Hardold Pinter, de la iracundia al Nobel

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Al dramaturgo británico Harold Pinter (75) le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura 2005. Pinter , intelectual prof undamente anti-sistema se opuso qa la invasión y ocupación de Iraq. Con iracundia suele criticar a los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña. A Tony Blair, primer ministro británico, llegó a calificarlo de «criminal de guerra», por el rol que ha hecho jugar al Reino Unido en dicho conflicto.

Al dar a conocer la decisión, el secretario permanente de la Academia Sueca, Horace Engdahl, dijo que Pinter «descubre el precipicio que subyace detrás de los balbuceos cotidianos e irrumpe en los cuartos cerrados de la opresión».

Pinter se mostró tan feliz como «abrumado» por la decisión; entre las razones de la Academia se destaca la calificación de ser el «máximo exponente del teatro dramático inglés de la segunda mitad del siglo XX». Enre sus obtras, mundialmente conocidas y muchas llevadas al cine, pueden citarse La Fiesta de Cumpleaños y El Vigilante.

UNO DE LOS “JÓVENES IRACUNDOS”

fotoPinter –Londres, 10 de octubre de 1930– se dio a conocer a fines de los años 50 como parte de la generación de los” jóvenes iracundos”, que recordaban y vivían con ira la situación de Gran Bretaña en la década siguiente a la II Guerra Mundial.

Periodizar el sucederse de las generaciones lierarias es particularmente difícil. Mirado con perspectiva el hacer de los grupos en el tiempo, no es difícil encontrar más un puente que rupturas.

En el siglo XX los jóvenes iracundos británicos –Osborne, Pinter, Arden y Wesker– corren por el mimso río de otros dramaturgos, por ejemplo Eliot, Priestley, Fry tambien en Inglaterra; Brecht y Weiss en Alemania; Frisch y Dürrenmatt en Suiza; O’Neill, Wilder, Odets, Tennessee Williams, Miller y Albee en EEUU; Ugo Betti en Italia; Giraudoux, Cocteau, Montherlant, Anouilh, y Sartre y Camus, más los creadores del «teatro del absurdo»: Beckett, Adamov e Ionesco, y Genet, creador del «teatro de la crueldad», en Francia; García Lorca, Buero Vallejo, Sastre y Arrabal en España.

En América Latina pueden citarse –entre otros– a Samuel Eichelbaum, Roberto Arlt, Aurelio Ferretti; Carlos Gorostiza, Agustín Cuzzani Gallipoli o Dragún en Argentina; Carlos Maggi en Uruguay; Egon Wolff y Jorge Díaz en Chile; Sebastián Salazar Bondy en Perú; Enrique Buenaventura en Colombia; Virgilio Piñera en Cuba; René Marqués en Puerto Rico; Xavier Villaurrutia y Rodolfo Usigli en México; Román Challbaud, Isaac Chocrón y José Ignacio Cabrujas en Venezuela; Ariano Suassuna, Alfredo Dias Gomes, Augusto Boal, Gianfrancesco Guarnieri, Plinio Marco, Nelson Rodríguez, Guilherme Figueiredo y João Cabral en Brasil.

Todos buscan un teatro de ruptura que borre las fronteras de los géneros literarios tradicionales.

Sus nombres no se confunden, pero se equiparan a los de poetas y novelistas, a los de ensayistas o historiadores, por otra parte empeñados en el mismo afán.

Este año, el Nobel de Literatura suscita menos contrversia –rara vez se produce unanimidad en el mundo intelectual– que en 2004, cuando el otorgamiento a la escritopra Elfriede Jelinek causó la renuncia a la Academia sueca del profesor Knut Ahnlund, que consieró a Jelinek, una escritora de «pornografía violenta» y de tener una obra de tan poca calidad que había causado un «daño irreparable» al Premio.

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