“La poesía ya no existe en mí”

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Adriano Corrales Arias*

"El mundo ya no es mundo de la palabra. / Nos la ahogaron adentro / como te asfixiaron / como te desgarraron a ti los pulmones / y el dolor no se me aparta. / Sólo tengo al mundo. / Por el silencio de los justos / sólo por tu silencio y por mi silencio, Juanelo… / El mundo ya no es digno de la palabra, es mi último poema, no puedo escribir más poesía… la poesía ya no existe en mí”. 

El anterior poema lo leyó el poeta, periodista y ensayista Javier Sicilia en la explanada de El Zócalo en Cuernavaca, México, donde, luego del asesinato de su hijo Juan Francisco el pasado 28 de marzo (junto a él cinco jóvenes más aparecieron muertos en un auto) ¿por narcotraficantes?, anunció su retiro del mundo de la poesía.

Al concluir la lectura Sicilia abandonó la plaza de armas acompañado de muestras de cariño y solidaridad. De hecho todavía se continúan realizando inmensas marchas y  jornadas de protesta en todo el país clamando justicia por el asesinato de “Juanelo” y de miles de mexicanos en la insensata guerra que el estado le declaró al crimen organizado.

Necesariamente un hecho tan macabro y dramático como el que nos ocupa coloca en la discusión, más que nunca, la responsabilidad del escritor y la validez de la palabra. Este artículo/ensayo, por ejemplo, me ha costado insomnios y meditaciones mientras un temblor interno me impedía colocar alguna palabra en una libreta o en el monitor de mi compu. Y es que la parafernalia publicitaria y “noticiosa” nos ahoga en un verdadero tsunami de seudoinformación sin que las palabras, las que deberían producir sentido, tengan sentido alguno.

En nuestro país, Costa Rica, por ejemplo, el circo montado por el gobierno y ciertas empresas publicitarias para inaugurar un estadio regalado y que alguna persona, cual águila palaciega, desea endosarse como gestora y/o constructora, emborracha y alucina a una “opinión pública” que no distingue entre la estafa de una empresa extranjera al erario público, “la platina”, la errática y fétida ley de concesiones y la privatización galopante de las instituciones y empresas del estado bajo la niebla de un nuevo plan fiscal.

Por suerte la silbatina en el “acto de inauguración” del regalo chino nos restituyó un poco la confianza.

Trato de decir que la impugnación de la realidad por discursos político/ideológicos/publicitarios, arremeten contra la resignificación de lo que humanamente nos compete: la comunidad, la solidaridad, el diálogo, el consenso, la armonía con el ambiente y la construcción de sociedades menos asimétricas e independientes. Dicho de otra manera, la perspectiva de diseñar y hacer posibles otras realidades a partir de lo razonable y del arte y la poesía, elementos centrales de cualquier propuesta humanista y expresiones condenadas por la razón instrumental moderna y el nihilismo economicista posmoderno.

No es fácil entonces mirar el periscopio inducido de CNN (es un lugar común, lo sé), o las transnacionales de la información con los receptáculos locales, suplicando por la invasión a Libia, tal como ayer lo hicieron con Afganistán e Irak. Ello para no hablar de República Dominicana, Chile, Granada, Nicaragua, Venezuela, y un largo etcétera. Por supuesto, nada de los conflictos laborales en Estados Unidos y la galopante proletarización de su clase media, o el desastre económico de España y la Unión Europea.

Eso sí, todo ello adornado con la pasarela y el glamour del espectáculo liviano y la vida del star system o de los príncipes y reyes que, medievalmente, usufructúan aún las haciendas de sus estados. Es decir, circo y más circo.

Pero volvamos al dolor del poeta y sus consecuencias. Ciertamente, en esas circunstancias la palabra poética se traba, se estanca, se suicida: no es digna del mundo y/o viceversa. Es decir, es contradictorio en semejante estado de ánimo, y ante tremenda pérdida, seguir pergeñando poemas para una minoría que se exilia en la poesía y el arte para no olisquear el carnaval del mundo y su galopante autodestrucción. Porque la multitud consume circo y soporta la crisis neoliberal.

Y sin embargo, si algo positivo ha promovido este duro acontecimiento en la vida de Sicilia y su familia, así como su decisión de retirarse de la poesía, es la multitudinaria solidaridad que han despertado sus últimas palabras y su vertical gesto de denuncia de las autoridades mexicanas y su escabrosa guerra contra el narcotráfico. Ha habido movilizaciones no solamente en Cuernavaca sino en todo el país, incluido el distrito federal, exigiendo respuesta política y justicia a un gobierno que hace aguas por sus mismos errores. Porque en una cruzada como ésa, igual que en toda guerra, los “enemigos” se confunden y se tocan.

Y acá me permito una digresión: mientras escribía este breve ensayo, y en uno de mis frecuentes paseos por el parque de la urbanización El Cedral, en Montes de Oca (San José, Costa Rica), sitio de mis caminatas matutinas (día lunes 11 de abril, la hice vespertina porque era feriado) observé a dos policías cateando a un joven.

Cuando se marcharon pregunté al joven por qué lo habían abordado de esa manera. Me dijo que buscaban marihuana. Él se encontraba leyendo o estudiando en el parque y “pasó la vergüenza” ante los concurrentes. Recordé entonces que en Sagrada Familia, barriada del sur de San José, la población se encuentra amedrentada porque había denunciado a una pandilla de delincuentes juveniles que mantenía en vilo al barrio con asaltos a mano armada. Ciertamente fueron detenidos por la policía en coordinación con el Organismo Judicial, pero días más tarde fueron liberados por un “error de la fiscalía”.

En el primer caso posiblemente algún vecino o vecina mojigatos llamaron a la policía porque había un “mariguano” en el parque. Su indumentaria, su cabello largo y su incipiente barba, así lo denunciaban. En el segundo, el error judicial en cambio compromete las vidas de muchas personas en un barrio popular asediado por la delincuencia organizada. Apunto al hecho de que ya va siendo hora de que nos quitemos las máscaras y legalicemos al menos la mariguana. Los adultos somos, o debemos ser, responsables de lo que consumimos.

El alcohol y otras drogas legales son un buen ejemplo: acabada la ley seca se terminó la mafia en Chicago y en Estados Unidos. (Mejor dicho, cambió de negocio: el juego, la prostitución, los sobornos, el sicariato y más tarde las drogas ilícitas fuertes). En el mismo Estados Unidos se expende marihuana con certificación médica, son conocidas sus cualidades terapéuticas. Holanda la legalizó y no presenta problemas al respecto: hay control de calidad y de sitios de consumo.

Es llamativo cómo, en Costa Rica, se persigue la producción nacional de la hierba, pero se satura el mercado proveniente de Colombia, México y Jamaica. Ya hemos sido testigos de la guerra que libran los diversos carteles de esos países en el nuestro por el control del mercado. Y en cuanto a la cocaína y otras drogas químicas derivadas como el crack, es clara la guerra de carteles y la insistencia de la DEA y el gobierno de Estados Unidos por la captura en ciertos espacios y momentos sin que el nivel de consumo baje en ese país y en el nuestro.

Al contrario, según las estadísticas, aumenta año tras año. Uno se pregunta entonces: ¿adónde van los cientos de toneladas de droga incautada? O al revés, en el caso de la marihuana, ¿no sería mejor incentivar la producción nacional (“compre y use lo que Costa Rica produce” rezaba un slogan nacionalista de los setentas/ochentas del siglo pasado) para controlar su calidad y estimular el consumo controlado? Sin embargo, al parecer, la consigna es destruir al productor nacional y permitir la entrada de “mercancía” internacional, especialmente química.

Lo anterior, y la espiral de violencia indetenible en Colombia (de la cual no hablan ni CNN ni las transnacionales de la publi/información, por cierto), deberían servirnos de espejo ante la arremetida que, supuestamente, desea hacer  el gobierno actual al narcotráfico y a la delincuencia  organizada. Para ello ha solicitado la presencia militar de Estados Unidos en nuestro territorio marítimo y terrestre y ha conformado nuevos “cuerpos policiales”.

Si la guerra que se anuncia se materializa y nos alcanza, probablemente dentro de poco estaremos lamentando la muerte de algún hijo de poeta también, porque en los últimos años ya hemos asistido al asesinato de un poeta joven sin que se esclareciera hasta ahora el homicidio: Julio Acuña. La irracionalidad aumenta sus decibeles. Sospechosa e impunemente se prepara una campaña militar sin reparar en sus alcances y consecuencias. El país “sin ejército” se militariza a ojos vista.

Entonces sí, la palabra se nos atora o se envilece. Las palabras se bañan en el charco sangriento y nauseabundo de la realidad. Ya no son dignas en boca y mano de plumíferos y demagogos. Pero regresarán limpias luego de ese paso por la peste y el dolor. Porque la poesía, afortunadamente, no está hecha solamente de, o con, las palabras. Son los gestos y las actitudes de poetas como el mexicano Javier Sicilia las que la hacen posible y la llenan de contenido semiótico verdadero, no de palabrería trascendentalista y superflua.

Tal vez al final eso es lo único que nos reconforta: la esperanza en la poesía como posible sanadora y redentora de una humanidad caída que se muerde la cola sin que se vislumbre el camino hacia una posible salida.
 
* Escritor.
 

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