Jesús Sepúlveda / El escritor y su compromiso

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Julio Cortázar bromeaba diciendo que él ya estaba casado cuando le preguntaban acerca del problemita del compromiso. Aclaraba, sí, que el compromiso del escritor es doble: por un lado, debe dar todo lo que pueda a la literatura sin la menor concesión, y por el otro, debe demostrar un compromiso ético con su conducta individual.

Reconocía, sin embargo, que ha habido y hay excelentes escritores que, “a pesar de ser unos perfectos reaccionarios que en el caso latinoamericano apoyaron a nuestras peores dictaduras militares”, experimentaron con la forma y el lenguaje de manera magistral. Quizás Borges fuera uno de esos casos. Quizás no.

La vanguardia histórica canonizó un largo debate en torno al "arte por el arte" y al "arte comprometido". La forma por sobre el mensaje o viceversa fue el tono de esas discusiones bizantinas. La guerra fría dinamizó tal discusión forzando a muchos escritores a adoptar propuestas formalistas o panfletarias cuyos resultados sólo en pocas ocasiones y en casos afortunados –o no tantos- trascendieron sus propios postulados. Tales son los casos de la nueva crítica de Eliot y sus Cuatro cuartetos y del realismo socialista de Neruda, que culmina un largo período de militancia literaria con su libro Nixonicidio e imprecación a la revolución chilena.

Años antes del triunfo electoral de la Unidad Popular y de la brevísima vía chilena al socialismo, y después de Auschwitz, cuyo horror llevó a Adorno a declarar lapidariamente que ya no sería posible volver a escribir poesía, la escuela de Frankfurt revisó el problema aclarando que la forma estética contiene su historia; esto es, su contexto y problemáticas. De este modo, la distinción entre forma y contenido no es real porque el contenido está presente en la forma. Pero la forma es también la extensión del contenido, puesto que como señala Robert Creeley: “Sin contenido nos quedamos mudos”. 

Desde un punto de vista teórico, Adorno propone que la forma y el contenido son aspectos diferentes de una sola realidad estética, aunque estén mediatizándose a sí mismos en una relación interdependiente e inextricable. Tal relación hace que tanto la literatura como el arte tengan una relación con la sociedad. El arte, dice Adorno, y por consiguiente la literatura, participan de la política, aunque sean obras cuyo propósito explícito sea apolítico. La liberación moderna de la forma es, por tanto, una liberación social y formal, lo que permite que haya autores formalmente liberadores pero socialmente reaccionarios.

Quizás un claro ejemplo de esto sean Marinetti y Mayakovski, quienes exaltaron respectivamente la guerra y la tecnología mientras experimentaban de modo simultáneo con la forma. Es probable también que ambos autores se vieran a sí mismos como escritores comprometidos con sus respectivas causas políticas, aunque ambos estuviesen en los dos polos antagónicos del espectro ideológico del violento siglo XX.

Entre los años cuarentas y sesentas, Jean Paul Sartre elaboró un corpus metodológico en torno a la noción de compromiso. Al preguntarse qué es literatura, Sartre vincula compromiso con responsabilidad y libertad con elección, estableciendo claramente que la escritura es una herramienta de intervención política. "Sólo el hombre libre puede comprometerse —dice Sartre— porque sólo el hombre comprometido puede llegar a ser libre". Y tal compromiso es una forma de arraigo pero también de devenir histórico.

Esto es, el ser es un sujeto histórico cuando se compromete. De este modo, Sartre combate la idea de la escritura como ejercicio neutral y estético que el universalismo burgués venía proponiendo desde el romanticismo decimonónico, indicando que el intelectual —ese técnico del saber práctico, a decir de Hegel, que ha devenido en tanto tal a través de su “conciencia desgraciada”— debe comprometerse con su tiempo. Escribir para sus contemporáneos implica entonces escribir para un aquí y un ahora en un lenguaje actual que aborde los conflictos de la época. Implica “mostrar, demostrar, representar, [porque] eso es el compromiso”, dando una perspectiva concreta a través de una situación peculiar y determinada.

Tal situación es la realidad histórica que nos atrapa, volviéndose a veces una jaula invisible que aprisiona la imaginación y la fantasía. Comprometerse es rajar entonces el manto de la realidad para que en ella haya más posibilidades y situaciones posibles, dejando en manos de nuestros contemporáneos la capacidad de elegir qué camino adoptar y seguir. El escritor comprometido no es un creador de dogmas sino un destructor de prisiones y manicomios, que escarba en sus escombros para hallar lo que sirva en virtud del nuevo edificio que se pretenda construir; si es que los sobrevivientes a las debacles históricas deciden construir una nueva ciudadela, que bien podría ser verde como una ecolaldea. Europa es un caso concreto.

Sabemos que levantó sus muros después del bombardeo de Dresden. Japón es otro, que Mishima denunció desde la perspectiva de un samurai que veía caer su mundo imperial ante los centros comerciales de Occidente. O Nanao Sakaki que, desde una perspectiva ecologista, auguró los efectos alienantes y devastadores de la modernidad exportada a la isla del sol naciente.

El compromiso no siempre es unívoco ni lineal, y en el terreno de la política —que inevitablemente divide el mundo aunque éste sea indivisible— hay muchas mirillas a través de las cuales de puede mirar. Lo anterior conlleva a otra pregunta: desde dónde se escribe.

Gramsci planteaba que el intelectual orgánico asumía una posición funcional a la clase dirigente desde su lugar de privilegio. Tal intelectual es, por tanto, un tecnócrata cómplice que elabora discursos protectores y reproductores de la hegemonía ideológica, promoviendo el orden establecido o falseando sus críticas al sistema que cobran solo un efecto de impugnación. Tal perpetuación se atrinchera en el mercado pero también en la academia y la prensa informativa, negando o ignorando que haya conflictos latentes donde pulsan imágenes de mundo antagónicas y divergentes.

Los novelistas coludidos con el comercio editorial no sólo tienden a representar un mundo adecuado a la realidad presente, sino que también la estimulan sujetando las riendas de la imaginación a fin de complacer a los lectores contemporáneos que consumen literatura desechable.

Los poetas laureados dejan que el aura caiga de sus cabezas para cantar loas a los dirigentes de turno que cumplen el antiguo rol de mecenas.

Los dramaturgos entretienen al público con culebrones de fácil factura, que luego los medios llevan a la pantalla sin otro fin que el de profitar.

Los ensayistas crean andamiajes atiborrados de eufemismos complicados que se vuelven materia de eruditos, reforzando las diferencias sociales y, de paso, teorizando sobre lo nimio.

Los periodistas dejan que sus editores censuren sus plumas sin otro consuelo que ver sus nombres en la prensa local.

Todos estos escritores clásicos, a decir de Sartre, son cómplices del mundo en que vivimos porque sus plumas o teclados dejan intactos los muros civilizatorios que les dan cobertura en las escenas respectivas que deben animar. Parafraseando a Sartre, podemos decir que de nada sirve la denuncia universitaria de la invasión a Irak o a Afganistán (aunque él se refiriera a la guerra de Vietnam), cuando en esas mismas universidades se forman los nuevos cerebros del sistema que manejarán la banca y abrirán las tiendas de la estandarización.

La autocomplacencia es el motor de los escritores cómplices. Isabel Allende, que acaba de recibir el Premio Nacional de Literatura en Chile, ha mutado su opinión pública respecto al presidente Sebastián Piñera, uno de los cuatro hombres más ricos de Chile y miembro del partido derechista Renovación Nacional, indicando que es un hombre de buenas intenciones que hace bien su trabajo.

Sartre rechazó el Premio Nobel de Literatura por considerarlo un premio político de cooptación de los escritores rebeldes al sistema. Así lo entendió también Elena Poniatowska, que después de haber publicado con éxito de ventas La noche de Tlatelolco para denunciar la matanza de 1968 en la ciudad de México, rechazó el premio Xavier Villaurrutia por considerar inaceptable su premiación por parte del mismo gobierno que mataba a sus compatriotas y que ella denunciaba. La coherencia es el motor de los escritores comprometidos.  
 
Así como Simone de Beauvoir y otras escritoras del siglo XX ampliaron la noción de compromiso al ámbito del género, evidenciando una de las falencias de los discursos liberadores del siglo XX y remeciendo la conciencia intelectual de sus contemporáneos, cada escritor aporta una perspectiva peculiar y específica para ampliar el manto de la realidad que conforma su circunstancia. Para ello es necesario distinguir la preocupación de cada época y sus problemáticas.

Vandana Shiva, por ejemplo, ha escrito desde su lugar de investigadora para denunciar la guerra del agua en el contexto corporativo mundial. Roberto Bolaño, por otro lado, se ha referido a las matanzas en Juárez en la frontera mexicano-estadounidense a través de la saga narrativa del escritor Beno von Archimboldi. Las formas y estrategias escriturales pueden variar, pero las problemáticas contemporáneas son las mismas, aunque se diversifiquen en un amplio abanico de situaciones.

La condición del mundo actual requiere de escritores que aborden desde su lugar de compromiso discursos emancipadores no sólo desde el punto de vista social sino que también —y necesariamente— medioambiental. Quizás la perspectiva biocéntrica sea la más radical aparecida en este siglo que comienza, desplazando al humanismo antropocéntrico que trajo la ilustración y las formas progresistas del pensamiento moderno. Quizás un cambio de paradigma hacia una perspectiva biocéntrica permita que la especie humana sobreviva a la inminente debacle ecológica que el modelo petroindustrial está generando.

Dependerá entonces del ojo comprometido de un nuevo tipo de escritor la posibilidad de imaginar nuevos mundos posibles sin las exclusiones y jerarquías consabidas hasta hoy en día.

Jesús Sepúlveda es escritor.
Texto leído en la sala Delle Adunanze de la Facultad de Letras y Filosofía de la Universidad de Perugia el ocho de septiembre de 2010. El tema de la charla era La literatura y el compromiso.

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