Khadafi le sacó el antifaz a Sarkozy y a Occidente

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 Eduardo Febbro*

 Muammar Khadafi ejecutó las dos amenazas que había proferido en los últimos días: aplastar la rebelión que nació a mediados de febrero y revelar informaciones comprometedoras para el presidente francés, Nicolas Sarkozy.

 

En un puñado de días las tropas leales al régimen recuperaron las ciudades en manos de los rebeldes y en menos de una hora se hicieron con el control de Ajdabiya, el eje estratégico que determina el acceso final a la capital de los sublevados, Benghazi. Allí está la sede del CNLT, el Consejo Nacional Libio de transición al que Francia reconoció como “el único interlocutor legítimo” del pueblo libio.

A ese reconocimiento se sumaron luego los otros 26 países de la Unión Europea. Los cañones de Khadafi resuenan ahora en las contradicciones de las capitales occidentales, cuyo torpe y vacío apoyo a la insurrección contra su ex aliado y enemigo alentó a los sublevados a llevar adelante una aventura militar para la cual no estaban preparados.

Khadafi conoce bien las debilidades de Occidente y resulta incongruente que las capitales del Norte no hayan tomado en cuenta las particularidades del coronel: no son un par de resoluciones de las Naciones Unidas, a las que Khadafi desprecia, las que van a acorralarlo, como tampoco el bloqueo de sus haberes y las demás decisiones tomadas por la comunidad internacional en uno de sus peores momentos históricos: desigualdad bochornosa entre las naciones, justicia internacional a escala variable, permanencia de un Consejo de Seguridad obsoleto, compuesto por cinco miembros permanentes que no representan más los equilibrios del mundo actual, condenas a unos y perdones alucinantes a otros, etc., etcétera.

Cuando sintió cerca su victoria, Khadafi sacó los trapos sucios ante las cámaras. El martes le dijo a una televisión alemana: “Mi amigo Sarkozy se volvió loco”. Ayer, su hijo, Saif el Islam, el supuesto reformista que terminó amenazando con “eliminar” a los opositores, completó la venganza. En una entrevista con el canal europeo Euronews, Saif aseguró que Libia había financiado la campaña electoral de Nicolas Sarkozy, presidencial de 2007: “Fuimos nosotros quienes financiamos su campaña y tenemos las pruebas. Estamos dispuestos a revelarlo todo. La primera cosa que pedimos a este payaso es que reintegre el dinero al pueblo libio. Le dimos esa ayuda para que trabajara a favor del pueblo libio, pero nos ha decepcionado”.

Saif el Islam adelantó que tenía todos los detalles, “las cuentas bancarias, los documentos y las operaciones de transferencia. Vamos a revelar todo próximamente”. Estas indecencias no son ajenas a la postura de París, primer país en reconocer a los opositores libios del CNLT y también el más activo a la hora de promover acciones militares “contra blancos puntuales” y, junto con Londres, una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que permita la instauración de una discutible zona de exclusión aérea. Para una gran mayoría de analistas, Sarkozy se apresuró demasiado en sus decisiones unilaterales. Consciente de su superioridad, Saif el Islam dijo en la misma entrevista: “Nuestras fuerzas están casi en Benghazi. Cualquiera sea la decisión (de la ONU) será demasiado tarde”.

Más allá de estas gesticulaciones, la postura de la comunidad internacional impone una pregunta: ¿se trató y se trata de una estrategia torcida o de un error tan fundamental como monumental? Khadafi está hoy a las puertas de la sede rebelde. Su avance estuvo precedido por un flujo constante de amenazas nunca concretadas: la más repetida fue la instauración de una zona de exclusión aérea para impedir que el régimen usara los aviones con los cuales hoy ha prácticamente hemos derrotado a la oposición.

 Cualquiera sea la opción que se aplique, la guerra interna será larga y la represión, feroz. Una intervención internacional tomará tiempo y nada garantiza su legitimidad. ¿Cómo justificar la inclusión armada de quienes hace unas semanas tomaban el té en la carpa de Khadafi? Igual de extensa será la elección de armar a los opositores. El Guía Supremo ha devorado a todo el mundo en su trampa.

A su manera salvaje y descarada, Saif el Islam dijo ayer: “Los colonizadores serán vencidos, Francia será vencida, Estados Unidos será vencido, Gran Bretaña será vencida”. Si el régimen gana la batalla final de Benghazi, aunque sea por unos meses, Saif tendrá razón. Con la ayuda incomprensible de europeos, norteamericanos, China y Rusia, Khadafi ha creado una escena sin escapatoria, similar a la que el ex presidente serbio Slobodan Milosevic creó en la ex Yugoslavia.

Los intereses opuestos de las potencias mundiales demoraron la concertación final de una estrategia adecuada.

El resultado fue una repetida serie de barbaries y de crímenes contra la humanidad a apenas mil kilómetros de París. Es lógico que la intervención en una guerra civil en un país de Africa del Norte suscite reticencias. Pero las incoherencias de los mensajes emitidos tornaron la situación aún más crítica para los rebeldes. En una carta remitida al Consejo de Seguridad de la ONU, Nicolas Sarkozy interpeló solemnemente a esa instancia para que “apoye” el llamado de la Liga Arabe a favor de una zona de exclusión aérea.

Hillary Clinton, en El Cairo, dijo que era “urgente” actuar. La progresión militar de Khadafi parece apurar una reacción árabe occidental cuya legitimidad no tiene ni contornos claros ni tiempos coherentes.

¨*Periodista de Página 12, desde París

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