LA PANDEMIA DEL COVID-19 ES EFECTO, NO CAUSA

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La pandemia del COVID-19 (Coronavirus) no es la causa de lo que nos acontece. Es el efecto de una causa que viene de antes. Eso obliga a revisar la sociedad en la que vivimos y nuestros propios y contradictorios comportamientos. La foto principal muestra el cajón con un muerto por coronavirus en la puerta de una casa de Guayaquil, esperando que lo recojan, así como tres centenares más que quedaron tirados por las calles.

La “vuelta a la normalidad” es por demás improbable.

La pandemia del coronavirus está sembrando el pánico en las sociedades de prácticamente todo el planeta. Esta peste no fue el origen pero sí le dio visibilidad a situaciones que vienen de lejos y se la está utilizando para justificar nuestros problemas actuales. El sistema de poder confía en que todos los males -por él producidos- se rediman, ocultos en el altar de esta pandemia.

La suma de nuestros males actuales, con la guerra comercial entre China y los EU, adoptaron algunas formas que comenzaron a causar miedo en el planeta. Éste no terminaba de acostumbrarse a las crecientes desigualdades sociales, el hambre, las migraciones poblacionales, las interminables guerras locales.

En muchos casos esas situaciones dejaron de ser consideradas como hechos sueltos y comenzaron a tomar fuerza algunas explicaciones globales que las asimilaban al fin de otros momentos históricos. Éstos daban cuenta de los tiempos que precedieron a la terminación de una época y el comienzo de otra.

Con la aparición de esta pandemia no podían faltar las comparaciones con lo que ocurría a fines del XIV con la “Peste Negra”. Ella significó el inicio del fin de un feudalismo que mostraba sus límites y la aparición del mundo moderno. Sobre sus bases se asentaría, unos siglos después, el capitalismo que llega hasta nuestros días. Como producto de aquella pandemia, a las nefastas consecuencias de la muerte de millones de personas se le agregaba un creciente endeudamiento de buena parte de las ciudades europeas. Las españolas, por ejemplo, debían destinar alrededor de la mitad de su gasto público al pago de los intereses de tales deudas. El esfuerzo de esos pueblos engrosaban las arcas de mercaderes y financistas.

Sostienen los historiadores que aquella peste no hizo más que agravar y poner en evidencia la decadencia que padecía aquella sociedad occidental.

Es muy difícil no asemejar aquella situación a la actual “aldea global” controlada por un sector financiero que subordina y se sirve de aquellas actividades que más ganancias le reditúan.

Los Estados de Bienestar surgidos después de la Segunda Guerra Mundial perdieron fuerza y entidad ante los avances de las nuevas tecnologías puestas al servicio de los sectores concentrados. El mercado pasó a decidir las políticas de los Estados. Su sistema comunicacional subordinó, a esos mismos intereses, a la mayor parte de quienes accedían a ciertos escalones de las decisiones sobre cuestiones públicas.

Imágenes: los muertos inundan las calles de Guayaquil por temor al ...Esta peste dejó en evidencia dos cuestiones claves. Una que no somos los únicos pobladores del planeta. Todo lo que hay sobre la tierra, en sus mares y profundidades forma parte del mismo universo y debe ser respetado. Segundo, un virus microscópico hizo caer -como un castillo de naipes- creencias, instituciones y presuntas superioridades construidas durante decenas de años por esta civilización decadente.

Ahora el coronavirus pone sobre la superficie diversas manifestaciones de las crisis del actual sistema. Se trata particularmente de lo sucedido en estos últimos 5 siglos de modernidad. Se privilegió una alocada búsqueda de rápido crecimiento, sin preocuparse si eso servía a toda la humanidad o a una mínima cantidad de humanos, en perjuicio de las inmensas mayorías y del planeta que nos acoge. Este proceso dejó grandes beneficios, pero también graves riesgos. Hoy están a la vista. De nosotros depende el rumbo futuro.

Las contradicciones de la sociedad y de nosotros

Ante la gigantesca universalidad del mal que explotó ante nuestros ojos, la sociedad y cada uno de nosotros tiene la tendencia natural a negarla y esperar que la “normalidad” vuelva las cosas a su lugar. En el medio somos protagonistas de los gestos más sublimes junto a otras actitudes que avergüenzan a la humanidad.

Así es como la mayoría de los dirigentes de esta sociedad, al frente de gran parte de los Estados, esperan que “pase” esta situación para que todo vuelva a ser como antes. Da la impresión que están decididos a no escuchar lo que la realidad les dice en su propia cara.

▲ El buque hospital USNS Comfort, con mil camas, llega a Nueva York  para  aliviar la sobrecarga por el virus de otros nosocomios.

No quieren entender que la búsqueda de mayor ganancia, eje del mercado, atenta contra la vida y el futuro. Que la disociación entre las conveniencias del mercado y las necesidades de la naturaleza, que no puede reponer el desgaste al que es sometida, pone en riesgo la continuidad de la humanidad.

Así es como, entre otros temas, está la descomposición de montañas de plásticos cuyos efectos debilitan a bacterias que contribuyen al oxígeno que permite la respiración de la vida marítima y terrestre; la deforestación que contribuye a los dramáticos cambios climáticos; los cultivos asociados a los agrotóxicos que agreden a la salud y existencia humana.

Sobre esos “pies de barro” están asentados los “avances del progreso” de estos tiempos.

Estas contradicciones que viven las sociedades del mundo actual también se manifiestan en algunos casos individuales. Se trata de la miserable, insolidaria e increíble actitud de algunos miembros de la “tilinguería clasemediera” que le hace bullying a personas que pueden padecer el mal del coronavirus o fueron aislados por prevención.

Esas actitudes discriminatorias llegan al extremo de haber obligado la mudanza de personal sanitario afectado a estas tareas, cuyo esfuerzo -otro sector de la sociedad- aplaude todas las noches.

Juan Guahán

 

 

 

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