Haití: llorando estar vivos

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

En este pedacito de isla, ese hilo teje un delicado bordado que une historia tras historia, muerte tras muerte, tragedia tras tragedia, entre contorsiones de cadera y ritmo ra, ra… El hilo va tejiendo un manto como los «drapó», que adornan con su fondo de terciopelo y lentejuelas multicolores las ceremonias vudú.

La naturaleza ensartó el dolor más reciente a este hilo. Escupió agua, hasta aflojar la tierra, sepultar familias enteras, destruir frágiles construcciones y ahogar hombres de pies descalzos y callosos, mujeres cansadas de mirada rabiosa y niños que no tuvieron tiempo en esta vida para percatarse de su miseria.

Lo poco que había se fue, quedaron rocas de todos tamaños y formas. En este paisaje lunático los sobrevivientes a la espera, con ojos inyectados, voz ronca y profunda, llorando a los muertos, llorando estar vivos.

La desesperación se apodera del ambiente, han perdido la cuenta pero saben que ya pasaron muchos días, la ayuda no fluye, no hay techo, ropa, pocos alimentos y el agua que arrasó con poblaciones enteras desapareció, dando paso a la sed. La angustia ante esta crisis y la pobreza de siempre es tal, que se abalanzan hacia la ayuda, trepando camiones pintados de colores que anuncian carnaval en tiempos de luto.

El último desastre no tiene nombre aún, porque aquí los bautizan. Pero ni nombrarlos, ni estirar la mano, ni gemir, llorar y gritar, hacen que el mundo vuelva la mirada hacia la primera república negra.

La miseria haitiana no es comparable ni siquiera con la de las Comunidades en Resistencia durante el conflicto armado en Guatemala, o la de Siuna en Nicaragua. Siendo todas malas, la haitiana es la más mala.

Es como que un pedazo de la África más dolorida se le escapó a Dios mientras dormía, cayendo en medio del Caribe. Y para esconder el gran error, decidieron obviarlo. Sin saber, condenaron a este país al dolor más grande: el olvido.

Aquí no se resignan. No bajan la cabeza. Entre puntada y puntada cantan, bailan, embadurnan lienzos de colores vivos, tallan pájaros en láminas metálicas, llenan de aroma a café el campo y de cuentas de colores las cabecitas infantiles.  Y cuando el hilo del dolor vuelve a ensartar, no bajan la cabeza.

El resto del mundo vuelve la mirada por un instante y sigue de largo.

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*Fernanda Castejón es Coordinadora Regional de Medios e Incidencia para Centro América, México y el Caribe de Oxfam Gran Bretaña.
Tomado de Radio Nederland www.rnw.nl

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