En términos jurídicos, esto significa que fue contraído por un régimen despótico y utilizado contra el interés de la población. Francia y después Estados Unidos, cuya zona de influencia se va ampliando en Haití desde 1915, son totalmente responsables. Mientras que habría sido posible enfrentarse a las dolorosas responsabilidades del pasado en 2004, la comisión Régis Debray[3] prefirió descartar la idea de una restitución de esta suma, con el pretexto de que no tenía «fundamento jurídico» y que eso podría abrir la «caja de Pandora».

Ver Damien Millet y Eric Toussaint, Los Tsunamis de la deuda, editorial Icaria, Barcelona, 2006
 
*Economista belga, presidente del CADTM Bélgica (Comité por la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo.

**Vice-presidente del CADTM-Francia

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