Historia. – EL DESTINO DE LAS INSURRECCIONES

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

En España y en Italia, el pueblo se ha sublevado. ¡Revolución! dicen. Pues bien: no; esto no es la revolución, no más que las revueltas de Francia –la Comuna del 71, la del 48 y la de 1830–. Incluso las formidables revueltas de 1789 a 1793 no fueron más que una conmoción estéril, no tuvieron en ningún sentido el carácter de una revolución.

Primeramente, ¿de qué modo los pueblos civilizados pueden pretender hacer una
revolución si ignoran las verdaderas causas de sus males?

Son seducidos a los hombres mientras el sistema material de existencia es feroz. Revueltas las hay y las habrá todavía, puesto que el Estado llamado civilizado, comporta inevitablemente trabajo y miseria para la gran masa de los productores de
lo «artificial»; además de que en este Estado aparece una categoría no productora, autodenominada clase dirigente.

Conocemos ya la suerte reservada a las insurrecciones italianas y españolas producidas por el hambre. Hasta ella siglos de «civilización» han llevado a los pueblos de dos países que, en el estado natural serían edenes de abundancia y de belleza.

La insurrección francesa del 71 ya se sabe como fue reprimida: sin el triunfo no hay nada que esperar. Pero las del 48 y de 1830 –en las que el pueblo resulto vencedor– no han cambiado en nada las condiciones económicas del proletariado; la de 1789, la «Grande», que parecía haber cambiado totalmente la situación social, ¿ha mejorado la suerte de los pequeños? ¡De ningún modo! puesto que inmediatamente la civilización restableció su yugo.

Puesto que el obrero, como en el pasado, trabaja para el patrón; puesto que sigue habiendo lacayos, maestros, directores y ejecutivos, la única transformación operada en esta época fue que el patrón, el maestro o el director en lugar de ser llamados monseñor o señor, fueron llamados ciudadanos. He aquí el único resultado de una revuelta en un país civilizado.

Se podrá decapitar reyes perpetuamente, destronar emperadores, destripar presidentes de la república: la situación seguirá igual mientras haya minas, fábricas, astilleros. Mientras lo «artificial» establecido durante siglos de esclavitud sea considerado como base del sistema de vida, habrá explotación del hombre por el hombre, habrá expoliación –sin hablar de la degradación siempre continua y agravada de la Naturaleza–.

Y los sistemas colectivistas autoritarios o comunistas libertarios no podrán hacer nada.

No evitaran que la mina sea nociva para el suelo que la soporta; no podrán detener la erosión de las tierras producida por el laboreo, no podrán evitar la evapotranspiración rápida de los suelos humedecidos por las lluvias si quedan expuestos a pleno cielo por la
deforestación. Ni el colectivismo ni el comunismo atenuaran el efecto pernicioso del trabajo; este trabajo que, según dicen, no consistirá más que en «apretar el botón» el famoso botón de los científicos, sucedáneo actual de la varita mágica y de la lámpara de Aladino.

La principal traba para una revolución eficaz, es que los más feroces revolucionarios, ignorando la naturaleza, son los más fervientes sostenedores de la versión religiosa del valle de lágrimas y de la fábula del pecado original y se apoyan sin límites en las conquistas de la ciencia

¡Ah…! Las conquistas de la ciencia sobre la naturaleza.

¡Hablemos un poco de esto! Tenemos en primer lugar la agricultura, ¡la conquista más antigua!; tenemos luego la edificación y el tejido; después la mina, las vías públicas, la tracción y la navegación –estas dos últimas convertidas en ciencia por la metalurgia y el vapor. Tenemos además la óptica y la acústica y, conquistas supremas, la cirugía y la ortopedia. Examinémoslas.

La primera conquista, los cultivos, ha precisado talar los árboles protectores del suelo y ha provocado la erosión de la tierra; la edificación nos a dotado de alojamientos donde reina inevitablemente la corriente de aire, desconocida en las habitaciones primitivas, resultado del tiro entre las aperturas y las chimeneas; el tejido nos ha aportado telas y paños menos impermeables, menos ligeros y menos calientes que cualquier piel de animal; la mina degrada totalmente la calidad económica y las propiedades vegetativas de cualquier suelo donde se practique; la red de carreteras a provocado el polvo y el lodo por la desnudez del suelo y la capa de adoquines y asfalto con que se recubren los caminos, carreteras y calles no ha suprimido la fermentación del suelo, que al no poderse manifestar en vegetación, se manifiesta en miasmas mórbidas.

La tracción y la navegación exportan a gran distancia los productos naturales de un país e importan a este los de tierras lejanas, lo cual precisa procesos de conservación para los productos así «paseados? y la conserva tiene el efecto de alterar totalmente la frescura y el sabor, de manera que este intercambio tiene como resultado llevar al consumo solamente productos privados de su principio vital.

No nos alargaremos citando los accidentes y enfermedades producidos por el funcionamiento de estas «conquistas científicas» y concederemos benevolentemente a los civilizados que la cirugía y la ortopedia vienen en auxilio de los beneficiarios del progreso.

Seria más sencillo, desde nuestro punto de vista, evitar las catástrofes adoptando pura y simplemente una existencia en la que las causas de perturbación sean desconocidas. La naturaleza nos ofrece una vida feliz, larga y fácil donde se ignoran el hambre y la enfermedad, estas dos hijas de la civilización.

A aquellos que hablan de revolución queriendo conservar la artificialidad superflua, les decimos esto: sois los conservadores de elementos de servidumbre, seréis pues siempre esclavos; pensáis apoderaros de la producción material para apropiárosla, ¡muy bien!: esta producción material que hace fuertes a vuestros opresores está bien asegurada contra vuestra codicia. Mientras exista vuestras revueltas serán reprimidas y vuestros alzamientos sacrificios inútiles.

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* Dibujante. Publicado en el número 4 del peródico La Naturien el 1o de junio de 1898.
Tomado de Urtica, foro virtual para la discusión e intercambio de opiniones.

Addenda

NADA MUY NUEVO, SÍ MUY OLVIDADO

Ganan terreno en los movimientos sociales –en especial entre los más juveniles– diferentes versiones del llamado «anarquismo verde»; desde ideaciones vagamente ecológicas hasta la dureza del anarco-primitivismo del estadounidense John Zerzan. En los grupos más concientes –¿cuántos son, dónde están?– no se trata de un falso rousseauniano «retorno a la naturaleza»; tampoco de amurallar el falansterio.

Las brutales consecuencias del desarrollo tecnológico sobre las ideologías presentes en la vida social –en especial el concepto de eficiencia a cualquier costo– han permitido u obligado a estos movimientos a salir a la luz pública.

Se expresan de muchas maneras: grupos de defensa de la vida animal –¡cómo si la humana no lo fuera!–, veganos –estos es: vegetarianos estrictos–, migrantes ciudad-campo, combatientes contra los ordenadores –que, sin embargo usan computadoras y teléfonos móviles–, organizaciones anti desarrollo nuclear…

Los hay pacifistas, agresivos, individualistas, socialistas y comunistas –no marxistas–, religiosos, escépticos, ateos, deístas… En América muchos han sido permeados por las cosmogonías de las naciones originarias.

Sería un error creer que este vasto movimiento –todavía mayoritariamente subterráneo– es una moda que, en su versión más activa, surge en Seattle, EEUU, hace algunos años y que en su versión más «dulce» hereda los contenidos de la «New Age» de hace algunas décadas. Sería un error porque las guerras contra la civilización –entendida como el esfuerzo por domesticar la naturaleza– son bastante más antiguas.

Ahora bien, la disconformidad frente al sistema económico-social se materializa dándole la espalda, en la fuga, pretendiendo permanecer al margen o enfrentándolo. Quienes huyen tienen sus días contados, como lo prueban los quilombos del siglo XIX en Brasil, marginarse es retrasar la absorción, como lo pruban los «niños de las flores» en los años tardíos de 1961/70. Y enfrentar al sistema por lo general es convertirse en candidato seguro a la cárcel y la persecución, como los prueban los defensores del ambiente en Estados Unidos., Italia, Francia, España…

Una tercrera alternativa, el trabajo cultural –en los terrenos del arte y los oficios artesanales– no tiene mejor suerte, como lo prueban los talleres de teatro, artesanías y bibliotecas autogestionadas en Chile en 2006.

Al parecer el gobierno estadounidense construye –o han sido las barracas ya construidas– en Indiana y otros estados campos de concentración para «contener» a los que en número cada vez mayor protestan contra los términos de la dominación del capital. En la mayor parte de los países de América Latina, las cárceles no abasto para mantener a los «delincuentes lejos de las calles», y en algunos de ellos se estudia el «concesionarlas» –en Chile este régimen comenzará apenas se termine de levantar el primer penal–.

Nadie define con acierto qué es delincuencia ni quienes, en consecuencia, son delincuentes; ya no se pena con la muerte –cierto– el robo de una res o una gallina; pero tampoco se tipifica el apoderamiento de las pensiones de retiro o de los recursos del seguro médico de los trabajadores.

Como antes, delincuente es el pobre, lo otro son «problemas de adminstración». En los hechos la gran división es entre los dueños de la Tierra y los condenados de la tierra; en la actualidad, más precisamente, los que manejan la tecnología en lo alto de la pirámide social y aquellos que en la base inician la subida de los ladrillos para construir aún otro piso. Hasta que se derrumbe.

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No todos los perseguidos, obviamente, son de los movimientos sociales mencionados al principio. El bienestar tiende a homogenizar a sus elegidos –del mismo modo como los dioses, dice la tragedia griega, los deja ciegos–; y aunque los términos de la explotación sean similares en estos tiempos «mundializados», la vida conserva suficiente riqueza como para marcar una sinuosa y explosiva heterogenidad desde el punto de vista de la adaptación y resistencia de los explotados.

Los naturianos

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Henri Zisly /der.), Henri Beylie y Emile Gravelle son los principales expositores del movimiento naturiano. Conocieeon la explotación, lucharon, escribieron y hoy están olvidados. Los naturianos fueron entre los primeros en analizar las consecuencias de la tecnología y la industrialización civilizatoria de la cultura occidental. No intentaron –como los luditas en su momento– destruir las máquinas, quisieron hacer conciencia sobre el destino que esperaba a sus descendientes. Y sí, son anarquistas.

Hacia fines del XIX y principios del XX lograron nuclear una generación de obreros, imprenteros, bohemios y algunos intelectuales. Todos fueron anti militaristas y anti nacionalistas. Aunque en cierto modo los aventó la primera guerra mundial, muchos de ellos participaron en distintas facetas del anarquismo hasta tan tarde como la víspera de la segunda conflagración.

Vagamente se los considera precursores de los movimientos de defensa del ambiente natural, la ecología y en general del «anarquismo verde». La consigna del grupo bien puede ser una frase de Zilsy: «Abajo la civilización, viva la naturaleza».

R.W.

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