Israel en Palestina: ocupación es una mala palabra

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Así que los palestinos pondrán punto final a la ocupación de Israel; no se abrirán paso sus tanques echando todo abajo en Haifa y Tel Aviv; los F-18 ya no bombardearán los barrios israelíes, y los helicópteros Apache no perpetrarán las llamadas «muertes selectivas» -esto es: asesinarán- de los dirigentes milicianos israelíes.

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Los palestinos se comprometieron finalizar toda » acción de violencia» contra los israelíes, mientras que Israel prometió detener su «actividad militar» sobre los territorios palestinos ocupados. En fin: ya está. Tenemos paz.

Esa es la impresión que se habría llevado un marciano -incluso un marciano entendido-, en el supuesto de que hubiese pasado por el mundo fantástico de Sharm el Sheij: eran los palestinos quienes cometían acciones violentas -los israelíes sólo realizaban operaciones inocentes-.

Ahora la violencia palestina -o el «terror y la violencia»: mucho más popular la última frase, toda vez que lleva el estigma del 11-S- habría llegado a su final.

El hombre que
no se parece a Arafat

Mahmoud Abbas -que le confidenció a un íntimo amigo libanés que se ponía traje y la corbata para parecer diferente a Yasser Arafat- se allanó a todo, y quedó como un misterio qué pueblo ocupa los hogares de qué otro pueblo…

Abbas, con sus canas y gran sabiduría, jugó muy bien su rol. Deberíamos olvidar que es el mismo Abbas que redactó los Acuerdos de Oslo, el que no usó en más de mil páginas ni una sola vez la palabra «ocupación» y no habló de la retirada del ejército israelí sino de su «repliegue».

El en la reunión del martes ocho de febrero tampoco hubo nadie que mencionara la ocupación; como se hace con el sexo, había que obviar la ocupación en la redacción de la historia. Como ya es costumbre -y como en Oslo- los problemas reales quedaron relegados para una fecha posterior.

De los refugiados, de su derecho al retorno, de Jerusalén Este como capital de Palestina… de todo eso nos ocuparemos más adelante. Jamás han sido tan necesarios los comentarios sarcásticos de Edward Said.

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Por supuesto tampoco nadie dijo nada sobre los «asentamientos» -colonias judías para judíos y solamente para judíos en territorio árabe-. Menos aun se hizo comentario alguno respecto de Jerusalén Este. O del derecho a retornar de los refugiados de 1948. Esos son los «sueños poco realistas» a los que se referíeron los israelíes el martes.

Todo eso se discutirá más tarde, tal como se suponía iba a ocurrir según los fracasados Acuerdos de Oslo -conseguidos por Mahmoud Abbas-; siempre y cuando las causas reales de la guerra puedan postergarse, las cosas caminarán sin problemas.

«Es el final de la violencia que ha costado cuatro mil muertos», se dijo; pero se ocultó un hecho clave: dos terceras partes de esas vidas eran de palestinos. » Paz, paz, paz» igual a «terrorismo, terrorismo, terrorismo»; como si fuera una cosa posible de comprar en un supermercado.

Ojála.

Preguntas sin respuestas

Al finalizar el día de la reunión quedaron dos preguntas sin formularse ni responderse: ¿terminarán los israelíes con los asentamientos masivos en Cisjordania, incluidos aquellos de los alrededores de Jerusalén Este? Hubo silencio el martes.

¿Se pondrá fin a la expansión de los asentamientos judíos, para judíos y sólo para judíos en la Cisjordania palestina? Hubo silencio el martes.

¿Se permitirá a los palestinos tener su capital en Jerusalén Este (poblada por árabes)? Hubo silencio el martes.

¿Abandonarán, de verdad, los palestinos su intifada, incluyendo sus mortíferos ataques suicidas, a causa de estas promesas inexistentes? Hubo silencio el martes.

Tal como las elecciones iraquíes -celebradas también bajo ocupación extranjera-, las conversaciones entre palestinos e israelíes son «históricas» porque sí. La secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, advirtió a los palestinos que deben controlar la violencia, pero -como es costumbre- no pidió a los israelíes que controlen la de su ejército.

El supuesto sine qua non de la ecuación árabe-israelí es que los palestinos son culpables, son la parte violenta: por eso la admonición en el sentido de que deben acabar con la violencia, mientras los israelíes deberían suspender sólo sus «operaciones». Es decir: los palestinos son al parecer genéticamente violentos y los israelíes genéticamente respetuosos de la ley: sólo ejecutan operaciones.

Mahmoud Abbas avaló semejantes disparates.

Todo se ve más con nitidez en la cobertura noticiosa de los acontecimientos. Según la CNN lo que se ofrecía era «el final de toda violencia», como si la ocupación ilegal y la colonización no fueran una forma de violencia. Associated Press, la agencia estadounidense de noticias, puntualizó con cinismo acerca de «ciudades que, por el momento, seguirán controladas por los servicios de seguridad israelíes». Dicho de otra manera: controladas por Israel. Claro, no iban a decirle eso a sus lectores.

Por tanto Mahmoud Abbas será el Hamid Karzai de Palestina y su corbata el equivalente al traje verde de Karzai. Nuestro nuevo hombre en Palestina. El tsunami que arrastró consigo la contaminación de Yasser Arafat -cuya tumba consiguió no visitar Condoleezza Rice-. Sin embargo, insalvables, los obstáculos permanecen. Jerusalén Este, los asentamientos judíos y el derecho al retorno de los palestinos a los hogares que perdieron en 1948.

Si vamos a aplaudir como lo hicieron los conciliadores en Sharm el Sheij el martes, será mejor darnos cuenta que a menos que reparemos con urgencia esas grandes injusticias, el nuevo acto conciliatorio será tan sangriento como el de Oslo. Que se lo pregunten a Mahmoud Abba. Fue el artífice del primer y fatal acuerdo.

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* Publicado originalmente en el periódico inglés The Independent. Nos hemos ayudado en la traducción al castellano realizada por Carlos Sanchis para www.rebelion.org.

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