La memoria y el pensamiento de un hombre que ya no está

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Para muchos constituye un fantasma de la izquierda chilena –después del golpe sus amigos y familiares pensaron que estaba muerto–, pero no, sigue vivo y mide 1.83, un centímetro más que su hermano Miguel Enríquez, el fundador y leyenda del MIR. Enseña Historia en La Sorbonne y no piensa regresar a Chile, ni siquiera si la ultraderecha ganara las elecciones
en Francia, como estuvo a punto de ocurrir en el 2002 en la contienda Chirac Le Pen.

Como él mismo se define, es un «buen cuentero», repite las fechas con una memoria sorprendente y tiene una postura crítica de lo que fue el movimiento de aquellas banderas roji-negras que encantaron a muchos jóvenes en los 70, quienes veían en la revolución y en la vía armada la única manera de subvertir el orden establecido en Chile. Pero a diferencia de sus hermanos Miguel y Edgardo (detenido desaparecido), Marco Antonio Enríquez sobrevivió durante el régimen militar y ahora cuenta su historia, la que muy pocos conocen.

Se da tiempo para conversar largas horas en un café de París, ubicado al frente del Chateau de Vincennes, casualmente el mismo nombre del avión que lo llevó a Francia en octubre de 1974, el mismo en que viajaba Carmen Castillo, quien fuera la última pareja de Miguel. El no lo sabía. Sólo se enteró cuando un auxiliar de Air France le dijo que una dama quería hablar con él.

Carmen se había salvado del combate en donde fue asesinado el líder del MIR, pero no su hijo, quien nació muerto.

Actualmente, está divorciado, aunque comparte casa con su ex mujer, Claire Bourdil, con quien tuvo dos hijas, y a quien conoció en Toulouse en 1967, mientras hacía un doctorado en historia, la primera vez se quedó en
Francia por tres años.

Luego del triunfo de Allende regresó a Chile con esposa y una de sus dos hijas. Por aquel tiempo Miguel Enríquez ya había pasado a la clandestinidad, pero el líder mirista se las arregló para darle la bienvenida en Pudahuel, claro que lo hizo a 500 metros del aeropuerto. «De repente se cruzó un auto y se bajó estruendosamente Miguel. Y yo no pude evitar de decirle «salute frate», como se saludan los sicilianos. El chofer era nada menos que el Gato Valenzuela, cuyo nombre de pila, Gabriel, sólo lo supe cuando lo agarraron en España en el affaire ETA-MIR».

–¿Usted lo veía a él en Francia?

A veces, recuerdo que sólo dos días antes que lo capturaran, en el 92, lo vi en La Sorbonne, estacionándose en el puesto del rector. Y después no
podía creer cuando leí la revista Cambio 16 con el titular «Gran redada ETA MIR» y al Gato en la portada.

–¿Cómo fue detenido el Gato Valenzuela?

Había asaltado un banco y con el grupo se olvidaron de un viejo dicho: vasco para la plata, como perro para la mierda. Los ETA se pusieron a discutir por el reparto del botín y, como no hubo acuerdo, los los delataron.

–Usted compartía el accionar de asaltar bancos?

– Yo fui muy lapidario, escéptico y derrotista. Para mí, el MIR jamás debiera haber hecho eso, porque cuando tú atacas un banco, atacas el centro del
capitalismo y quien lo hace queda marcado para siempre. Miguel lo hizo seis o siete veces.

–Siempre se dice que Ud. en realidad fue el ideólogo del MIR.

Lo que pasa es que a veces le ayudaba a hacer sus discursos. Le decía cuando estaba hablando huevadas. Una vez, La Tercera publicó «Siniestro personaje desde las sombras teleguía a sus dos hermanos», tratando de
decir que Edgardo y Miguel eran mis títeres. Pero no fue así.

«En 1972 Miguel me quita todo y prácticamente me echa del MIR».

–¿Cuándo comenzó en política y dónde militó?

En 1957 apoyé a Allende, pero no tenía derecho a voto. Primero fui simpatizante del PS, luego militante trotskista y después, en 1964, fui elegido vocal de la Federacion de Estudiantes de Concepción. Igual que mis
hermanos, fui parte del pre MIR, es decir, de la Vanguardia Revolucionaria Marxista, entre 1963 y 1965. Pero, a diferencia de Miguel y de Edgardo, nunca creí que el MIR iba a reemplazar a la UP luego del golpe.

–¿Cómo era Miguel Enríquez como dirigente?

Era brillante, pero muy déspota y explotador. En abril del 66, tenía 30 horas de clases en un liceo y le dije a Miguel que necesitaba tiempo. Me respondió
«estas desertando». Siempre le decía lo que pensaba y él se reía. Y no tenía problemas en decir que era un Stalin simpático.

En 1967 Miguel se toma el poder del MIR y expulsa a los viejos Enrique Sepúlveda y al sordo Valenzuela y ahí comienza la pendiente insurreccional del MIR.

–¿Ud. no siguió participando en el partido?

Cuando regreso de Francia lo que hago es educación política, pero en 1972 Miguel me quita todo y prácticamente me echa del MIR. Mi madre le había
pedido, a mi retorno en 1970, que me marginara porque no quería ver a todos sus hijos en la clandestinidad, ya bastaba con dos.

–¿Cómo fue el quiebre definitivo?

En las elecciones a rector de 1972 en la Universidad de Concepción, Miguel es partidario de dividir la izquierda, para que así Allende se incline por la vía
insurreccional y yo me opongo. En ese momento, me expulsan del MIR y me acusan de burgués hipercrítico. Antes me había llegado incluso a ofrecer tres mil dólares para que me fuera de Chile porque tenía miedo de lo que fuera a pasarme si había golpe de Estado.

–¿Usted que hizo?

Por supuesto que no los acepté. Le dije «este es mi país y aquí me quedo». Miguel, como buen profeta me respondió: «vas a ver lo que es tu Patria querida».

«A SU ENTIERRO FUERON SÓLO 10 PERSONAS»

–Y después del golpe, ¿usted no se reintegró al MIR?

No, ya había sido expulsado y no creía en la tesis del gobierno gorila, el cual iba a ser derrocado por el MIR porque la UP estaba presa, como decían los
miristas. Pero Miguel insistió, aunque yo le dije «si la cosa se pone fea, arranca del país». El me respondió «Yo tengo honor y fe». Era un kamikaze.

–¿A usted lo detuvieron?

Sí, claro. Caí preso el 21 de septiembre del 73 y estuve en la IV comisaría de Concepción, en la isla Quiriquina, en el Estadio Regional de Concepción, en
el Regimiento Chacabuco y en la cárcel publica. Siempre me preguntaban por filiación política y mi respuesta era la misma: independiente de izquierda.

–¿Hasta cuándo estuvo detenido?

Me soltaron el 6 de septiembre del 74 en Santiago y me fui de inmediato donde mi padre, quien estaba con arresto domiciliario. En la víspera había abandonado el país mi cuñada y esposa de Edgardo, Grete Weinmamm
y la DINA le exigía haberla delatado. El sólo les dijo: «un caballero jamás denuncia».

–¿Cómo se enteraron de la muerte de Miguel?

Laura Allende, la hermana de Salvador, quien en ese momento se había convertido en la Juana de Arco chilena, nos comunicó casi oficialmente que lo habían asesinado. Fue un telefonazo a la casa de mis padres donde yo estaba… Fue terrible, nunca había visto sollozar a mi padre.

El tenía una verdadera idolatría por Miguel. Lo que pasa es que cuando nació Miguel la partera no alcanzó a llegar a la casa y, como médico, debió asistir a mi madre, la ayudó a parir. Yo estaba en la pieza contigua.

–¿Cómo se notaba esa idolatría cuando niño?

Por ejemplo cuando nos portábamos mal me decía sosiégate, seguido de una palabrota, y a Miguel en cambio le decía sosiégate deliberante.

–Ya después de la muerte de Miguel, la situación debe haber sido mas complicada. ¿Cómo decide abandonar el país?

Mi tío Luis Enríquez Frödden me dijo después del entierro de Miguel, al que fueron sólo 10 personas, que iba a preguntar a sus amigos de la derecha por mí. Ellos le responden que lo mejor que debo hacer es irme del país y no volver nunca más. Y he cumplido con ese contrato mafioso, es decir, nada escrito, todo verbal.

–Ud. dice que se encontró con Carmen Castillo en el avión que lo trajo a París. ¿Conocía en ese entonces a Manuela Gumucio?

No, a ella la vine a conocer en París, aunque sabía que existía.

–¿Su hermano no le contaba acerca de sus relaciones?

– No, el no me decía nunca sus cosas.

«TEMERARIO, CON VALORES CASI SUICIDAS»

–¿Qué sabe de la muerte de su hermano Edgardo?

Quien detuvo a mi hermano Edgardo fue un comando de la DINA, tolerado por la dictadura argentina de (Rafael) Videla y en virtud de la operación Cóndor. El
estaba en Francia, se fue a Cuba y de ahí partió a Argentina para tratar de ingresar a Chile.

–¿Ud. le aconsejó no retornar a Chile?

Se lo dije cuántas veces: «¿no te das cuenta que al pobre Miguel le hicieron jaque mate con cuatro piezas: dos rehenes que éramos mi, padre y yo, y dos rehenes en potencia que eran mi madre y mi hermana? ¿No te
diste cuenta quién se movió en Chile?».

–Pero no le hizo caso…

Es que Edgardo era temerario, con valores casi suicidas. También era un kamikaze y más que Miguel, porque Miguel era más calculador.

–Pero no se entregó cuando lo descubrieron en el operativo en la calle Santa Fe, de San Miguel.

Claro y no se entregó porque sabía que lo harían hablar y después de todo lo iban a matar igual. Algunos decían que se había querido entregar, pero lo
único que hizo fue pedir que no le hicieran nada a Carmen Castillo. Por lo menos así lo reconoció incluso (Miguel) Krasnoff en su última entrevista.

–¿Que ocurría con Edgardo después de la muerte de Miguel?

– Yo no le podía hablar de Miguel porque se ponía a sollozar. Me decía siempre: «si hubiese estado yo no habría muerto Miguel».

«LOS PS NO ME PUEDEN VER, DICEN

QUE SOY UN BURGUÉS DE MIERDA»

–¿Y qué siente Ud. al ser el último sobreviente del clan Enríquez?

Me llaman el «último de los mohicanos» –responde después de respirar hondo y se queda pensando mientras sus ojos se humedecen–.

–¿No ha pensado nunca volver a Chile?

¿A qué? Aquí soy profesor y a mí nadie en la Universidad de Concepción me ha llamado a volver a hacer clases. Me quedaré en Francia, aunque aquí estamos condenados a la pasividad.

–Pero en el sur de Chile quizás podría tener un futuro político.

Claro, allá soy el heredero de los Enríquez Frödden. Pero como no tengo propiedad ni fortuna y una elección cuesta el ojo de la cara, es imposible.

–¿No iría por el Partido Socialista?

Ellos no me pueden ver; dicen que soy un burgués de mierda. Y para la vieja derecha chilena yo soy un traidor a mi casta. Además, estos 30 años sin hacer política han sido un paraíso, una travesía del desierto, pero con placer.

–A esta altura, ¿qué espera de Chile

Sólo buena suerte y una buena alternancia centro derecha o centro izquierda y que no haya tentaciones golpistas.

–¿Cuál es la visión del tema de los DD.HH.? ¿Se resolverá ahora, cuando ya han pasado 30 años del golpe?

No creo que se resuelva, porque no hay fuerza política para juzgar a esa gente, sea el gobierno de centro izquierda como de centro derecha.

–Entonces, la reconciliación sólo es un trabajo que le corresponderá al tiempo, a su juicio.

Claro, ello podría ocurrir cuando muera la segunda o la tercera generación.

LA CONCEERTACIÓN NO HA PODIDO CUMPLIR…

–Si hubiese estado en Chile, ¿habría apoyado la inscripción electoral para ir al Plebiscito del 88?

Sí, claro. Eso estuvo muy bien. Fernando Castillo Velasco me hizo llamar por Carmen, aquí en Francia, y me pidió que no fuera a Chile, porque yo iba a ser un elemento muy negativo para el plebiscito, por lo que representaba Miguel. Y le respondí «no se preocupe don Fernando, no voy a ir. Estoy muy bien aquí». A mí me echaron a escobazos y si la izquierda trata de tomarse
el poder, vamos a volver a la misma tragedia de la UP.

–¿Cómo ve el futuro de los candidatos de la Concertacion?

No sé lo que va a pasar. No podría decirlo y, para eso, debo saber qué es lo que piensan los milicos, los empresarios y los partidos políticos. Dicen que Lavín arrasará, es que la Concertación no ha podido cumplir las necesidades sociales de los chilenos.

«EL CHE ESTABA CONDENADO»

–¿Qué era para Ud. el Che en los 60?

Nunca me entusiasmó mucho, porque estaba condenado. Él olvidó que la lucha antiguerrilla se había perfeccionado en Vietnam. Con los rayos infrarojos se detecta el calor del cuerpo humano desde grandes alturas y la única forma de camuflares es desplazarse en el agua. El Che en los 60 representa la muerte de la guerrilla rural.

–¿Pero esto lo pensaba en los 60 o ahora?

Ya en ese tiempo.

–Y Miguel Enríquez, ¿pensaba similar a Ud. o no? Porque se dice que el creía más en la organización de masas que en los focos guerrilleros.

Sí, pero al mismo tiempo mi pobre hermano abandonó la fortaleza de la izquierda, que era Concepción y Arauco, y se fue a Santiago en el 68.

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