Jorge Bastidas, carta final / Hubo alguna vez en Chile una escuela de educación experimental artística

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Los altoparlantes del estadio pronunciaron su nombre dos veces. La voz del locutor, como todas las órdenes dadas en aquella época, sonó amenazante, con un cierto dejo de prepotencia. No me causo asombro. Eran los primeros días de la dictadura, todo repentinamente se volvía terror. Eran los inciertos días en que la delación, la traición y el miedo, cabalgaban como siniestros jinetes del Apocalipsis recorriendo Chile.

Los negros corceles montados ahora por esqueletos de uniforme. Bajo sus cascos sembraban la angustia, la desesperanza y la muerte. Las cabalgaduras surgiendo de la noche, irrumpieron una mañana del noveno mes del año, rarificando la fresca y primaveral brisa de septiembre. Una máscara de tristeza cayó sobre el país, ocultando el sol para muchos. Se volvieron los días más grises y las noches se hicieron aun más oscuras.

Eran los tormentosos días en que un gesto, una simple palabra —y hasta a veces una mirada altiva— podían acarrear un abanico de desgracias terminando en muchos casos en la muerte. Una tonalidad más alta o más baja del locutor del estadio me daba igual… ya tendrían bastante tiempo para acostumbrarnos a ellas.



Bañado por los rayos del sol del mediodía, me a recuperaba lentamente del frio pasado la noche anterior, como el lagarto que necesita de los rayos del sol para recuperar su energía. Cuando nuevamente escuche su nombre. El joven era llamado a interrogatorio por los carabineros. 


Paso un largo momento y desde donde me encontraba lo vi acompañado por un policía vestido de uniforme verde. Caminaba por el medio de la pista de atletismo dirigiéndose a la marquesina; su andar era cansino y ciertamente resignado. Me parecía que con su lento andar, retardaba la hora tan temida del interrogatorio. Su cabellera revuelta y las ropas ajadas mostraban el trato al cual todos estábamos sometidos.

Bajo su brazo derecho, sostenía enrollada la delgada frazada color gris oscuro que los militares repartieron para cubrirnos. El abrigo y la alimentación durante nuestra detención fue insuficiente. Las noches de septiembre fueron extremamente frías en las entrañas del mastodonte de cemento. Pasamos mucha hambre y frio en el Estadio Nacional. 

El futuro interrogado se fue haciendo más pequeño y se confundió con otras personas a la entrada de la marquesina. Nunca más volví a saber de él.

Sentado en los tablones de madera que hacían de asiento en las galerías Andes norte del estadio y sintiendo que mi estomago y mis intestinos me reclamaban alimento, me acurruque bajo la frazada y comencé a meditar como lo había conocido.

… … … 


Después de despedirla, entregue la carta a René Largo Farías. Recibió la autorización del director de informaciones, Juan Ibáñez en aquellos tiempos, y la carta subió inmediatamente a la Sala de Edecanes para ser entregada directamente al presidente. Nunca supe el resultado de su gestión, cumplí con mi deber para con ella. 

Dios quiera que antes de haber cerrado sus ojos, su ansiado sueño de admirar la tierra de Dante haya sido exorcizado.



Dedicado especialmente a Luis Reyes, Sandra y Marianella Medina, Rolando Naranjo, Malva Lavín, Claudio Farías, María Lema, Liliana Cerda, Clement Mariani, Sonia Lazcano, Andrea y Ximena Serrano, Abner Reyes, Claudia Valenzuela, Máximo Lillo padre e hijo, Mónica Guzmán, Miriam Acuña, Juana Balcázar, América Soto, Viviana Amestoy, Eduardo de la Barra, Roberto Moya, Luis Meneses, Hugo y Alejandro Morales, Cecilia Armijo, Verónica Hernández, Myriam Vidal, Fernando Veliz, Pedro Vergara, Silvia Catalán, Carlos Baeza, Mario Monasterio, Enoc Ortiz, Juan Campos, "Mono" Gonzalez, Eduardo Barros, Simone Moya y a tantos otros que sería imposible nombrarlos uno a uno.

Dedicado, es decir, a esa gran familia que fue nuestra escuela, a los gratos y tristes momentos que pudimos pasar, a esos sacrificados profesores que lograron sacar lo mejor de nosotros. Lo dedico también a aquellos alumnos que tenazmente siguieron la docencia como carrera y hoy retribuyen, generosamente, lo que en ella aprendieron.


Imágenes
Apertura: representación del puerto de San Antonio, de Luis Tejada.

– De Leo Valdés La sirena (folclor de Chiloé).


–De Virginia Ayress Yo soy mi ruta (mural y detalles, realizado en Nueva York)
.

– De Luis Alfonso Díaz de la serie Apaguen la tele.
(Todos ex alumnos de la EEEA).



Addenda

Jorge Bastidas murió en Francia —un exilio que se prolongó demasiado— poco después de escribir esta Memoria. También falleció Luis Tejada (a quien se echa de menos en el puerto de San Antonio).

Bastidas pertenece a las primeras promociones de la EEEA, por lo que sus recuerdos cobran especial importancia y dejan claro —o la historia de esa escuela enseña— que la rebeldía juvenil no esconde desorden, sino necesidades.
(Surysur).

La memoria anterior, de Jorge Fernando Varela Britto, se encuentra
aquí; en ella enlace a la que la antecede.

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