Hillary, la guerra y la sangre

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Carlos Fazio*
En pleno auge del “capitalismo del desastre” (Naomi Klein), como peón designado por los poderes fácticos para la reconfiguración violenta del territorio mexicano en función de los intereses (legales e ilegales) del capital transnacional, la política de shock y conmoción de Calderón ha sido desplegada para generar caos, confusión y terror en la población. La dualidad terror militar colectivo-tratamiento de shock económico (Milton Friedman/Escuela de Chicago) ha estado presente en el Chile de Pinochet, la Indonesia del general Suharto (Plan Yakarta) y en Irak invadido, bajo la inicial tutela neocolonial de Paul Bremer III.

La doctrina de shock y pavor responde a un modus operandi clásico. Necesita condiciones políticas autoritarias y se aprovecha de una crisis o un estado de shock colectivo, producto de una guerra, un colapso del mercado o una catástrofe (el Katrina en Estados Unidos), para combinar medidas de seguridad represivas con la venta al mejor postor de los pedazos de la red estatal, las tierras, las minas, el petróleo, el agua y otros recursos geoestratégicos a los agentes privados y pescadores de oportunidades como Carlos Slim.

Tras la ocupación militar de Irak, el ex agente de la CIA Mike Battles sintetizó: “Para nosotros, el miedo y el desorden representaban una verdadera promesa”. Así, la privatización del gobierno y de la guerra (de ejércitos y policías), y la introducción de un sistema de vigilancia agresiva, con limpieza social, ejecuciones en masa, desapariciones, tortura, fosas comunes, encarcelamiento, reducción de libertades civiles y violación flagrante de derechos humanos, son puestos al servicio del “libre mercado” por el nuevo Estado corporativista.

Con el aporte de un narcoparamilitarismo interrelacionado con grupos políticos, financieros, empresariales y núcleos del poder legal (incluidas porciones del Estado), el miedo y el desorden son los catalizadores de un nuevo salto hacia adelante. Si los grandes magnates (incluidos los de los grandes consorcios mediáticos) no se quejan, es porque en medio de la “guerra” de Calderón siguen haciendo pingües negocios. El trauma colectivo generado por la guerra urbana en Ciudad Juárez, Monterrey, Tijuana o Apatzingán ha servido, además, para dar el pistoletazo de salida a contrarreformas económicas y sociales de corte radical (ley Televisa, extinción de Luz y Fuerza del Centro, cerco al sindicato minero).

En ese contexto, ¿la señora Clinton llega a atizar el estigma de la narcoinsurgencia y el Estado fallido?

*Periodista, columnista de La Jornada de México.

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