Irán. Óptica europea. – EL CERCO SE ESTRECHA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Mahmud Ahmadineyad no teme un ataque de EE.UU. «Es poco probable», ha declarado esta semana el presidente iraní. Sin embargo, su negativa a suspender el enriquecimiento de uranio, de la que Mohamed el Baradei informará el miércoles al Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), refuerza los argumentos de Washington para incrementar la presión sobre el régimen iraní. Sus responsables lo saben y han suavizado sus declaraciones. Pero a falta de medidas claras, sigue estrechándose el cerco sobre su economía y aumenta el riesgo de confrontación.

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«Han bajado el tono, pero no han contestado a las preguntas pendientes», resume un embajador europeo familiarizado con las negociaciones. «Es cierto que Alí Lariyani (el jefe negociador) ha dicho que van a aclarar todo en tres semanas, pero ya es muy tarde y no cuenta nada más que la suspensión».

Resulta pues altamente improbable que El Baradei entregue un informe positivo el miércoles, cuando cumple el plazo de 60 días que la ONU dio a Irán en diciembre para que paralizara su programa de enriquecimiento de uranio. A pesar de las negativas de Teherán, los países occidentales, con EE.UU. a la cabeza, sospechan que tiene por objetivo fabricar armas nucleares y quieren evitarlo. De ahí que la exigencia del Consejo de Seguridad fuera acompañada de un paquete de sanciones y de la advertencia de que, si no se cumple, éstas podrían ampliarse.

Segunda resolución

¿Qué va a suceder entonces? Nada de inmediato. La Junta de Gobernadores del OIEA no se reúne hasta el cinco de marzo. Entonces, sus 35 miembros informarán al Consejo de Seguridad del incumplimiento. No está claro cuál será el siguiente paso. La secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, dijo el pasado lunes que era posible que su país propusiera una segunda resolución sancionadora, pero que aún no lo habían decidido.

Tal contingencia se enfrenta de nuevo a la dificultad de convencer a Rusia y China, que tienen derecho de veto en el Consejo de Seguridad. Ninguno de los dos tiene interés en un Irán nuclear, pero por un lado tratan de defender sus intereses comerciales con un país que es el cuarto exportador mundial de petróleo y cuenta con las segundas reservas de hidrocarburos, y por otro recelan de los objetivos de Washington.

Incluso el líder supremo iraní, ayatolá Alí Jamenei, ha expresado en público su confianza en que Moscú les ayude en esta coyuntura. Sin embargo, los responsables iraníes ya hicieron esa apuesta antes y les falló. La aprobación de la resolución 1.737 fue un golpe inesperado. De ahí que algunos observadores de la escena iraní intuyan la mano de Jamenei en el cambio de tono del presidente Ahmadineyad. «El líder no es de derechas ni de izquierdas, quiere salvar el sistema», justifican.

Además, incluso sin llevar las sanciones a un nuevo nivel, el proceso desatado ya está dañando a mucha gente del régimen, según señalan fuentes bancarias y empresariales. No se trata tanto del contenido de la 1.737 (circunscrito al material y la tecnología nucleares, y que, como se veían venir, han permitido un anticipo de compras) como del efecto psicológico de las tensiones sobre el conjunto de la economía.

Irán no ha firmado contratos en firme de gas o petróleo con inversores extranjeros desde junio de 2005, cuando fue elegido Ahmadineyad. Y su frágil industria energética los necesita.

«Hemos notado el impacto en la confianza de empresarios e instituciones financieras», apunta por su parte una fuente comercial europea que menciona el descenso de los participantes en las misiones comerciales de su país a Irán y el endurecimiento de las condiciones de financiación.

Pesa también que EE.UU. ha reforzado en este último año sus sanciones unilaterales, algo que en Irán se percibe como una «guerra económica». Washington espera que a medida que aumenten las sanciones, disminuya la unidad interna con el fin de inducir un cambio. Se trata de una apuesta muy peligrosa, ya que nadie sabe con seguridad dónde se halla el punto de inflexión a partir del cual la presión exterior reforzaría régimen.

Para no llegar a descubrirlo haría falta una salida diplomática que permitiera salvar la cara a las dos partes. El Baradei ha propuesto un «tiempo muerto» (sin sanciones y sin enriquecimiento) que permita reanudar las negociaciones. Nadie ha mostrado interés.

Mientras, se extiende la convicción de que las sanciones por sí solas no van a evitar que Irán enriquezca uranio. El International Crisis Group ha sugerido un plan de «enriquecimiento retrasado», como fórmula de compromiso que dé tiempo a que «arraigue en Irán una dinámica política más moderada». Pero la alternativa interna es muy lenta y Estados Unidos, empantanado en Iraq, se muestra impaciente. Cualquier suceso menor puede convertirse en excusa para la confrontación, lo que hace más probable una guerra sin planificar.

Doble castigo

Las sanciones que la ONU impuso a Irán en diciembre se han sumado a las unilaterales con que Estados Unidos castiga a ese país desde que rompieran relaciones a raíz de la Revolución Islámica y la toma de su embajada (1979-1980). Éste es un resumen de su alcance.

Sanciones internacionales (ONU).

La resolución 1.737 prohíbe la venta a Irán de todos los productos, materiales, equipos, bienes y tecnología, que puedan contribuir a su programa nuclear. También pide que se congelen los activos de 12 personas y 10 entidades vinculadas al mismo. Pero se trata de una lista abierta, que no limita su alcance a los casos citados. De hecho, a primeros de enero, el Departamento del Tesoro norteamericano incluyó al Banco Sepah, el quinto en importancia de Irán, con unos activos de 14.000 millones de dólares y presencia en Roma, París, Francfort y Londres. Anteayer, añadió a tres compañías subsidiarias de la Organización de la Energía Atómica iraní.

Sanciones unilaterales (EE UU).
Desde la ruptura de relaciones, Estados Unidos prohíbe que compañías petroleras basadas en su territorio operen en Irán, lo que facilita que Washington quiera generalizar las sanciones y dificultar el trabajo de sus rivales extranjeras. De hecho, una ley de 1996 (la Iran-Libya Sanctions Act, más conocida como ILSA) penaliza a las empresas extranjeras que inviertan más de 20 millones de dólares en el sector petrolero iraní.

Además, en septiembre tras la guerra de este verano entre Israel y el Hezbolá libanés, Estados Unidos decidió incluir en su lista negra al Banco Saderat, al que acusa de financiar al movimiento chií.

Como resultado de las presiones estadounidenses, importantes bancos europeos han reducido o cerrado sus negocios en Irán. El último de ellos, el Commerzbank alemán anunció hace una semana que suspendía sus transacciones en dólares con Irán.

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* Periodista. Despacho desde Teherán publicado originalmente en el diario español El País el 18 de febrero (2007).

www.elpais.com.

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