La «guera fría» latinoamericana y el daño que hacen los ejércitos

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Américo Ochoa*

Saber con lujo de detalles cómo se fraguó el golpe de Estado contra Zelaya en Honduras será una difícil tarea y podría tardar incluso décadas en conocerse, puesto que la trenza de los elementos que compone la situación tiene muchas aristas y la cabeza de agua que rompió el dique no está pronta a sosegarse. Los golpistas justifican que su acción responde a que Zelaya podría perpetuarse en el poder mediante la famosa  “urna cuatro” y que, además, el depuesto se estaba pareciendo mucho a Chávez, aunque Zelaya lo que usa es un sombrero al estilo “Chuk Norris” y el otro una boina; es decir, para parecerse al presidente venezolano no solo hay que andar la cabeza tapada, también hay que tener petróleo.

Esa es solo la versión simple de los golpistas, puesto que no mencionan los intereses económicos o de clases. Si esto fuera así, podríamos decir que el diseño fue hecho en casa, sin mano peluda por detrás.

Casi  todos los golpes militares del siglo pasado sí eran diseñados por manos peludas gringas, así lo confirma Juan Orlando Zepeda, ex viceministro de Defensa de El Salvador y tildado de dar órdenes para asesinar a los jesuitas al referirse al golpe de estado en 1979: Estados Unidos forzó, él auspició y se metió –como dicen– hasta las narices en el golpe contra el general Romero, y esto es contado por el general Romero, porque cuando a él lo quitaron yo lo recibí en México y platicamos mucho de todo eso.

Me contó que tuvo la visita del embajador, Robert White, muy famoso, de triste recordación, y le dijo que tenía que anticipar las elecciones. Entonces Romero le dijo: “Mire, las elecciones de alcaldes y diputados ya van a ser dentro de seis meses”. “No”, le dijo el embajador, “la elección suya”. “Mire, señor, prácticamente está pidiéndome que renuncie –algo similar a lo que está ocurriendo en Honduras–, así que eso no está en discusión y hágame el favor de abandonar el despacho”, le dijo el general Romero. Luego fue derrocado (ver aquí).

El caso de Honduras se parece mucho a los de aquella época, no podemos aceverar con pruebas que tenga sello “made in USA”, aunque se maneje la tesis de que este golpe fuera un laboratorio para luego aplicarlo en Venezuela u otros países; es decir, para ir exaltando una guerra fría latinoamericana que ya anda caldeada.

Este jaque a Zelaya, pasa de posiciones ideológicas a militares. Tan grave que hubiera creado un Sefecto dominó inmediato si alguno de los países vecinos o lejanos hubiera cometido una locura peor de la sucedida y estaríamos hasta el cuello en un desastre militar que ojalá nunca suceda. Las tesis de que el golpe sea orquestado con batuta CIA o del Pentágono o que sea de fabricación casera son, hoy por hoy, incomprobables, pero todas posibles. 

Ya veremos. El despliegue militar de grandes proporciones en el área no queda remoto, puesto que la ONU tiene facultades para convocar a una invasión militar en Honduras si los golpistas no seden en su terquedad.

Si fuera cierto que los golpistas actúan únicamente movidos por la intención de evitar la cuarta urna, estamos ante una paradoja donde la medicina ya es más letal que la enfermedad. Los disconformes tenían la opción de recurrir a formas e instancias civiles de solucionar el asunto antes de llegar a la caza del zorro con la jauría militar. Casero o no, el golpe como solución a un problema político –que evidentemente no es solo político–, no habría pasado por el uso de las armas si el ejército no existiera.

El uso de la creatividad y la civilidad han sido anuladas por el uso de la tosquedad; y no solo eso, sino que acentúa una cultura de violencia, dando por hecho que la mejor manera de saldar las diferencias es la demostración de fuerza, sin importar las consecuencias.

Los países del área con más gastos militares tienen más índices de asesinato, secuestro e impunidad, aunque se justifique aduciendo que las funciones del ejército no son policiales. Peor aún, porque el gasto solo sostiene castas improductivas, o que sirven para en casos de emergencia hacer daño a las democracias, como ha sucedido en Honduras. En los demás países, a medida que las democracias afloren mayores diferencias, mayor será el peligro de que los ejércitos actúen.

Según el Anuario del 2001 del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (Sipri), en América Central, el gasto militar subió de $2,200 millones a $2,900 millones en el mismo período. Los gastos militares, en general, en América Latina se incrementaron casi el 60% durante los años noventas; y según su informe 2008, los gastos militares en el área fueron estables entre 2004 y 2005.

En resumen, instancias como el SICA o la ONU, una vez pasada la tormenta, podrían focalizar esfuerzos en engrandecer la paz centroamericana en todas sus dimensiones y darse a la tarea urgente de abolir definitivamente los ejércitos para dar paso al ejercicio permanente de la creatividad en la solución de diferencias.

Además, si –por ejemplo– las enormes bases militares, como las de Estados Unidos en Honduras, fueran convertidas en centros de desarrollo civil, técnico, científico, deportivos o culturales, con parte del presupuesto que menciona el SIPRI, los beneficios a la cultura de paz y la democracia serían a todas luces mayores que los daños que hacen los ejércitos.

*Escritor.
 

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