LA DEMOCRACIA POSIBLE

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

En los últimos días, la democracia chilena ha estado sometida a tensiones. Desde la educación hasta el sistema de locomoción Transantiago han pasado por el estrecho ojo de la aguja del Parlamento. El proceso ha sido más bien traumático.

Respecto de la educación, se habla de un acuerdo histórico, que daría pie a la tercera gran reforma educacional chilena. Es posible que así sea. Pero lo visto hasta ahora es sólo una vuelta más en el engranaje de la democracia de los acuerdos. O sea, consenso en términos generales, pero manteniendo incógnitas de fondo.

Se dice que la educación dará oportunidades iguales para todos. El lucro persiste y, con él, la desigualdad que queda de manifiesto en una subvención estatal de $30.000 por escolar, mientras en la educación particular cada educando cuesta entre $150.000 y $200.000.

Respecto de la locomoción, los US$ 145 millones que pedía el Gobierno para el Transantiago en el Presupuesto 2008, quedaron transformados en $1.000. Fue la decisión caricaturesca que aprobaron en la Cámara los diputados opositores más cinco democratacristianos: Jaime Mulet, Alejandra Sepúlveda, Eduardo Díaz, Carlos Olivares y Gabriel Ascencio.

Esta última “jugarreta” parlamentaria da la dimensión de lo que consideran es su actividad algunos políticos chilenos. Y la importancia que en ella tienen los problemas de la gente. Es, posiblemente, la imagen de lo que el ex presidente Patricio Aylwin llamaría Democracia en la medida de lo posible.

La democracia está constantemente dando prueba de suficiencia. En el hecho de que sea perfectible se encuentra su mayor fortaleza. Pero no se trata de un elemento eternamente resiliente. Cuando sus operadores esenciales son renuentes al cambio y no se adecuan a los anhelos de la gente, la elasticidad se termina. Vienen los grandes quiebres.

Históricamente, los responsables de tales crisis son las cúpulas que manejan el poder.

Hoy, la democracia se encuentra en entredicho en América Latina. En el 2007, sólo el 54% cree que puede resolver sus problemas. Y eso abre las puertas a grandes interrogantes, ya que el apoyo va en bajada. Los especialistas de Latinobarómetro consideran que esto es el resultado de una mezcla de bonanza económica y mala distribución de la riqueza. Pero eso no basta para explicar lo que está ocurriendo.

Tal vez el resto que aclara esta realidad lo aporta la expedición de la clase política. El respaldo a los partidos se encuentra bajo en América Latina, con un 37%. Y entre los chilenos apenas llega al 20%.

Esta es una situación que no puede dejar de preocupar a quienes manejan la maquinaria política.

En los últimos días ha retomado fuerza la idea de que la solución está en la democracia de los consensos. Joaquín Lavín, líder de la conservadora Unión Demócrata Independiente (UDI), es quien ha sacado mejores dividendos al practicar un acercamiento con el gobierno. Pero su apertura no ha dejado de crear diferencias en la propia UDI y un rechazo abierto y personal en Renovación Nacional, sus socios en la oposición derechista chilena.

De cualquier manera, la idea de la colaboración con los adversarios parece ser el descubrimiento chileno de cara a las elecciones presidenciales de 2009. Incluso, el diario El Mercurio destaca una supuesta coincidencia entre los presidentes de las federaciones de estudiantes de las Universidades de Chile y Católica. Ambos se declaran independientes, pero uno es admirador del presidente francés Nicolás Sarkozy y el otro de Salvador Allende.

Como un elemento adicional, uno de los referentes de la Concertación, el democratacristiano Edgardo Boeninger, parece haber descubierto que lo más conveniente en democracia es una alternancia no traumática. Ese es el alma del sistema El pueblo debe estar en condiciones de decidir entre las alternativas que se le presentan. Boeninger no ha descubierto nada extraordinario. Pero sí ha ayudado a crear esta sensación de democracia en la medida de lo posible que genera imágenes distorsionadas.

Por la vía de la democracia de los consensos, llegamos rápidamente al Gran Hermano de la novela 1984, de George Orwell.

Las decisiones se toman en las alturas del poder. Los ciudadanos sólo participan en elecciones que, en definitiva, no determinan nada. No hay diferencias en los programas. Y si las hay, se eliminan a través de los acuerdos entre dirigencias políticas.

Edgardo Boeninger advierte que algo no se puede cambiar si se quiere mantener la Concertación: el sistema económico. Cualquier variación que lo haga más sensible a las demandas de los sectores menos protegidos o que entregue un poder no subsidiario al Estado, podría significar una hecatombe política.

Miradas así las cosas, el espacio para los cambios prácticamente no existe. Eso explicaría que, pese al éxito de la economía nacional, Chile sea uno de los países que peor reparte la riqueza en el mundo. Porque subsiste la sospecha, fundada en abundantes argumentos, de que siempre que se requiere un acuerdo con quienes manejan el poder económico, son éstos los que imponen las condiciones.

Los arquitectos de la democracia posible exhiben una contradicción monstruosa. Escamotean el poder a los verdaderos propietarios del sistema: los ciudadanos.

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* Periodista.

wtapiav@vtr.net.

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