La economía post petrolera del azúcar: ni dulce ni limpia

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Silvia Ribeiro*

Frente a las crisis financieras, geopolíticas y climáticas del petróleo, las empresas y el gobierno de Estados Unidos están dedicando fuertes inversiones a desarrollar fuentes de energía y materiales que no dependan de éste. Una de las líneas principales es el desarrollo de la llamada “economía del azúcar” o “economía de carbohidratos”, una nueva escalada tecnológica que aumentará la disputa por tierras, plantaciones y cultivos agrícolas, con efectos devastadores para la biodiversidad, los campesinos e indígenas.

Esta nueva forma de producción se basa en el uso de biomasa (cualquier materia prima biológica) a la que se le extraen azúcares, que fermentados se pueden convertir en combustibles o directamente en sustancias como plásticos y otros. Así se produce etanol a partir de maíz, caña de azúcar y otros cultivos. Pero está demostrado que esta generación de agrocombustibles está plagada de problemas –compite con la producción de alimentos (por tierra, agua y/o por el propio cultivo) y usa incluso más petróleo para su producción del que dice que sustituiría–, por lo que las empresas están haciendo otras apuestas tecnológicas.

Las grandes empresas trasnacionales que controlan ése y otros sectores claves (semilleras –incluyendo transgénicos–, cerealeras, petroleras, fabricantes de automóviles, monocultivos forestales, fábricas de celulosa, farmacéuticas) apuestan a la biología sintética, o como le llama el Grupo ETC, a la ingeniería genética extrema.

Consiste en construir microbios artificiales que aceleren los procesos de extracción de azúcares, su fermentación y su conversión en químicos, polímeros y otras sustancias, a partir del uso de insumos biológicos como cultivos agrícolas y forestales, pastos, algas, etc., con el objetivo de producir combustibles, plásticos, tintes, cosméticos, fármacos, adhesivos, textiles y muchos productos más.

La diferencia con los organismos transgénicos es que la inserción de material genético, no proviene de otro ser vivo existente, sino que son secuencias diseñadas artificialmente en laboratorio, o modificando con ingeniería el metabolismo de microbios existentes. La meta, como anunció el nefasto genetista Craig Venter, es crear nuevas formas de vida completas, totalmente artificiales.

El uso de este tipo de microbios vivos artificiales conlleva un aumento exponencial de los riesgos y problemas que plantean los transgénicos al medioambiente y a la salud. Otra grave consecuencia inmediata, será una disputa de tierras aún más agresiva, para usar la biomasa natural o cultivarla para satisfacer la demanda de insumos de esta nueva forma de producción.

Las empresas de biología sintética usan nombres nuevos: Amyris Biotechnology, Athenix, Codexis, LS9, Mascoma, Metabolix, Verenium, Synthetic Genomics y otras. Pero quienes están detrás o asociados con ellas, son las principales petroleras (Shell, BP, Marathon Oil, Chevron); las empresas que controlan más de 80 por ciento del comercio mundial de cereales (ADM, Cargill, Bunge, Louis Dreyfuss); el oligopolio de semilleras y productoras de transgénicos y agrotóxicos (Monsanto, Syngenta, DuPont, Dow, Basf); las mayores farmacéuticas (Merck, Pfizer, Bristol Myers Squibb), junto a General Motors, Procter & Gamble, Marubeni y otras.

Con este tipo de empresas, en varios casos financiadas por el Departamento de Energía de Estados Unidos, es claro que se trata de emprendimientos concebidos para apropiarse y mercantilizar la mayor cantidad posible de biomasa del planeta. Según un estudio de ese Departamento, en el mundo se utiliza 24 por ciento de la biomasa del planeta (en forma claramente inequitativa). Aún así, en sus planes está quintuplicar la apropiación de biomasa para uso de ese país. Afirman que al emplear celulosa, árboles y residuos de cosecha (lo que provocaría enorme degradación de suelos) no competirán con alimentos, lo cual es falso.

Por ejemplo, DuPont ya instaló una “biorrefinería” en Tennessee, EUA, que usará más de 150 mil toneladas de maíz para producir, con bacterias E-coli modificadas con biología sintética, unas 45 mil toneladas de una sustancia similar al nylon, llamada Sorona. Al contrario de lo que se pueda creer, este “plástico” no es biodegradable ni compostable. Y éste es apenas un caso.

Hay empredimientos en marcha en Brasil: Amyris Biotech firmó contratos con dos de las más grandes empresas brasileras de producción y procesamiento de caña de azúcar –Crystalsev y Votorantim– para este tipo de desarrollo. A su vez Votorantim vendió recientemente a Monsanto dos empresas subsidiarias del Grupo Votorantim (Allelyx y CanaVialis) que trabajan en investigación biotecnológica aplicada a caña de azúcar y otras plantas y bacterias originarias o adaptadas por décadas a ese país.

El renovado empuje de Brasil a la producción de agrocombustibles, es cada vez menos brasileño. Se basa en un porcentaje cada vez mayor de intereses trasnacionales y nuevas tecnologías  patentadas por éstas. Lo que sin duda queda en el país son los nuevos riesgos que conllevan.

Aún si esta nueva y peligrosa tecnología no cumpliera todas sus metas, las amenazas y la disputa de recursos y tierras avanza rápidamente y de no ser por una clara resistencia de la sociedad civil, sus efectos serían devastadores.

* Investigadora del Grupo ETC
Artículo basado en el informe del Grupo ETC
Cómo volver mercancía hasta la última brizna de hierba, disponible en www.etcgroup.org

Un despacho de http://alainet.org
 

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