La defensa estratégica de UNASUR

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Arturo M. Lozza
Acaba de reunirse en Buenos Aires el Consejo de Defensa de la Unasur que, con la presencia de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, la del vicepresidente de Bolivia, Alvaro García Linera, y de los ministros de Defensa de los países de la región, pusieron en marcha la Junta de Defensa del organismo y en tal marco inauguraron el Centro de Estudios Estratégicos de Defensa.
 
 
No estuvieron presentes, obviamente, ni los militares del Pentágono ni la diplomacia norteamericana, pero si participaron del evento las Madres de Plaza de Mayo y el Premio Nobel de la Paz , Pérez Esquivel, lo cual de por sí nos indica un cambio.
 
Pero como es poco lo que reflejaron los medios al respecto, démosle la gran importancia que tuvo este evento ya que por primera vez en la historia un conjunto de países de los llamados del “tercer mundo” han puesto en funciones un centro de estudios estratégicos, con el aval de sus máximas autoridades, para elaborar una doctrina de defensa propia, regional e independiente,  no subordinada a las políticas imperiales.
 
La prioridad será –según se señaló- la defensa de los recursos naturales de la región, y asegurar un desarrollo sin supeditación a los dictados de los organismos militares, políticos y económicos de los cuales se han venido valiendo los intereses de las grandes potencias.
 
Para hacer un poco de historia, digamos que el colonialismo tuvo su teórica justificatoria desde hace más de quinientos años, pero es al inaugurarse los tiempos de esa “etapa superior del capitalismo” que llamamos imperialismo, que asomaron las teorías geopolíticas “científicas” que eran el andamiaje ideológico que sustentaron las guerras de anexión o la dependencia de naciones.
 
El nazismo acuñó el término “lebensraum”  que en alemán significa “espacio vital”, con lo cual las fronteras pasaban a ser móviles y sujetas a la pelea por la dominación de territorios y mercados. A eso le sumó el condimento “biológico” (racista): la raza superior tenía el “derecho” de dominación sobre las “razas inferiores, degradadas o degeneradas”.  Adolf Hitler escribía en Mein Kampf: “los alemanes tienen el derecho moral de adquirir territorios ajenos gracias a los cuales se espera atender al crecimiento de la población”. Es decir, se conformó una geopolítica que establecía una relación entre espacio, población, riquezas geográficas (naturales) y mercado.
 
Para ellos, y en general para los teóricos geopolíticos, la existencia de un Estado con pruritos de grandeza quedaba garantizada solo cuando dispusiera del suficiente espacio para asegurar sus “necesidades”. Esta idea ha sido la promotora de guerras de agresión devastadoras que han dejado a lo largo de la historia muertes, pobreza, y sumisiones. En ellas se fue sustentando el “destino manifiesto” estadounidense.
 
Tras la segunda guerra mundial, el geopolítico norteamericano Herman Kahn, fundador del Instituto Hudson, llevó esa “ciencia” al mayor paroxismo proponiendo una estrategia del arrasamiento termonuclear para salvar el sistema capitalista. El cineasta Stanley Kubrick recreó a Herman Kahn en su famoso y siniestro personaje Dr. Strangelove (El mundo está loco, loco, loco).
 
Los centros de estudios estratégicos han sido hasta ahora las incubadoras de las doctrinas imperialistas y, en el caso de nuestro continente, impulsoras de invasiones de los Estados Unidos, golpes de Estado, apropiación de riquezas, etc. Fue así que durante décadas, y desde que a principios del siglo XIX se formuló la doctrina Monroe, el imperio del norte consideró a América latina como su “patio trasero”.
 
Así las cosas, las doctrinas estratégicas de cada uno de los países de nuestra América  siempre han tenido como ingredientes principales lo militar y lo represivo como instrumentos de control para todo aquello que pusiera en peligro los intereses de los EE. UU.. Esa doctrina fue la de la “seguridad nacional” y se utilizaron, según la época, distintos enunciados señalados como objetivos: lucha contra el comunismo, contra el narcotráfico o contra el terrorismo. La “seguridad nacional” estuvo  subordinada al Pentágono y a los intereses del imperialismo, como la Junta Interamericana de Defensa, o el Plan Cóndor, o los Operativos Unitas. La misma OEA fue creada navegando por esas aguas. Esa concepción fue sobre todo el sustento ideológico de los golpistas y de los genocidios. Y sirvió para despejar los caminos hacia las desnacionalizaciones y de la pérdida de roles de los Estados para asegurar que América latina se convirtiera, en efecto, en ese “patio trasero” de Washington, de las “relaciones carnales”.
 
 Miles de integrantes de las fuerzas armadas del continente pasaron por las academias yanquis para adosarles la doctrina de la sumisión al imperio y sus tácticas. Por eso destacábamos en un artículo anterior la fecha del 10 de febrero de este año, oportunidad en que la presidenta Cristina de Krichner le puso un parate al Pentágono al ordenar en territorio argentino la requisa de un avión yanqui que pretendía ingresar ilegalmente armas y drogas como parte de un curso para gendarmes y policías.
 
La Revolución Cubana fue la primera que se dio una estrategia propia de defensa. Y ahora, por primera vez, es el Unasur en su conjunto quien crea su propio Centro de Estudios Estratégicos, con sede en Buenos Aires, para establecer una doctrina de seguridad y defensa propia de nuestra región, fuera de las concepciones guerreristas, teniendo como centro de atención principal la paz, la defensa de nuestras riquezas naturales y el desarrollo independiente.
 
Esto es fundamental. Porque a partir de las definiciones que ya se adelantan, el enemigo fundamental de la región ya no es el mismo enemigo que pregona Washington, y el principal instrumento de la defensa ya no tiene epicentro en la represión, sino que pasan a ser los recursos naturales –el agua, el petróleo, etc.- los objetivos supremos de una defensa estratégica, recursos que son precisamente  los que pretende el “destino manifiesto” del imperio. Por supuesto, falta muchísimo por avanzar, pero es por esta dirección que debemos seguir avanzando.
 
*Periodista y escritor argentino

 

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