Hipocresía imperial

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

El imperio se ha convertido en el elefante en el salón de EEUU. Millones aún niegan que su país sea un coloso mundial y no una república a la antigua usanza1. Los encuestadores no preguntan si un imperio y una república pueden cohabitar en el mismo espacio político. ¿Constituyen los cincuenta estados una república en funcionamiento o se han convertido en una fachada administrativa para el mayor y más poderoso -aunque informal- imperio del mundo?

La clase imperial hace su campaña por el poder durante la cual sus candidatos mantienen una retórica republicana; es más, hay elecciones reñidas y muy televisadas en las que los candidatos difieren en cuanto a táctica y estrategia imperiales, tanto en el exterior como al interior del país -como cuánto dar o quitar a los pobres y a la «clase media», cuánta degradación al entorno se puede permitir o si invadir a otros países con o sin alianzas formales.

¿Cómo responderían Bush y Kerry si se les pidiera en privado que definieran las diferencias entre imperio y república? ¿Se habrán convertido los perpetradores del mito republicano en los más fanáticos creyentes de sus propias invenciones? ¿Quiénes entre los poderosos mantienen en realidad la conciencia del engaño perpetuado por medio de axiomas políticos? ¿Sonríen cínicamente los miembros de las juntas corporativas cuando oyen a Bush o a Kerry parlotear trivialidades acerca de libertad y democracia mientras aviones norteamericanos bombardean Faluja? ¿Se habrán ajustado los poderosos a la verbosidad orwelliana, como el sonsonete tan repetido por Bush de un «Irak libre»? ¿Disfruta el Secretario de Estado de fantasías sexuales cuando el gabinete discute de qué manera la política norteamericana mantiene la paz por medio de la guerra constante, logra los derechos humanos por medio de repetidas intervenciones y extiende la democracia al fomentar golpes de Estado?

En el Senado de EEUU algún Solón, como Robert Byrd -de Virginia Occidental-, levanta su voz para recordar a los líderes de la nación que el imperialismo invalida la democracia. Pero es un anciano y en el siglo 21 la juventud y la fuerza, no la experiencia y el conocimiento, se han convertido en prueba de la sabiduría.

George W. Bush admite con orgullo que no lee. En cambio el difunto senador William Borah, ávido lector, pidió a sus colegas en el Senado que no confundieran los trucos lingüísticos con la lógica política. El patrioterismo, temía él, pudiera inducir a los norteamericanos a morir en guerras imperiales, a «someterse a cargas colocadas innecesariamente en sus espaldas por sus gobiernos». El Senador J. William Fulbright agregó durante la guerra de Viet Nam que «el precio del imperio es el alma norteamericana, y ese precio es demasiado alto».

Sin embargo la cobertura verbal para el expansionismo siempre ha incluido la oratoria moralista. En 1898 el Presidente McKinley informó a la prensa que Dios le había dicho que tomara a Filipinas. Con referencia a su decisión de invadir Irak, Bush sugiere que tiene similares conexiones divinas.

fotoCausas nobles

Los presidentes tradicionalmente fingen respeto por el derecho internacional -que violan cuando es conveniente. Desde hace casi un siglo -cuando el Presidente Woodrow Wilson pidió al congreso que declarara la guerra a Alemania a fin de «hacer el mundo más seguro para la democracia»- los presidentes estadounidenses dirigen cruzadas «democráticas»: contra el fascismo, el comunismo, el narcotráfico y ahora el terrorismo (otras cruzadas incluyen guerras contra la pobreza, el crimen y el cáncer).

Para dar más peso a la retórica del apoyo al derecho internacional, los presidentes Franklin Roosevelt y Harry Truman apoyaron los Juicios de Nüremberg, en los cuales la guerra agresiva fue prohibida, y los estatutos de la ONU, la OEA y la OTAN afirmaron la no intervención como principio absoluto. Siempre que Estados Unidos decide realizar una guerra «preventiva» o intervenir encubiertamente en los asuntos internos de otra nación, enarbola la bandera retórica de la democracia.

Detrás de los lemas patrióticos está la suposición de que la causa norteamericana es la quintaesencia de la nobleza, ya sea para invadir a México y Cuba en el siglo XIX o a Viet Nam, Granada e Irak a fines del XX.

Durante las cuatro décadas de Guerra Fría, los líderes de EEUU usaron el argumento del «corazón bondadoso» para racionalizar el derrocamiento de incontables gobiernos y para afirmar la no intervención como un principio absoluto.

El bien inherente se ha mantenido como axioma de la seguridad nacional para irradiar a miles de sus propios ciudadanos con pruebas atómicas y para situar tropas en bases alrededor del mundo a fin de proteger libertad, Dios, democracia y justicia. Y así sucesivamente.

Y el público parece hipnotizado por las eternas «amenazas»provenientes del extranjero a su seguridad.

Los que perturban la democracia

Después de que Estados Unidos invadiera y ocupara Irak, un vocero del Departamento de Estado tuvo las agallas -el niño que asesina a sus padres y luego pide clemencia sobre la base de que es huérfano- de quejarse por las «perturbaciones» de Cuba. ¿Era él conciente de que durante los últimos 45 años el gobierno de EEUU ha lanzado contra la isla miles de ataques terroristas y una invasión?

¿Se habrá convertido en un requerimiento para tener empleo en el Departamento de Estado que el vocero deba aprender las más sofisticadas formas de la hipocresía? Acusar a otros de perturbar la armonía internacional, de hacer exactamente lo que Estados Unidos hace como rutina.

En este caso, según AP (8 de octubre), Cuba tuvo la audacia de entrenar a rebeldes y terroristas colombianos y «mantener una gran presencia en Venezuela». La declaración repetía un comentario reciente del secretario de Estado Colin Powell -cambió de opinión en esto- de que Castro se ha convertido en un perturbador de los países suramericanos y que «hace que su propio pueblo sufra tremendamente».

El funcionario -las normas del Departamento de Estado prohíben que se los identifique- dijo que Cuba continúa entrenando a integrantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y del Ejército de Liberación Nacional (ELN), las principales organizaciones guerrilleras colombianas. El Departamento de Estado tiene a ambos grupos en su lista de organizaciones terroristas internacionales. El funcionario no presentó pruebas de sus acusaciones.

Además la noticia del 9 de octubre de AP asegura que el anónimo funcionario advirtió que el personal cubano en Venezuela podría dañar la democracia en ese país. El Departamento de Estado aún no ha explicado como puede amenazar la democracia el hecho de que se envíen miles de médicos y enfermeras para atender a los pobres de Venezuela, que tienen escaso acceso al cuidado de salud.

Washington no comentó nunca antes sobre como los anteriores presidentes venezolanos se negaron a usar la enorme riqueza petrolera del país para dar educación y servicios de salud a los pobres. Sin embargo, Estados Unidos sí apoyó un golpe de estado en abril de 2002 contra el presidente elegido Hugo Chávez. Es más, en nombre de la libertad EEUU apoyó o realizó golpes de Estado en contra de gobiernos «desobedientes» en Guatemala (1954), Guyana (1958), República Dominicana (1963 y 1965), Brasil (1964), Chile (1973), Argentina (1976) y El Salvador (1979).

De alguna manera el presidente de Venezuela Hugo Chávez mina la democracia al satisfacer las necesidades de salud y educación de la mayoría.

Un indicio certero de «aceptabilidad» es el nivel de las relaciones con Washington. Las «buenas relaciones» con Estados Unidos tradicionalmente han significado la obediencia a los dictados de EEUU. Chávez ha demostrado ser tan desobediente que el pasado agosto sus oponentes, alentados por Estados Unidos, lo retaron a celebrar un referendo en el cual el Presidente obtuvo 59 por ciento de los votos. Los antichavistas escandalizaron que Chávez había manipulado los resultados, pero la Organización de Estados Americanos y el Centro Carter, un grupo pro-democracia con sede en Atlanta y dirigido por el ex presidente Jimmy Carter, certificaron la transparencia del proceso electoral.

Dar su lugar a la verdad

El público norteamericano sigue engañado. Escucha confusos y repetidos dogmas de la Casa Blanca, repetidos por los medios más importantes. ¿A quién se puede creer?

Genuinos conservadores como Pat Buchanan llaman al imperio por su nombre verdadero y aprenden las lecciones apropiadas. La historia enseña: advierte en su libro Una república, no un imperio, que «todo intento por establecer la hegemonía provoca resentimiento y hostilidad. Las naciones más débiles buscan instintivamente entre sí seguridad, creando las mismas combinaciones que los hegemonistas más temen.

Kerry niega la existencia del imperio y proyecta una imagen de «duro» para enfrentar al belicoso Bush -que en realidad nunca ha tenido que pelear, a no ser en una posible riña de bar durante sus días de fiesta y que la Casa Blanca no ha revelado-.
Buchanan y otros conservadores comprenden que es hora de llamar al imperio por su nombre verdadero y cuestionar su aplicabilidad a los principios que aprendemos acerca de la democracia y la forma republicana de gobierno.

Después de que Kerry triunfe, los activistas serios deben comenzar a tratar el tema en su forma más creativa. Es un falso axioma que necesita ser desenmascarado antes de que el público norteamericano pueda comenzar a participar en la verdadera política. En los años 20 (del siglo pasado), un grupo de senadores del Oeste liderados por William Borah, de Idaho, ayudaron a derrotar el Tratado de la Liga de las Naciones del Presidente Woodrow Wilson, basándose en que llevaba al país hacia una forma imperial. Estados Unidos hubiera tenido que servir de policía en el mundo. Tal tipo de acuerdo, argumentó Borah, planteaba contradicciones fundamentales con las reglas de una república; es más, imperio y gobierno republicano son totalmente incompatibles, aseguró. Tuvo razón entonces -y ahora-.

1 Ver Progreso Semanal del 15 de abril de 2004 (www.rprogreso.com), sección archivos.

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* Profesor y director del programa de Medios digitales en la Universidad Cal Poly Pomona y miembro del Instituto para Estudios de Política. Su último libro es El negocio de Estados Unidos: cómo los consumidores reemplazaron a los ciudadanos y de qué manera se puede invertir la tendencia.

Este artículo se publicó en:
www.progresosemanal.com/index.php?progreso=Landau&otherweek=1098680400.

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