JUANA DE ARCO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Seguramente, la señora Bachelet no se siente identificada con la figura de la valiente y decidida joven francesa, nacida en 1412 y asesinada diecinueve años más tarde. Esta virgen guerrera, con visiones místicas, no cuaja con la imagen de una presidenta buscadora de acuerdos, con una cosmovisión signada por el agnosticismo. Jamás se ha sabido que Bachelet haya escuchado a Dios en la pubertad, como ocurrió varias veces a Juana, en el jardín de la casa de sus padres, en Ruan.

Tampoco se ha mostrado dispuesta a encabezar ningún ejército para luchar contra los enemigos de Chile, que pueden ser sus enemigos. Ni siquiera su paso por el Ministerio de Defensa la transformó en belicista.

Pero las vicisitudes de la existencia siguen cursos inextricables. No es ella la que crea la semejanza con la Pucelle gala. Son sus detractores, muchos de ellos mujeres y hombre píos, que van dibujando el símil. Ella no ha tratado de echar a los ingleses invasores. Por el contrario, ha mantenido abiertas las puertas al gran capital, los británicos de la posmodernidad.

La política chilena se encuentra en un momento especialmente llamativo. El Opus Dei también domina en la derecha supuestamente laica. El presidente de Renovación Nacional es el supernumerario Carlos Larraín. Sus juicios han pretendido ser sólo políticos. Pero si uno los escarba un poco, de inmediato aparece el tinte de la verdad revelada.

La presidenta Bachelet no piensa por sí misma. Sigue las instrucciones del libro Rojo de Mao Tse Tung. Un epíteto descalficador fundamentalista, proveniente no de la Edad Media, sino de la Guerra Fría. Hay un esfuerzo por lograr algo de modernidad. El pensamiento de la presidenta, si lo tiene, proviene del marxismo. No es una dirigente política conciliadora, exponente bastante excelsa de la democracia de los acuerdos. No, para Carlos Larraín, es una amenaza apenas encubierta del comunismo.

El senador de la Unión Demócrata Independiente (UDI) Pablo Longueira, aún no ha mencionado inspiraciones oníricas entregadas por Jaime Guzmán desde el más allá. Pero descalifica a doña Michelle por atreverse a distribuir la píldora del día después. Y por «coquetear» con el mandatario venezolano, Hugo Chávez. El presidente de la UDI, Hernán Larraín, tiene una larga lista de descalificaciones valóricas. La imagen que él describe de la mandataria es parecida a la de una hechicera a la que habría que exorcizar. Larraín y Longueira también son hombres de gran religiosidad.

La Iglesia Católica se ha dado un festín. Desde los temas valóricos a la contingencia del Transantiago, todo vale. Algo demoníaco se asienta en La Moneda. Periódicamente los obispos se reúnen. Y sendas declaraciones dan cuenta de sus sesudas deliberaciones. Son abiertas incursiones en la política. No llegan a la aspereza de Carlos Larraín, pero es cuestión de manera de ser. El fondo es el mismo.

Últimamente el tema es la educación. Los fuegos van sobre el proyecto enviado por el gobierno para reformar la estructura que dejara la dictadura en esta materia. Lo que más dolió es que se pretendiera acabar con el lucro. Por lo menos, en los colegios que recibien subvenciones del Estado.

La columnista del diario El Mercurio, Lucía Santa Cruz, llegó a decir que «estamos frente a un proyecto más acorde con el espíritu de Alemania Oriental que con el de un país moderno, abierto, competitivo, que quiere promover el talento, la movilidad, la excelencia, la innovación y la creatividad».

Le faltó agregar que también debiera promover la equidad en el reparto de la riqueza. En fin, un lapsus y me temo que un plagio. Esa referencia a Alemania Oriental es tan de Carlos Larraín.

Así, nuestra Juana va haciéndose espacio. Para aquellos a quienes no les cuaje la semejanza por la edad y la ingenuidad, hay hechos esclarecedores. La presidenta recién nacía como tal, y ya era vilipendiada. No la dejaron crecer como mandataria. Y ella, si bien no ha tomado las armas para defender el honor patrio, no ha dudado en poner su pecho frente a las críticas. Muchas de las cuales debían haber caído sobre otros.

Ingenua, va y responde extensamente un pedido de El Mercurio sobre sus proyectos para el futuro. Ingenua, va a Caracas y pone cara de ogro frente al presidente Chávez. Ingenua, cree que declarando a los colegios subvencionados sin fines de lucro este terminará. Las universidades privadas son sin fines de lucro y ya han hecho fortunas.

Tenemos Juana de Arco. Habrá que esperar para ver si, como en el caso francés, nuestra Pucelle adquiere la inmensidad del mito.

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foto

* Periodista.

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