La democracia sin política

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

El nuevo «dirigente» ya no recorre los hábitats de los electores. Ahora se inclina ante el dueño del canal de televisión. Ahora, aún en las situaciones de alto riesgo, no es un grupo de «dedicados dirigentes» el que traza una estrategia; es la compañía publicitaria la que diseña los slogans. Ya la sociedad no genera sus dirigentes por la sencilla razón de que ha dejado de orientarse a sí misma. Sólo es capaz de percibirse en los símbolos mediáticos.

Las sociedades actuales, nos lo recuerda Peter Sloterdijk en El desprecio de las masas, son inertes, miran la televisión para, en su individualismo feroz, hacerse suma desde su condición de microanarquismos.

La expresividad se le murió a la masa postmoderna y, en consecuencia, no puede generar dirigentes. Hay una plaga inconmensurable asegurando que lo que sucede es que no es la hora de los líderes sino de la masa. El concepto de «opinión pública» está cuestionado desde los inicios mismos del siglo XX, pero, hoy día, bajo los efectos narcóticos, se puede muy bien asegurar que estas sociedades atrasadas sólo son capaces de generar gobiernos fascistoides que le den afecto. Vivimos, lo dice Sloterdik, «un individualismo de masas», uno, agregamos nosotros, sembrado en el alma por la pantalla-ojo que sólo produce «soma» mediante el sistema de inyunción.

En las democracias se hacían dirigentes en los partidos, pero los partidos están moribundos. Resultan incompatibles con las nuevas leyes de lo massmediático. El viejo axioma de «no hay democracia sin partidos» parece haber sido sustituido por otro que reza «no hay democracia sin canales de televisión». La democracia busca su propia destrucción.

Recordemos los acuerdos entre candidatos presidenciales venezolanos y cadenas de medios para regalarles curules parlamentarios a cambio de apoyo. Tal aberración tuvo consecuencias: se relajó el espacio público, la concepción de la política, de la democracia misma y de la representación. Los dueños de los medios pasaron a ser los «dirigentes» y la masa que antes movilizaban los partidos quedó a disposición de los medios. Cabe preguntarse cómo será esta democracia precedida por la devastación de los partidos.

Siempre es posible decir que lo que muere es un «tipo de partido». Siempre se puede hablar de «un tipo de…» y colocar delante democracia, economía, política. Lo grave, más allá de las consolaciones, es que realmente marchamos hacia una democracia sin política. El presente está desquiciado. Si las democracias entran en trastornos de esta magnitud lo que se puede esperar es, como lo he dicho, un gobierno amoroso y fascista o el retorno de otros fantasmas del pasado.

Si no hay política no hay funcionamiento social. He dicho en otras ocasiones que la necesidad es de más política, porque lo que produce cansancio es su ausencia, como en el caso venezolano presente, y no una supuesta y negada presencia excesiva. Lo excesivo es el vacío, una masa que no tiene quien la dirija y una dirección massmediática usurpadora.

Los acontecimientos pasan ahora a gran velocidad. Es lo que hemos denominado la instantaneidad suplantando a la noticia muerta. Es la velocidad la noticia. Paul Virilio, gran acuñador de términos, nos ha regalado éste otro, «dromología» o «economía política de la velocidad», ciencia que se ocuparía de las consecuencias de la velocidad, porque es en función de ella que hoy se organizan las sociedades. Este fenómeno de los dueños de los medios ejerciendo la dirección política se explica, en parte, por esta razón. El ejercicio de la política es ahora, y también, instantáneo.

Los «dirigentes» que medran al aparecer en la pantalla no son más que actores de los canales de televisión, son personal contratado y subsidiario, esclavos balbuceantes del poder tecno-mediático. La democracia sin política pasa a ser un cascarón vacío. Por si faltara poco, los teóricos de la supuesta y final victoria de una democracia que bautizan liberal, consideran inseparables los conceptos de democracia liberal y libre mercado, más aún, idénticos los conceptos de libertad y neoliberalismo. No hay políticos, y mucho menos alguno que piense, que puedan salir a la palestra a discutir tal matrimonio. Serían silenciados por los «dirigentes» que conceden el oxígeno, que les permiten seguir participando en una vida pública altamente condicionada, que ceden el espacio y «elencan» los nombres de los entrevistables.

Todo está en revisión: el concepto de Parlamento, las elecciones, la representatividad, los partidos. De esas instituciones ya no emana poder o legitimidad para los «políticos». Son nadie. No les queda más que hacerse actores de televisión. No los hay ya con talento, pero si alguno quedara, de igual manera pasaría a ser no más que un personaje massmediático. Un problema adicional aflora: mientras más mostrados por el poder tecno-mediático más incompetentes parecen y se hacen.

Una democracia sin política obliga a preguntarse si habrá repolitización. Jacques Derrida, en Espectros de Marx, da una respuesta demoledora: «La población caerá en un idealismo fatalista o de escatología abstracta y dogmática ante los males del actual régimen».

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* Escritor venezolano. Ha publicado unos 25 libros. Editor y director de la editorial y revista Ala de Cuervo (www.aladecuervo.net), en conjunto con la escritora Eva Feld. Reside en Caracas.

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